Le ponen la firma

Esto que nos ocurrió

Borges, entre Pink Floyd y los gatos

Un día como hoy, hace 28 años, moría en Ginebra uno de los más grandes escritores argentinos de la historia, autor de “El Aleph”.


El genial escritor junto a Beppo, uno de sus gatos favoritos.

“Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”. La cita es de Jorge Luis Borges, el extraordinario escritor argentino de cuya muerte se cumplen hoy 28 años. Considerado uno de los máximos exponentes de la literatura universal del siglo XX, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges había nacido en la ciudad de Buenos Aires, en una típica casa porteña de fines del siglo XIX con patio y aljibe, el 24 de agosto de 1899, y murió en su residencia de Ginebra (ciudad a la que lo unía un profundo amor), Suiza, el 14 de junio de 1986, a los 86 años, víctima de un cáncer hepático y un enfisema pulmonar. Quizás a Borges le hubiera provocado una sonrisa saber que se iba a despedir de este mundo el mismo día, 14 de junio, en el que 50 años antes (en 1936) se había ido el británico Gilbert Keith Chesterton, quien junto con el estadounidense Edgar Allan Poe fueron los dos escritores que más influyeron en él cuando comenzaba a escribir sus primeros cuentos.

Laberintos que conducen al Che

Pero hoy, además de recordarse las muertes de Chesterton y Borges, también se recuerda el 86º aniversario del nacimiento en Rosario de Ernesto Guevara de la Serna. De no haber sido asesinado en La Higuera, Bolivia (el 9 de octubre de 1967), el día en que murió el autor de El Aleph el Che debió haber cumplido 58 años. Obviamente, eso no ocurrió, pero circula una jugosa anécdota que los une a ambos más allá de la fecha que tienen en común: el 14 de junio. Y aunque algunos la consideran apócrifa, la anécdota es tan borgeana que debe ser verdadera. Cuentan que la noche en la que se conoció que el Che Guevara había sido abatido en Bolivia, un grupo de estudiantes universitarios porteños irrumpió en el aula en el que Borges dictaba su clase (probablemente de anglosajón antiguo) y el líder de aquellos jóvenes ordenó con energía que se suspendiera la clase por la infausta noticia. Sin embargo, Borges se negó. Y los estudiantes recién llegados insistieron, hasta que uno de ellos dijo que, si el escritor persistía en su negativa, ellos apagarían las luces del aula para suspender efectivamente el dictado de la clase, a lo que Borges respondió: “He tenido la precaución de ser ciego, esperando precisamente este momento”. Inmutable, el autor de El libro de arena continuó dando su clase. Y ninguno de sus alumnos abandonó el aula.

Pink Floyd, Beatles y Stones

“Borges decía que era sordo musical, porque tenía sólo oído para la música de la palabra. Pero escuchaba a Pink Floyd, Los Beatles y Los Rolling Stones, y odiaba a Gardel y a Beethoven”. Las palabras de la viuda del escritor, María Kodama, en una entrevista concedida en 2008 a la BBC de Londres, dejaron al descubierto las aristas menos conocidas del autor. “A Jorge le gustaban Brahms, Bach, la música antigua, la medieval. También la música folclórica, la milonga y los tangos de la guardia vieja, como los llamaba, porque tenían letras divertidas, en doble sentido”, repasó Kodama. “En cambio, decía que no le gustaba Beethoven y esto no le agradaba para nada a la gente entendida”, comentó la mujer, quien reveló que Borges también sostenía que Gardel había arruinado el tango porque “lo terminó haciendo llorón y sentimental”.

Con todo, siempre según Kodama, lo que más le gustaba al autor de El informe de Brodie eran bandas como Los Beatles y Los Rolling Stones ya que argumentaba que ese tipo de música tenía enorme fuerza. “Su grupo favorito fue siempre Pink Floyd”, se sinceró la viuda, y contó que al escritor le gustaba tanto la banda de Roger Waters que la canción para su cumpleaños no era el “Happy Birthday” sino “The Wall”.

“Le gustaba ese tipo de música porque era una cosa de enorme fuerza, terrible pero vital”, recordó Kodama. “La película The Wall la habremos visto miles de veces. Llegado un momento creo que ya se sabía los diálogos de memoria”, rememoró la mujer que se casó por poder con Borges poco antes del fallecimiento del escritor, el 26 de abril de 1986 (según acta de esa fecha labrada en Colonia Rojas Silva, Paraguay).

Kodama también rememoró el día en que Borges se cruzó con Mick Jagger en Madrid: “Jagger cuando vio a mi esposo se arrodilló ante él y admitió ser un fanático de sus obras. Borges quedó asombrado por conocer en persona al líder de Los Rolling Stones”.

La mujer también habló en aquella oportunidad de los gustos culinarios del autor de Ficciones. “A Borges le encantaba la comida japonesa, era como una pasión para él, aunque su plato cotidiano preferido era el arroz con manteca y queso”, reveló Kodama, quien también explicó que el escritor dejó de beber vino siendo muy joven, cuando un amigo de su padre le dijo que se volvería un “alcohólico perdido” si seguía tomando. Por eso, Borges sólo solía beber un licor de guinda o un vasito de caña para “entonarse” y poder hablar en las conferencias, ya que era muy tímido.

Odín y Beppo: arte y ronroneo

Dos de los más grandes escritores argentinos del siglo XX, Jorge Luis Borges y Julio Florencio Cortázar, compartieron su pasión por los gatos.

El autor de Rayuela tuvo en París dos mascotas que recibieron mimo sin medida: Teodoro Adorno (como el filósofo y sociólogo alemán), macho, y Flanelle (“franela” en francés), hembra.

En Buenos Aires, Borges también amó a dos gatos: Odín y Beppo. El primero era atigrado y se llamaba como el dios principal de la mitología y del paganismo nórdico. Al segundo, totalmente blanco y a la postre más famoso, se lo había regalado una de las mujeres que trabajaba en la casa del autor de Historia universal de la infamia. La hija de esta señora lo había bautizado Pepo, pero Borges escuchó el nombre y, como llevaba siempre las cosas al molino de la literatura, exclamó, encantado: “¡Ah, Beppo, el gato de Byron!”.

“El gato se llamaba Pepo. Imagínese, un nombre horrible. Entonces yo lo bauticé Beppo, como un personaje de Byron y el gato no se enteró y siguió viviendo”, era la explicación que solía repetir Borges sobre el nombre de su entrañable amigo felino.

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