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Brasil: los hijos del modelo piden más

En momentos que el gigante sudamericano ganaba credibilidad internacional, surgió la mayor ola de protestas de los últimos 20 años.

En los últimos diez años 40 millones de brasileños dejaron la pobreza y se sumaron a la clase media. Accedieron a universidades y a electrodomésticos, a la par que la economía registraba un crecimiento sin precedentes y el país se convertía en sede del Mundial 2014. Pero esta magia se desvaneció por sorpresa, cuando centenares de miles de brasileños salieron a protestar por el aumento del boleto del transporte, una causa que a lo largo de la semana se fue sumando a otras consignas.

En momentos que el gigante sudamericano ganaba credibilidad internacional, surgió la mayor ola de protestas de los últimos 20 años, que tomó a varias de las más importantes ciudades del país. Las marchas, en su mayoría lideradas por jóvenes universitarios, fueron convocadas desde las redes sociales sin respaldo político alguno, y no hubo caso que no terminara con una brutal represión por parte de la policía.

El puntapié inicial fue el aumento en 20 centavos de real el precio del transporte urbano, es decir, un 7 por ciento del valor total. A la ligera pareciera una suba insignificante, pero si se tiene en cuenta que el boleto es de 2,95 reales (1,5 dólar) y el salario mínimo es de 300 dólares, no es difícil cerrar la ecuación. “El transporte es un servicio público esencial, derecho fundamental que asegura el acceso de las personas a los demás derechos como, por ejemplo, la salud y la educación”, se explica en la página de Movimiento del Passe Livre (MPL), donde también se asegura que gran parte de la sociedad está imposibilitada de utilizarlo por su alto costo.

Ya en la calle, a esta exigencia se les sumaron pedidos por una mejora en otros servicios básicos, como educación y salud. Y para asombro de muchos, embistieron contra la joya del gobierno de Dilma Rousseff: la organización del Mundial de fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

“¡Brasil, vamos a despertar, un profesor vale más que Neymar!”, rezaban las pancartas coladas por algunos hinchas al último partido de Brasil-México disputado en Fortaleza.

“Paren la corrupción. Queremos seguridad, salud y educación”, escribió otro en una cartulina. “Mi Brasil está en las calles. El gigante despertó”, se leyó también por ahí.

Grupos como el Comité de Perjudicados por la Copa 2014 denunció, por su parte, corrupción en los preparativos de cara a los torneos deportivos. “Existe sobreprecio, falta de respeto al código ambiental y desalojos forzosos de familias sin una debida reubicación”, enumeraron.

El despertar económico impulsó a una gran parte de la sociedad a tomar derechos que les habían sido arrebatados por anteriores administraciones, como el alimento, pero aún restan por pulir otras partes del modelo. Los reclamos, precisamente, surgen por la inversión descomunal de 15.000 millones de dólares para el Mundial, que contrasta con otras carencias, en este caso el transporte.

Además de considerarlo un derroche, la población descree acceder algún tipo de ganancia por el turismo que surja de los torneos. Todo eso en momentos en que la economía comienza a desacelerarse de la mano del pulso internacional y por la caída de las importaciones a China, uno de sus mayores clientes de los productos nacionales.

Aun así, es recién al final de su mandato cuando Dilma comienza a sufrir un desgaste, y los analistas creen que a pesar de todos estos inconvenientes es la candidata favorita para un segundo turno en el Palacio de Planalto. Eso sí, ya sin un cheque en blanco y con muchas exigencias en la espalda.

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