Por Mauro Federico/ puenteaereodigital.com
Pepperland es un alegre paraíso musical bajo el mar, protegido por la Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. El pacífico reino es atacado sorpresivamente por los Blue Meanies, extraños seres que odian la música. Su ataque consiste en encerrar a la banda en una burbuja, paralizar a los ciudadanos y convertirlo todo en color azul que, como bien indica la etimología bipolar del término en inglés, significa “azul” y “tristeza”.
El anciano alcalde de Pepperland envía al Joven Fred en un abandonado submarino amarillo para buscar ayuda. Fred llega a Liverpool, donde sigue al deprimido y cabizbajo Ringo y lo persuade para que lo ayude. Ringo reúne a sus amigos John, George y Paul. Los cinco viajeros parten a Pepperland en la nave color limón, y atraviesan los mares hasta llegar al destino.
Reunidos con el Viejo Fred y el submarino, imitan a la Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y “alzan al país en rebelión”. Finalmente, todo florece y se vuelve colorido. Pepperland se restablece. Los Meanies son obligados a rendirse, John ofrece su amistad, que el Jefe Blue Meanie acepta.
Este es un resumen caprichoso de Yellow Submarine, una película animada de 1968 basada en la canción homónima de The Beatles, quienes solo aparecen “en persona” casi final del filme. En esa escena, Lennon toma un catalejo y, mirando al horizonte, se pregunta por el destino de los endemoniados azules.
“¿Y si vinieron a la Argentina?”, se pregunta Alberto Fernández en diálogo con este cronista. “Solo así podrían explicarse muchos de los males que nos aquejan desde hace tantos años”, reflexiona el confeso fanático de la banda más importante de la historia universal que “hicieron mucho más que música, cambiaron el mundo”.
La charla transcurre distendida en el mismísimo despacho presidencial, donde Fernández repasa su derrotero como titular del Ejecutivo a lo largo de un 2020 que lo recibió como primer mandatario al frente de un país averiado económica y socialmente por el macrismo y que, a poco de andar el camino de la recuperación, lo obligó a enfrentarse al peor desafío que jamás había asumido ningún otro gobierno: una pandemia.
“Gobernar es administrar lo que uno conoce, pero gobernar durante una pandemia es gobernar lo desconocido, sin saber dónde está el misil que mata a los tuyos”, confiesa en una entrevista que podrá leerse completa en los próximos días.
Un país devastado por las pésimas administraciones que apenas comenzaba a levantar la nariz, necesitó del aporte invalorable de un Estado que no dudó en asistir a la producción y al trabajo en términos nunca antes registrados para evitar un colapso inminente. “Todo indica que vamos a tener un crecimiento y una recuperación fuerte en 2021, y tenemos que trabajar para terminar de tranquilizar la economía, de dejar de lado la locura de la inestabilidad, de esa sensación de no saber qué va a pasar mañana. Y que todos tengamos un horizonte de proyección claro”, afirma el presidente. “Si observan el Presupuesto del 2021, te vas a dar cuenta que la inversión en obra pública se multiplica por dos, la inversión en salud crece, al igual que la educativa, en ciencia y tecnología y, por supuesto, la inversión social crece. Entonces cuando escucho hablar de ajuste me pregunto dónde está el ajuste”, sostiene.
Desde la óptica presidencial, “el único ajuste es el que realizaremos en los intereses de la deuda. En 2021 tendríamos que pagar U$S 12 mil millones que no vamos a pagar, y son recursos que podemos destinar a la economía. Tenemos la posibilidad de hacer las cosas de otro modo, que significa asignar bien los recursos, prestar atención a los que peor la están pasando, que sigue siendo mi mayor preocupación, y que el Estado ordene sus cuentas públicas”.
El presidente está convencido que 2021 será “un buen año en lo económico, donde vamos a ir recuperando la tranquilidad sanitaria y vamos a seguir creciendo, siempre que paremos la locura y trabajemos unidos. La pandemia nos demostró que si estamos juntos es más fácil sobrellevar todo y conseguir lo que nos proponemos. Dejar de maltratarnos y entender que no podemos fundar un país cada cuatro años, tenemos que seguir construyéndolo”.
¿Cómo atender el hambre y la pobreza en la Argentina?
La situación de indigencia y pobreza en la que vive gran parte de los hogares argentinos permite identificar el proceso de deterioro social, afectado por las consecuencias de una crisis económica que se viene gestando desde el 2018, y fuertemente agravado por efecto del impacto de la pandemia. En este sentido, la tasa de pobreza nacional al segundo trimestre de 2020 asciende a 47% (21,4 millones de personas subsumidas en la pobreza) y la tasa de indigencia se ubica en este período en 12,4% (5,6 millones de personas que literalmente pasan hambre).
Para el economista Claudio Lozano, “el esfuerzo del Estado durante la pandemia ha sido central para contener la situación social, pero no han evitado el fuerte deterioro, ya que la cuantía de la inversión social has sido insuficiente”. El actual director del Banco Nación sostiene que “es momento de discutir el diseño de seguridad social que nos permita construir un umbral de dignidad para el conjunto de los hogares de Argentina”.
Al mes de septiembre el Estado Nacional destinó $530 mil millones de pesos en programas dedicados a la asistencia de ingresos y de alimentos a la población vulnerable. Los refuerzos otorgados en el marco de la emergencia sanitaria han sido centrales para contener la situación social pero no han evitado el fuerte deterioro.
La cuantía de la inversión social es insuficiente. Las políticas alimentarias cubren el 30% del déficit alimentario y si sumamos las políticas de transferencia de ingresos sólo se atiende al 20% de las necesidades de ingresos de la población pobre.
“La fragmentación y descentralización de los programas sociales disminuyen la efectividad de la respuesta pública. El esquema de política actual da cuenta de una cantidad importante de programas que tienen el mismo objetivo, pero van recortando y superponiendo cobertura para atender especificidades que en la práctica reconocen un mismo problema”, afirma Lozano en su reciente trabajo titulado “Políticas Alimentarias y de Transferencia de Ingresos, un análisis del alcance de los programas que buscan atender el hambre y la pobreza en nuestro territorio”.
La experiencia de un dirigente como Lozano, uno de los referentes económicos de la Central de los Trabajadores de la Argentina (CTA) en tiempos en los que más de tres millones de ciudadanos y ciudadanas votaron a favor de un “Seguro de Empleo y Formación” como estrategia para superar la crisis heredada tras los gobiernos menemistas y de la Alianza, es fundamental para abordad con perspectiva analítica y crítica de las políticas sociales oficiales.
En ese sentido, el economista afirma que “la focalización como criterio de selección es siempre fallida, el intento de seleccionar a la población vulnerable bajo pretexto de hacer eficiente el gasto público siempre termina excluyendo a una porción significativa de personas que precisan de asistencia”.
A la hora de proponer alternativas, Lozano piensa que “el único camino posible para que la población acceda a un piso mínimo de recursos económicos son los programas de transferencia de ingresos de carácter universal, algo así como una renta básica universal acorde a las necesidades alimentarias junto con un programa de empleo y formación garantizado en línea con el salario mínimo”.
Comentarios