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Belgrano y sus ilusiones revolucionarias

En su publicitado libro sobre el creador de la bandera, Tulio Halperín Donghi señala una serie de aspectos negativos que lo llevaron a cometer errores, pero el texto también sirve para poder pensar al hombre de Mayo en su propio tiempo

libroPor Paulo Menotti

Cuando el libro El enigma Belgrano. Un héroe para nuestro tiempo apareció antes en la revista Noticias que en las vidrieras de las librerías, cualquiera pudo haber creído que el historiador Tulio Halperín Donghi, al final de su carrera, había sucumbido al mercado de la divulgación histórica. En parte porque la publicidad del material se centró exclusivamente en los defectos de Manuel Belgrano y en las ansias de destruir un “mito”, de quitarle “el barniz de grandeza” a uno de los principales protagonistas de la Revolución de Mayo y de la Independencia argentina. A pesar de que estos aspectos estaban  entre sus propósitos –algo que no podemos reflexionar con el autor que falleció hace poco–, el texto del profesor de la Universidad de Berkeley no se despega del todo de la tradición de historia social y es una buena oportunidad para pensar, además de al propio Belgrano, a la historia argentina y los conceptos que la misma creó.

¿Con Belgrano no?

No se trata simplemente de salir en defensa de la personalidad de Belgrano quien, ciertamente, es muy estimado por la comunidad de historiadores. El texto de Halperín Donghi señala que el prócer a quien adjudicamos la creación de la bandera argentina, era “incompetente”, “sin sentido común”, “egocéntrico” e “iluso”, cuestiones que llevaron al abogado y militar de Mayo a cometer serios errores y a desencantarse con sus contemporáneos y con la realidad que lo rodeaba. A esos defectos se los podría equiparar con otros tantos aciertos que llevaron a Belgrano a tener éxito en pasajes de la Revolución de Mayo y a ser estimado por las generaciones posteriores por haber desobedecido órdenes de Buenos Aires y enfrentar a los españoles en Tucumán y Salta; o también por haber desobedecido a sus padres y lanzarse a estudiar economía en España, en el marco de las ideas que generó la Revolución Francesa, que clarificaron su pensamiento respecto a que su patria americana necesitaba un cambio. Entre sus mejores características estaba la de pretender una sociedad más igualitaria y sin los cánones de jerarquías sociales que la sociedad colonial imponía, como la de que ningún pobre podía usar ropa de ricos. Sin embargo, permanecer en esos criterios no le hace justicia ni a Belgrano, ni al propio historiador. En ese sentido sería tomarle el pelo al texto de Halperín Donghi como cuando Joaquín V. González, antes de llevar a Belgrano al Panteón de la patria, se dedicó a jugar con los huesos, los restos, del prócer. La cuestión es que la historiografía argentina, principalmente la denominada “oficial o mitrista”, la “revisionista” y la de divulgación, han centrado su producción en las biografías, en las individualidades de los próceres. En ese dispositivo destacan modos antiguos de escribir sobre el pasado que hacían generalizable a la experiencia individual, que ponían a la historia como maestra de vida, además de proponer historias de vidas ejemplares. Esa operación fue usada, en parte, por Bartolomé Mitre cuando inauguró la historia argentina justamente con su libro Historia de Belgrano y de la Independencia argentina. Para quien llegara a ser el primer historiador argentino, presidente de la Nación y fundador de uno de los más influyentes diarios, la operación era clara: crear la nación y cimentarla sobre modelos como Belgrano y José de San Martín. La corriente historiográfica de Mitre fue la responsable de nuestro actual panteón de próceres, y el denominado Revisionismo se quedó encerrado en esa lógica rescatando a los próceres considerados “malos”. Los divulgadores de la historia no pudieron escapar a ese modo de relato y surge el interrogante de por qué fue así. Tal vez la apetencia de los lectores llevó a que se hayan escrito más de 1.800 biografías de Belgrano hasta 1998. En el siglo XX, otras corrientes historiográficas propusieron contar los temas del pasado de una manera distinta. La denominada historia social (cercana a la sociología y basada en un método científico a partir de hipótesis) se propuso desandar el camino de las historias individuales y fijó su interés en la sociedad y la economía, el pensamiento y la cultura. Un ejemplo claro es que no sólo Belgrano realizó el “Éxodo jujeño”, todo un pueblo fue protagonista. Las cuestiones subjetivas no representaban a las de un conjunto social y desde esa corriente se llegó a apreciar el concepto de Pierre Bourdieu sobre la “ilusión biográfica”, es decir, según el historiador Jacques Revel, una ilusión en el sentido de que el marco biográfico induciría esquemas analíticos subrepticios y forzaría falazmente la coherencia de la experiencia de los actores.  Puesta así la cuestión, ¿podemos justificar el proceso emancipador de la Revolución de Mayo, de la independencia, los avances igualitarios de la Asamblea del Año XIII, por los errores o defectos de Belgrano?

