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Brasil enfrenta otro dilema en el plano económico

Con la intención de frenar la inflación, el gobierno subió en 50 puntos básicos las tasas de interés.

El incremento de 50 puntos básicos en las tasas de interés decidido el jueves pasado por el Banco Central de Brasil puso de relieve, nuevamente, el difícil dilema económico que enfrentan las autoridades de ese país. El incremento, que llevó la tasa de referencia Selic de 10,75 a 11,25 por ciento, constituye un movimiento tendiente a poner un freno al incremento de la inflación que, el año pasado, rozó una tasa anual del 6 por ciento frente al objetivo oficial del 4,5 por ciento. Pero, de manera contradictoria con la meta oficial de evitar una mayor apreciación del real frente al dólar, el incremento de la tasa tiende a fortalecer la moneda nacional, y a atraer un mayor flujo de capitales externos que coadyuve a dar un mayor valor a la divisa local.

Brasil, que tiene la mayor tasa de interés real del mundo, de alrededor de un 5 por ciento descontada la inflación, condensa, quizás, el drama que atraviesan las naciones emergentes. Invadidos sus mercados por un flujo de capitales generado por la avalancha emisora de la FED, expulsados de los países centrales por las tasas de interés nulas, los países emergentes observan cómo sus monedas se revalúan sin cesar. Esto crea serios problemas en el sector externo y también en la industria manufacturera de esos países y, en este caso particular, de Brasil.

Por una parte, la apreciación del real potencia el volumen de las importaciones. En 2010, las compras de mercancías al exterior crecieron en Brasil un 40 por ciento, el mismo porcentaje en el cual se revaluó el real en los dos últimos años.

De esta manera, el flujo de mercancías extranjeras golpea seriamente a los fabricantes locales, que soportan la dura competencia con precios más bajos que amenazan la producción y el empleo brasileños.

Esta situación fue la que impulsó al ministro de Finanzas, Guido Mantega, a imponer medidas restrictivas para el ingreso del capital extranjero que se dirige a inversiones de tipo especulativas.

Así, el año pasado el gobierno brasileño aplicó un impuesto del 2 por ciento a las inversiones en títulos públicos que, en los últimos meses de 2010, llegó al 6 por ciento, una política tendiente a desalentar el ingreso de capitales financieros.

Por otra parte, según la visión de Mantega y de la mayoría de los economistas brasileños, el aumento del gasto público en el que incurrió el Estado durante 2009, en la fase más alta de la crisis mundial, contribuyó sobremanera a subir el déficit fiscal y la presión alcista sobre el real.

Por ello, la presidenta Dilma Rousseff anunció en su discurso de asunción que uno de sus principales objetivos será bajar el gasto estatal. Los mercados desconfían de que el nuevo gobierno cumpla con ese compromiso y temen que la economía se recaliente aún más de lo que está hoy. Pero el incremento de la tasa de interés del jueves realza la difícil coyuntura que, a su vez, refleja un problema más estructural no sólo de Brasil sino de la economía mundial.

Algunos analistas señalan que Brasil depende en extremo de los préstamos extranjeros para suplir la falta de ahorro nacional que hace falta para cumplir con las exigencias fiscales, tanto para los gastos corrientes presupuestarios como para el pago de su abultada deuda pública. Por otro lado, la presión que ejerce la gran emisión de dólares estadounidenses sobre los mercados emergentes resulta muy difícil de frenar por el simple expediente de un limitado control de capitales.

El peso del auge de los precios de las materias primas sobre países emergentes como Brasil hace que ese flujo de capitales presione de manera  importante, obligando a los bancos centrales a tratar de esterilizar las monedas locales con las que adquieren los dólares que ingresan  a sus mercados.

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