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Voto histórico

Brasil elige presidente y una parte de los destinos del mundo se juega en urnas sudamericanas

Este domingo el voto popular definirá la disputa final entre el presidente Bolsonaro, un capitán retirado que reivindica la dictadura, y el ex presidente Lula, un sindicalista metalúrgico que la combatió. Las dos figuras no sólo encarnan dos proyectos sino dos futuros, fronteras adentro y afuera


Un ex presidente disputa una segunda vuelta con un presidente que va por su reelección, con un final abierto, en un poderoso país sudamericano. El resumen, que no deja de ser cierto, se aproximaría a la realidad si el país no fuera Brasil, y los contendientes no fueran Luiz Lula da Silva y Jair Bolsonaro: es que la segunda y definitiva vuelta de las presidenciales 2022 en el gigante sudamericano se convirtió en una espiral interminable que no sólo sacude al inmenso territorio que alberga la selva y el río más grandes del mundo, sino también a todo el sistema global, cuya dirección y futuro dependen en gran medida de lo que pase este domingo. Y, claro está, los destinos de los propios brasileños, que dependerán de sí mismos cuando acudan a las urnas. Son más de 156 millones de electoras y electores habilitados para votar, y los escasos márgentes de diferencia entre los dos candidatos que muestran las últimas encuestas, evidencian que el resultado se relaciona en buena medida de cuántos no puedan o no quieran hacerlo.

El debate de Bolsonaro y Lula: los opuestos no se atraen, más bien se antagonizan y se acusan

En la primera vuelta, este 2 de octubre, se registró un 20 por ciento de abstenciones. Y esto, en el gigante sudamericano, se traduce en que casi 33 millones de personas no votaron. Los números absolutos son impactantes: los votos nulos (3.487.874) sumados a los votos en blanco, resultaron una virtual tercera fuerza, con casi 5 millones y medio en total. El dato también da cuenta de la extrema polarización: Lula, del Partido de los Trabajadores pero al frente de una coalición de diez fuerzas políticas diferentes, Brasil de Esperanza, obtuvo el primer lugar con un 48,43% de los votos, 57.259.504 boletas. Y Bolsonaro del Partido Liberal en alianza con otros dos, llamada Por el Bien de Brasil, quedó pocos puntos abajo, con el 43,2%, porción que representan los 51.072.345 votos que cosechó.

A enorme distancia, la senadora Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño, fuerza que otrora fue gobierno –el primero tras la dictadura– alcanzó el tercer lugar con el 4,16% (4.915.423 votos); y Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT) se ubicó cuarto, con el 3,04% (3.599.287 votos). La cuestión por lejos no es matemática, pero ambos, Tebet en forma integral y Gomes haciendo mención a la disciplina partidaria, comprometieron su respaldo a Lula y participan de la campaña para el balotaje.

En contrapartida, el aparato de Bolsonaro se fortaleció en dos frentes clave: en un país atravesado vertical y horizontalmente por la religiosidad y el fútbol, el líder de extrema derecha, que además se llama Jair Messias, exhibió el respaldo del voto evangélico (al menos el 20% de los brasileños está vinculado a sus cultos) y de jugadores que alcanzaron a ser estrellas, como Neymar, Dani Alves y Thiago Silva, entre una numerosa troupe.

Pero una pulseada por mitades en el 5º mayor país del mundo en superficie, el 7º en población y el 8º en su economía genera un impacto global, entre muchos otros frentes por la puja entre un mundo unipolar, con Estados Unidos como potencia hegemónica, o un mundo multipolar, que los Brics, que Brasil integró –durante la gestón de Lula– junto a Rusia, India, China y Sudáfrica, empujan.

Pero además del plano económico y geopolítico, en los que cada uno de los contendientes representa espacios y confluencias de intereses muy definidos, la disputa engarza en muchos otros ángulos, tanto internacionales como domésticos, que atraviesan concepciones diferentes de la democracia, la ecología y el desarrollo, entre más, hasta el combate a la corrupción y el crimen organizado, pasando por la pobreza, la educación y la salud. En cada arista se denota la divergencia de los intereses que encarnan un capitán retirado del Ejército que reivindica la dictadura militar de dos décadas (1964-1985) y un obrero y sindicalista metalúrgico que la combatió; un líder político que estuvo en nueve fuerzas diferentes y otro líder político que fundó la misma que lo llevó dos veces a la presidencia, y por la que busca un tercer mandato.

