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Bicentenario

Por: Rabino Shlomó Tawil

Es un momento muy especial no solo para celebrar sino para reflexionar si como estado independiente los gobiernos cumplen con su función, esta vez citaré algunos conceptos del Rebe de Lubavitch del libro “Hacia una vida plena de sentido” al respecto.

“Con el correr de los siglos, la raza humana ha experimentado muchas formas de gobierno. En una época cubrieron el mundo las monarquías imperiales y el despotismo, para ceder su lugar a extremos políticos y económicos como el fascismo y la democracia, el marxismo y el capitalismo. El siglo XX ha sido una época especialmente turbulenta. Después de dos guerras mundiales y el ascenso (e inesperada caída) del comunismo, ahora podemos darnos el lujo de evaluar y sacar enseñanzas de esos distintos sistemas.

En cada caso, la humanidad sigue enfrentada al mismo conflicto básico: los derechos individuales contra el bien más amplio de la comunidad. El papel del gobierno es lograr un equilibrio entre ambos, y hasta hoy ningún sistema político ha podido llevar ese equilibrio a la perfección.

Los seres humanos son naturalmente diversos en sus creencias y ambiciones. Esas diferencias suelen producir conflictos entre individuos y a través de la sociedad. Suprimir esta diversidad iría contra las libertades individuales, y en consecuencia es inaceptable; pero darle a cada persona una libertad sin límites también es inaceptable, pues ¿qué impediría a los intereses de una persona hacer daño a otra persona o a la sociedad?

La mayoría de los gobiernos ha reaccionado a esta paradoja optando por un extremo u otro. El totalitarismo puede razonar a favor del bien de todos a expensas del individuo; mantiene que las necesidades egoístas del individuo en última instancia fragmentan a una nación y socavan el bien común. Irónicamente, es bajo tales regímenes que los individuos (esto es, los dictadores) asumen poderes sin precedentes. No necesitamos recordar las miserias incalificables que esta forma de gobierno, en la mayoría de los casos, ha causado a la humanidad.

La democracia, por su parte, alimenta el mismo individualismo que combate el totalitarismo; declara que todos los hombres fueron creados iguales y tienen el derecho de practicar sus creencias sin restricciones. La democracia afirma que es mejor motivar a la gente libre, y correr el riesgo de un egoísmo excesivo, antes que destruir su energía suprimiendo el individualismo en nombre del bien común.

La democracia parecería una forma de gobierno mucho mejor que el totalitarismo. Pero la democracia tiene un defecto inherente: su factor motivador esencial es el interés egoísta. Con el tiempo, los valores centrales de una comunidad pueden empezar a derrumbarse bajo el peso acumulado de millones de deseos y necesidades individuales. En última instancia, estos intereses en conflicto pueden erosionar el impulso unificado de una sociedad hacia un objetivo significativo.

Si la gente tiende a tener creencias muy diferentes, ¿quién debe definir las normas de moralidad y justicia que deben gobernar a todo el pueblo? ¿En qué punto interviene un gobierno para impedir que un individuo se haga daño a sí mismo o a otros? ¿Cómo evitamos el abuso de poder por líderes gubernamentales?

El único gobierno que puede equilibrar exitosamente las necesidades individuales y societarias es un gobierno levantado sobre la fe en Di-s. La falla subyacente a todos los gobiernos, ya sean fascistas o democráticos, es que están basados en reglas humanas. Cualquier gobierno levantado sólo sobre el juicio humano quedará sujeto al prejuicio, la subjetividad y la arbitrariedad de individuos o grupos. Pero Di-s, que creó a toda la gente igual, también le dio un sistema de moralidad y justicia absolutos.

Una sociedad que ansía ser justa debe construirse sobre esos valores éticos. Los cimientos mismos de la civilización descansan sobre los principios básicos conocidos como las Siete Leyes Noájides dadas en el Sinaí:

1. Creer en Dios.

2. Respetar y alabar a Dios.

3. Respetar la vida humana.

4. Respetar la familia (es decir matrimonios estables y no adulteros)

5. Respetar los derechos y propiedad ajenos.

6. Crear un sistema judicial.

7. Respetar a todas las criaturas.

Sin esas leyes como base de gobierno, una sociedad o bien tendrá despotismo, donde las vidas individuales no son respetadas y posiblemente son atacadas con el abuso, o la anarquía, donde cada persona procura su propia necesidad sin respeto a la ley.

¿Cómo es posible entonces equilibrar la libertad individual con el bien de la sociedad? Mirando más allá del interés egoísta y reconociendo que todos somos parte de la misma familia y comunidad; reconociendo que todos estamos sometidos a las mismas leyes divinas y que a todos se nos ha confiado la misma misión en la vida: civilizar el mundo de un modo significativo y Divino.

Aprovecho este espacio para saludar y felicitar a nuestro país por estos primeros 200 años y expresar mis deseos por un país mejor.

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