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“Big Little Lies”, ricas y glamorosas pero sin embargo hechas añicos

En su primera temporada “Big Little Lies” propone un fresco sobre mujeres de alta sociedad que ostentan una forma de vida exitosa aunque en el fondo estén inevitablemente fracasadas. La segunda no agrega mucho más pero destacan la actuación de Meryl Streep


En 2014 Nicole Kidman y Reese Witherspoon adquirieron los derechos de la novela Big Little Lies, de la escritora Liane Moriarty, para realizar una película que ellas mismas protagonizarían. El proyecto derivó en la miniserie de HBO compuesta de siete episodios, todos dirigidos por el canadiense Jean Marc Vallée (irregular realizador que cuenta en su haber con películas como C.R.A.Z.Y., Cafe De Fiore, Dallas Buyer Club, y la serie Sharp Objetcs). El elenco principal se completó con la gran Laura Dern y el proyecto fue un éxito. Tanto fue así que la miniserie se convirtió en serie y acaba de estrenarse en la misma cadena, el 9 de junio de este año, la segunda temporada, que desarrolla, más allá de la novela original, las vivencias posteriores de “las 5 de Monterrey”, ese grupo de mujeres conformado entre los avatares de la alta sociedad californiana. La misma escritora de la novela que dio pie al proyecto, Liane Moriarty, participa en la escritura de la historia, y se suma al reparto Meryl Streep, maravilllosa y exasperante, componiendo un personaje que sostiene en principio y en gran medida una temporada que parecía ser una mera extensión injustificada.

Fresco descarnado

La primera temporada tenía ya, desde su planteo de base, un problema serio que sortear. Un problema que incluso en cierto sentido puede parecer insuperable desde ciertas perspectivas que, aunque algo arbitrarias, no dejan de ser totalmente legítimas. ¿A quién pueden interesarle los conflictos cotidianos de familias ricachonas de California? Familias y parejas cuyxs integrantes se interrogan sobre el vacío de sus vidas y dirimen sobre sus habituales amores y desamores, sobre sus fracasos y frustraciones, tomando una copa de martini sobre un lujoso deck frente al mar, con los ojos fijos en el horizonte y la ropa impecable movida por la brisa fresca. Criaturas que deambulan por sus casas lujosas a toda hora con tragos servidos en copas finas, descalzos y delicados, siempre impecables y conflictuados en el refugio de sus lujos y sus privilegios. Criaturas que murmuran socarronamente y que se confiesan penas en bares pintorescos junto a la playa, en cualquier momento del día, o durante las noches en restaurantes en los que cada mesa se adorna con una pequeña hoguera contenida en una caja traslúcida. Ellas y ellos, siempre adornados y adornadas con los oropeles de un estilo de revista de moda, organizando fiestas ridículas que ostentan el gasto desmedido. ¿Qué interés puede tener la insatisfacción de aquellos y aquellas que sostienen sus obscenos privilegios al precio de una desigualdad escandalosa? ¿Qué pondría en relieve lo justo o lo injusto de sus pesares? ¿A costa de qué? ¿A costa de quiénes? El explayarse sobre el vacío de sus vidas establece desde ya una distancia infranqueable que pone en entredicho la validez de toda queja y dificulta la empatía. No es que la diatriba no sea válida, es que desde ciertas perspectivas situadas territorial e históricamente, al margen de la escandalosa sociedad de la opulencia, tales quejas se vuelven risibles (y por qué no, ofensivas) frente a los pormenores de un cotidiano en el que el mínimo acto de supervivencia se convierte en una odisea. Pero lo curioso es que, a pesar de todo eso, Big Little Lies, en su primera temporada, desarma toda resistencia de esa índole y logra establecer una aproximación certera a ese mundo snob, a sus personajes, a sus relaciones y a sus conflictos. Entre el oscuro espesor de los personajes, el peso creciente de la intriga, y una ironía sutil pero perversa que flota sobre todas las situaciones, la primera temporada lograba salirse de sus propios límites y construir un fresco descarnado, gracioso y sensible.