Los antagonismos son más, y tienen un trasfondo ideológico que se traslada al propio sistema democrático de Brasil, más aún con las advertencias del actual mandatario de desconocer la elección si es derrotado, amenaza que exhibió en varios actos de campaña. Tuvieron también correlato en gestiones de Bolsonaro y su entente para postergar la votación definitoria, intento que incluyó una reciente y sugestiva reunión con el alto mando militar del país.

“Es algo nunca antes visto en la historia. Si gana, será la primera vez que la extrema derecha va a tener el control de toda la maquinaria pública, incluso con mayoría en el Congreso”, advierte a El Ciudadano Pablo Giuliano, corresponsal de la agencia de noticias Télam en Brasil. En una pausa en la cobertura electoral, el periodista trazó una dimensión de cuán disímiles son las concepciones de gobierno que se enfrententan: Bolsonaro tiene en agenda “profundas modificaciones del sistema económico” del país, explica. Y cuenta que una segunda gestión del presidente ultraderechista se lanzaría a la privatización de Petrobras, “la empresa más importante del Brasil”, y una de las de mayor talla mundial. Y además repasa que se propone cambios significativos en derechos consagrados en la Constitución, incluidos el andamiaje de protección a los trabajadores en actividad, como el salario mínimo, y el sistema previsional. También, desgrana, se propone avanzar sobre la Corte (Supremo Tribunal de Brasil), con la que ha tenido cortocircuitos: “Pretende remover jueces y ampliarla”, incluyendo en el tribunal magistrados que comulguen con él. “Es el modelo que defendía la dictadura militar, en conjunto con los valores que defienden las iglesias evangelistas, que están por todo el país”, describe Giuliano.

En contrapartida, Lula representa –lo hizo en su gobierno– una apuesta al mercado interno, por la vía de aumentar salario mínimo, jubilaciones e ingresos familiares para incentivar el consumo.

Giuliano detalla a este diario dos conjuntos de intereses en Brasil que sostienen a uno y otro candidato, que no necesariamente se contraponen, pero en este tiempo, en Brasil, no confluyen. En su mapa son la minería, la agricultura y la ganadería, todo a gran escala y con exportación de commodities, lo que sostiene el modelo de Bolsonaro. Y, aún con la tradicional y aguda desconfianza al PT, la reorientación hacia el mercado interno y el desarrollo industrial con agregación de valor lo que propone Lula. Y claro: el corresponsal de Télam recuerda que Brasil llega a esta votación con salarios congelados, la clave para que Bolsonaro llegue a esta elección con números de cierta estabilidad macroeconómica y pueda exhibir –como lo hizo en el debate– aumento de la inversión social para quienes quedaron fuera de su modelo con plan de estabilización en la pandemia.

Pero el costo de sostener el plan, además de un daño social, involucra una sangría de recursos naturales, cuya devastación, en el mejor de los casos, apenas da trabajo temporario y de baja calidad, esto es, sin derechos. La ley de la selva en la selva, el bosque tropical de la Amazonía, abrió campo a un retorno de Lula cuando acaba de cumplir, este jueves 27, sus 77 años. Su cumpleaños 73 lo pasó en la cárcel, cuando era el candidato favorito en el enfrentamiento, precisamente, con Bolsonaro. Y quien lo puso en prisión, el juez Sergio Moro, del Lava Jato –una réplica con platos del proceso italiano de Mani Pulite (Manos Limpias) de los 90, que avanzó sobre hechos de corrupción en el poder político– terminó como ministro de Justicia del que se gestó deshabilitando a su principal oponente.

“El regreso de Lula, a los 77 años, es el regreso del mayor lider popular de Brasil”, subraya Giuliano. El líder del PT atravesó 580 días de cárcel y su condena por cohecho pasivo y lavado de dinero resultó anulada por el Supremo Tribunal, lo que acentuó la inquina de Bolsonaro hacia la Corte. Pero le dio pista para eludir una puja y hacer jugar al calendario: no hay por qué no pensar que el actual presidente esperara librarse definitivamente de su principal adversario.

No lo logró de manera total, pero sí parcial: el corresponsal de Telam marcó que si Lula accede por tercera vez a la presidencia, esta será “sólo de cuatro años, sin reelección”, y su gobierno “no será del PT sino de un frente de centro”. Lo primero por un límite biológico, el de comenzar una eventual cuarta gestión a los 81 años; y, lo segundo, por las alianzas para enfrentar el andamiaje que construyó Bolsonaro en sus cuatro años en el Palácio do Planalto.

