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Historias de boxeo

Blanco y negro: Schmeling y Louis, dos caballeros

El alemán noqueó al estadounidense, aunque luego hubo revancha. En el medio, el racismo marcó a ambos.


Aquella noche del 19 de junio de 1936 no fue una más en Nueva York. El Yankee Stadium desbordaba de emociones. Treinta y nueve mil ochocientos setenta y ocho personas asistieron a la derrota más inesperada del universo del boxeo de esos momentos. El gran Joe Louis caía por nocaut ante el alemán Max Schmeling. Sorpresa, asombro y un invicto que quedó  en el camino.

Fue tan trascendente la derrota en su tan exitosa como prolongada carrera, que cuando Joe Louis ganó el título mundial de la división pesado ante Jim Bradock el 24 de junio de 1937 en Chicago, con pocos gestos de alegría, dijo: “No quiero que me llamen campeón hasta que haya vencido a Schmeling”.

A partir de allí, comenzó a gestarse la esperada revancha. En lo deportivo, convirtiéndose en un clásico del boxeo; en lo político, una plataforma de propaganda salpicada por el entorno de una guerra mundial incipiente.

Max Schmeling, en sus memorias, le dijo al periodista sudafricano Chris Greywenstein: “La revancha fue el negro contra el blanco nazi. Nosotros nada tuvimos que ver, fue cosa de periodistas y de políticos”.

Joe Louis le confesó al mismo periodista: “Hitler estaba creciendo cada vez más y era fácil odiar a todos los alemanes. Yo creía en todo lo que leía y escuchaba. Así que también odiaba a Schmeling. Quise darle una paliza”.

Sobre este tema, agregó el alemán: “Había piquetes en la puerta del hotel de Nueva York donde me alojaba y en mi campo de entrenamiento. Joe me ganó muy bien, con toda justicia, pero si tuviera que dar una excusa sería esta: ‘fui amenazado de muerte’”.

Alto. Momento de ubicarse en la situación de los sucesos. Luego de la victoria de Schmeling ante Louis, Adolph Hitler invitó al boxeador alemán a almorzar en su residencia de Bavaria. Una histórica y comprometida foto recorrió el mundo y desde luego, hizo ruido y explosión en Estados Unidos. Los norteamericanos entraron en la Segunda Guerra Mundial el 7 de diciembre de 1941, luego de sufrir el ataque japonés a Pearl Harbour.

Por su parte, el presidente  Franklin T. Roosvelt invitó a la Casa Blanca a Joe Louis. En la recepción le dijo: “Joe, eres un crédito para la raza humana”. En ese momento los negros no podían viajar sentados si un blanco iba parado en un ómnibus norteamericano y no podían compartir el baño con los blancos, entre otras prohibiciones y persecuciones raciales.

Cuando la pelea se concretó y fue anunciada con gran despliegue publicitario, todos se sumaron a la campaña política-racial.

Joseph Louis Barrow “The Brown Bomber” (El Bombardero Marrón), nacido en Alabama en 1914, entrenó muy intensamente en un campamento especialmente armado para él, al que denominó “El Campo de la Suerte”, en Pompton Lakes (New Jersey).

Maximilian Adolph Otto Siegfreied Schmeling, nacido en Greifswald en 1905, había logrado el título mundial pesado el 12 de junio de 1930, al derrotar por descalificación a Jack Sharkley en el cuarto round en el Madison Square Garden. Perdió la corona en la revancha por puntos y luego soportó una tremenda paliza ante Max Baer, a tal punto, que se especuló con su retiro.

“Me custodiaban un montón de policías cuando me dirigía al ring. Me tiraban colillas de cigarrillos encendidas. Me ajustaron la toalla a la cabeza para que no escuchara los insultos”, contó Schmeling.

El 22 de junio de 1938, nuevamente el Yankee Stadium fue sede del choque. Esta vez, sesenta y seis mil doscientos veintisiete espectadores ocuparon el estadio. Se recaudaron 940.096 dólares. Joe Louis cobró 349.228 y Max Schmeling 175.622.

Mientras el anunciador Clem McCarthy elevaba el clima con sus anuncios, Joe Louis caminaba nervioso cerca de su rincón. Jack Black Burn, su técnico, le hizo un calentamiento previo muy intenso, porque su plan era salir a pelear sin estudio alguno.

Max Schmeling lucía tranquilo. Su entrenador, que era judío, Joe Jacobs, le hablaba al oído.

La lucha fue breve. Intensa. Áspera. Una ráfaga. Duró sólo dos minutos y cuatro segundos. El plan ofensivo de Joe Louis funcionó a la perfección. Salió decidido al toque de campana a imponer su dominio. Desató toda su furia. Con combinaciones precisas y potentes, se llevó por delante a su rival. Fue una máquina de destrucción. Ganó por nocaut. Schmeling sufrió la fractura de dos costillas y debió ser internado. Joe Louis quiso ir a verlo al hospital. No lo dejaron.

Alemania se enteró del resultado un día después. Los periodistas enviados especialmente cortaron la transmisión de radio.

En 1942 Joe Louis se alistó en el ejército e hizo giras por las bases norteamericanas. Max Schmeling se sumó al cuerpo de paracaidistas alemanes. Participó de la invasión a Creta. Sus repetidos saltos le lesionaron los tobillos. Fue condecorado como héroe.

Terminada la guerra mundial, Schmeling volvió a Estados Unidos. Un amigo lo llevó en su auto a Michigan, a la casa de Joe Louis.

“Joe estaba jugando al golf. Lo llamaron por teléfono. Tardó veinte minutos en llegar. No dijo una palabra y me abrazó. Nació una gran amistad”, recordó el alemán.

La foto con Hitler lo perjudicó mucho a Schmeling. Le decían “Nazi”, algo que estaba muy lejos de su postura política. De hecho, ayudó a muchos judíos a escapar de Alemania. Entre ellos a su entrenador.

La amistad entre los dos se prolongó en el tiempo. Al morir Joe Louis en Las Vegas en 1981, casi en la miseria, Schmeling fue al entierro y se hizo cargo de los gastos del hospital y la funeraria.

“Max fue el primero en dejarme un sobre con dinero, sabiendo nuestra situación apremiante”, explicó la viuda de Louis.

Max Schemelin, al dejar el boxeo, fue un próspero empresario. Muy querido y reconocido. Falleció a los 99 años de edad, en Alemania en 2005.

Dos hombres. Dos deportistas. Dos historias personales que supieron superar el odio, las diferencias raciales, la publicidad política, las especulaciones externas y demostraron con sus firmes actitudes y ejemplos, que el mensaje recibido por el deporte fue inquebrantable. El hombre, el ser humano, el espíritu de la humanidad por sobre todas las cosas…

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