Muerte misteriosa

La historia narrada gira en torno a un grupo de mujeres que se encuentran al llevar a sus hijas e hijos a la escuela. En principio, dos viejas amigas (Nicole Kidman y Reese Witherspoon), más una que acaba de llegar a Monterrey y que es quien desatará los torbellinos de la intriga. La recién llegada configura un contrapeso importante en la historia, es de clase baja, pobre, y la inclusión de su hijo en la escuela de los ricos será elemento de discordia. Que mejor chivo expiatorio para purgar las violencias soterradas de las familias “bien” que este niño “ilegítimo”, pobre y “extranjero”.  A estas tres mujeres se sumarán la actual esposa del ex de una de ellas, y una madre belicosa (maravillosa Laura Dern), cuya hija es víctima de las agresiones de las que se hará injustamente responsable al niño recién llegado. Toda esta situación es narrada desde un presente en el que ha ocurrido una muerte, y de la que se sospecha que no fue un accidente sino un crimen. Breves interrogatorios policiales con integrantes de la comunidad de Monterrey puntúan el relato y aportan datos fragmentarios sobre el suceso, al mismo tiempo que iluminan la intolerancia y las violencias de todo tipo que constituyen el fundamento de esa comunidad artificial. Quién murió y de qué modo, no se sabrá hasta la resolución final. Poco a poco, esa intriga que parece irrelevante, va cobrando peso hasta convertirse en el motor de la trama. Y así, Big Little Lies logra fascinar, pero no sólo por eso, sino, y sobre todo, por la profundidad de las personalidades que se desplegan de modo descarnado  y en todas sus contradicciones.

Personalidades dañadas

Lo más destacable de la serie es, justamente, esa construcción de los personajes, espesos, ricos en capas, en contradicciones, con una profundidad que no se agota. Sobre todo las mujeres protagonistas. Ricas y glamorosas. Exitosas y ambiciosas. Y sin embargo, dañadas. Profundamente hechas añicos por la frustración frente a las promesas del éxito económico y el status social como garante de la felicidad, pero también, y principalmente, destrozadas de modo literal por los golpes de los varones, sean estos sus parejas o extraños. Golpeadas y violadas. Las “5 de Monterrey”, insoportables en su esnobismo, terminan por rescatarse en un gesto de sororidad que las redime y que saca a la intemperie toda la mugre de esa sociedad cuyo rostro es de una pulcritud artificial. Big Little Lies terminaba por encantar con su humor, su ironía, su sarcasmo sutil, y con las tremendas actuaciones de las protagonistas.

Deshacer lo construido

La segunda temporada, que lleva emitidos cinco capítulos, sigue la historia de estas mujeres después del hecho revelado al final de la primera. Los personajes siguen creciendo, sin olvidar a los varones que funcionan como comparsa, igualmente bien construidos, tan sospechosos como queribles, tan primitivos como vulnerables, tan frágiles como ridículos. Pero ahora se suma Meryl Streep en una construcción memorable, y se convierte en uno de los pocos elementos renovadores de la trama. Porque si algo sucede aquí, en esta nueva tanda de capítulos, es que de algún modo se dejan ver los hilos de una prolongación no del todo justificada. Sí, es verdad, no está mal, sigue siendo atractiva, pero aquél final de la primera temporada estaba mucho mejor que todo lo que pueda suceder desde aquí. Las “5 de Monterrey” habían sellado un pacto en un hecho en el que cabía el mundo entero, con todos sus daños y sus injusticias, con todas sus violencias y sus desigualdades, con todo el sufrimiento acumulado. Mujeres insoportables y banales descubrían en la sororidad su condición común de oprimidas e inventaban, en un impulso de resistencia y cuidado mutuo, la liberación y una nueva comunidad posible. Era un buen final para una propuesta que había logrado sortear importantes desafíos. Podría haber quedado en ese punto sin correr el riesgo que se corre esta segunda parte: deshacer lo construido.

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