Aclarando lo último, el trabajador de prensa infiere que el tercer mandato está próximo, y explica que el papel del Estados Unidos bajo gobierno demócrata con Joe Biden diverge de la sintonía con Bolsonaro de la gestión republicana de Donald Trump; e incluso del momento en que, también por cuestiones de geopoliticas y geoeconómicas, la principal potencia hizo buenas cuentas con la destitución de Dilma Rouseff, en 2016. “En aquel momento le era funcional una salida del PT, por su política petrolera”, resume. Pero ahora –considera– Estados Unidos también toma en cuenta el reconocimiento internacional, y fronteras adentro, a Lula como “máximo líder del país”. Y pone como ejemplo al Centrão, el vasto ecosistema de partidos de centro y centroderecha que domina el Congreso, “que es un poder autónomo”, y suele abrirle camino al quien esté en el Ejecutivo, salvo que toque sus intereses regionales. En la primera vuelta esas fuerzas revalidaron su poderío. Y, puntualizó el corresponsal, no movieron fichas en los intentos de Bolsonaro para postergar el balotaje, y menos ante sus amagues de desconocer el resultado: es que este domingo también se define las gobernaciones de 12 estados y en varios de ellos las fuerzas que componen el espacio están involucradas directamente, incluso confrontando con candidatos bolsonaristas.

La posición del “Gran Centro”, como la virulencia del balotaje en Brasil, también fue advertida a El Ciudadano, desde San Pablo, por el concejal rosarino Juan Monteverde. Su fuerza política, Ciudad Futura, fue invitada directamente por el PT para corroborar –internacionalmente– la transparencia de la votación. Y tanto Monteverde como Giuliano advierten que en las primeras horas después del cierre de la votación, el escrutinio puede reflejar una victoria, incluso por buen margen, de Bolsonaro. Pero después los votos se van a equilibrar y puede que Lula pase al frente.

Ocurre que primero van a llegar las actas de los estados del sur, y más tarde los de la amplia franja del norte del país, con su vasta extensión, incluidos los del Nordeste, el bastión histórico del PT.

Y ahí, coincidieron el corresponsal y el concejal, puede que el equipo que acompaña a Bolsonaro se atrinchere en denuncias.

“Es furiosa la campaña de fake news y de campañas de difamación. Incluso el Tribunal Electoral tuvo que intervenir ante los contenidos. –advierte Monteverde–. De ahì la importancia de la presencia de delegaciones internacionales de distintos partidos políticos del mundo para corroborar la transparencia del proceso electoral”.

El dirigente rosarino también dio cuenta de las estrategias de las dos coaliciones que se enfrentan: la que encabeza el PT desplegada en la calle y con presencia física en mesas de campaña y movilizaciones en todo el país, y la encabezada por el presidente con enorme militancia digital en redes sociales. “Pero también hay muchos grupos armados del bolsonarismo”, completa Monteverde, y da cuenta de uno de los escenarios extremos que se están previniendo, que esos grupos organizados salgan a generar hechos de violencia en caso de una derrota. “Ese es el escenario más conflictivo que se puede producir, y allí va a tener un papel fundamental lo que hagan las policías estatales, las fuerzas de seguridad”, alerta.

También cita al diputado Guilherme Boulos, del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST), una de las más vastas organizaciones sociales que respaldan a Lula: “Ni la dictadura de 21 años pudo generar en Brasil una masa social de ultraderecha como lo hizo en sólo 4 años Bolsonaro”.

Monteverde hizo propia la frase para describir que se advierte la existencia de “un sector radicalizado de la sociedad, cercano al fascismo” en Brasil. Pero esa prepotencia incrustada en la base social de Bolsonaro, también le allanó el camino a Lula, y a la amplia alianza que lo acompaña. En esa línea, Monteverde menciona las “tres batallas” que el PT se fijó por delante: “La primera, ganar el domingo. La segunda, llegar a asumir el 1º de enero de 2023 y que la transición efectivamente se dé. Y, la tecera, gobernar con un impulso de transformación social en una realidad que no tiene nada que ver con la que Lula asumió en sus primeros gobiernos”.

“Ganarle a Bolsonaro no es ganarle al bolsonarismo. El bolsonarismo va a seguir estando en la sociedad y en la política”, concluye, sumando un cuarto desafío para Lula, que es gobernar esa alianza “tan amplia” que generó tras su figura.

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