El enigma Halperín

Habiendo sido uno de los principales pioneros de la historia social en Argentina, Halperín Donghi se forjó como un gran especialista de la historia argentina del siglo XIX, mientras que sus límites se extendieron más allá de esa centuria tanto en la parte colonial, como en la que aborda aspectos de mediados del siglo XX. Su libro Revolución y guerra (1971) analiza tanto la formación de una elite comercial al calor del 25 de Mayo de 1810 (nuestro mito fundador, según él mismo), como el comercio y la sociedad virreinales y revolucionarias. Las biografías que aparecen en ese trabajo son un complemento en una trama preocupada por indicadores del comercio y características sociales. Por eso llama la atención que el historiador que tuvo un destacado paso por la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario, haya enmarcado su último trabajo en el género biográfico. Por cierto, y esto es lo que hay que subrayar, no es una biografía como tantas otras. El trabajo no profundiza en las falencias del hombre (Belgrano), sino que anclado en la historia social propone una mirada sobre Belgrano a partir de la “estrategia familiar” para insertarse en el mundo de los negocios, en la sociedad hispana de la época. Halperín Donghi dice que son vitales las características de la familia Belgrano Peri, originarios de la Liguria, para entender su personalidad. Con esto, se refiere a que el padre de Belgrano, un rico comerciante, se insertó en la sociedad virreinal y organizó una estructura familiar similar a una empresa en la que todos sus miembros cumplían una función. A Manuel, le dejaron el lugar de funcionario de la Corona; posición –vale aclarar– que supo aprovechar. Sin embargo, lo novedoso de esta característica se complementaba con la comprensión que tenía el padre de Belgrano de la sociedad colonial. Casó a sus hijas con hombres prometedores, comerciantes en distantes puntos para asegurar sus transacciones.

Un nuevo relato

Halperín Donghi hubiera malogrado su libro si presentaba a la historia como un flujo de chismes porque, incluso nuestros adversarios merecen respeto. Por eso, se debe poner en duda si este libro mella la figura de Belgrano; más bien presenta a alguien central de la historia argentina en el proceso histórico de su época. Halperín Donghi armó su relato a partir de textos conocidos, muchos de ellos reunidos en una fuente dedicada exclusivamente a Belgrano, es decir, sus cartas y documentos que pertenecieron a su familia. Otras dos fuentes importantes de las que se sirve Halperín Donghi son las memorias del general Paz, hechas libro y con una exitosa reedición contemporánea. Por ejemplo, en ese escrito personal, que se abre con loas a Belgrano, el general Paz termina criticando muchas veces acertada y otras veces erróneamente a quien fuera su superior. El otro texto que utiliza Halperín Donghi es una autobiografía escrita por el propio Belgrano en 1814, un momento en el que la autoestima del prócer no era la más alta. El tratamiento de estas fuentes no fue constantemente el mejor porque Halperín Donghi no supo observar el contexto y muchas veces postergó otras observaciones. Por ejemplo, el historiador plantea que Belgrano ofreció a su padre realizar una plantación de arroz en el Litoral argentino, algo que no sería rentable hasta mediados del siglo XX. El padre del prócer desoyó el consejo porque apuntaba a negocios seguros, sin embargo, eso no hace a Belgrano un incapaz porque ¿desde cuándo podemos pensar que el capitalismo es racional? Halperín Donghi propone que Belgrano es un iluso porque confió en la posibilidad de cambiar a la sociedad y en 1814 se sintió desdichado por eso. En este punto, más bien se debería contraponer su pensamiento con el devenir de los procesos. Los actores que hicieron la Revolución de Mayo no conocían su destino y ese proceso estuvo plagado de marchas y contramarchas. Aquí es donde Halperín Donghi se desliza sobre caminos deterministas que no conducen a buen criterio a los historiadores. Sin embargo, como historiador, el desafío es ponerse en el lugar de quiénes vivieron esos tiempos. Más allá de esto, el camino iniciado por Halperín Donghi, deja a otros historiadores, tras su partida, un abanico de posibilidades de avanzar en relatos biográficos que liguen sus tramas con la historia social. Como apunta el historiador Jacques Revel: “Lo que en adelante se encuentra en el corazón del proyecto biográfico es la consideración de una experiencia singular, más que la de una ejemplaridad destinada a encarnar una verdad o un valor general”.

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