Ciudad

Belgrano, barrio de trabajo

Por Santiago Baraldi.- Símbolo de la zona oeste de la ciudad, celebra hoy sus 120 años de existencia en conmemoración de la primera misa que el cura Domingo Pettinari celebró en la Parroquia San Antonio de Padua.

El 8 de noviembre de 1891, hace hoy exactamente 120 años, el cura Domingo Pettinari oficiaba la primera misa enla Parroquia SanAntonio de Padua, cuando todavía no existían las Cuatro Plazas. Es por ello que el barrio Belgrano está de fiesta. Sus vecinos organizaron para hoy, desde la 9, en la tradicional intersección de Provincias Unidas y Mendoza una serie de actividades que los tendrá como protagonistas. Bandas musicales, números artísticos presentados por escuelas y centros de jubilados, poesía cantada por el cantautor del barrio Gustavo Martín y palabras de la presidenta dela Asociaciónpor los Derechos Comunitarios, Susana Buttarrro. Hace más de un siglo, bajo la intendencia de Nicasio Vila, la zona hoy comprendida por las calles Córdoba, avenida Presidente Perón, Solís y avenida de Circunvalación, se la llamó barrio Eloy Palacios; en 1916, en una de las cuatro plazas se erigió un monumento de bronce al General Belgrano y desde entonces se llamó así al populoso barrio del oeste rosarino, que cuenta con más de 100 mil habitantes.

Los viejos apellidos del barrio como Balbi, Ansaldi, Pettinari, Bengoechea, Pacetto o Romagnoli, muchos de ellos hijos del ferrocarril, estarán presentes para festejar “y también para reclamar y no dejar de pedir cosas para el barrio como el hospital, donde se encuentra el policlínico General San Martín, o por mejor pavimento y luces en calles que de noche son peligrosas”, señaló María Cristina Campanella, dela ONG Asociaciónpor los Derechos Comunitarios, que hace 13 años comenzó reclamando por pavimento para el barrio.

“Recuerdo que cuando era chica, en donde hoy están las cuatro plazas había un bosque de eucaliptos.La Municipalidadvenía y pintaba los árboles que había que tirar, cuando los empleados se iban, el cura salía con un tarro de pintura y pintaba varios más…”, evoca Isolina Bernasani, quien con sus 91 años es testigo del crecimiento del barrio.

Los recuerdos fluyen en la memoria de Isolina, que retiene mil anécdotas del populoso barrio Belgrano. “Recuerdo que nos juntábamos a mirar cómo se colocaban los adoquines en Provincias Unidas. Había pocos transportes que nos llevaban al centro, como la “O”, que llegaba hasta Solís, y también venía la “J”. Luego llegó el tranvía que pasaba por calle Mendoza, era el 13, que iba hasta Nicaragua y el 14 venía por Provincia Unidas, doblaba en Mendoza e iba hasta Fisherton. También estaba el 20, que por Río Negro iba hasta el cementerio, y más tarde llegaron los trolebuses. Cuando llegó el teléfono había uno solo, que estaba en el almacén de los Romagnoli, y ellos te salían a buscar para darte el mensaje”.

A Isolina se le agolpan las imágenes de un pasado venturoso del barrio. Junto a su marido atendían en su casa una verdulería, “hasta que él se cansó de ir todos los días al mercado a las 3 de la mañana, en esa época era así… después se compró un Ford A y repartía soda. Éste es un barrio de trabajo, de gente que siempre quiso salir adelante”.

La estatua que no volvió

En 1932 llegó una estatua de Lola Mora a Belgrano en reemplazo de la de bronce que se habían robado. “Es la que ahora está en el Pasaje Juramento, nos gustaría que volviera al barrio porque nos pertenece”, dice con un dejo de nostalgia Isolina. Mientras, Víctor Monserrat, de 84 años, repasa la importancia que tuvo el ferrocarril en el crecimiento de la zona. “Muchos somos hijos del tren. Yo comencé barriendo la estación Vila y luego pasé por todos los puestos. Muchos trabajaban en los talleres de Pérez, ¡había que ver las formaciones llenas de trabajadores…! También había un tren que venía del centro a barrio Vila a las 5 de la mañana, tocaba pito y se subían las personas que trabajaban en el centro e ingresaban a las 6…, mi padre lo tomaba”, repasa.

La familia Álzaga donó en 1927 los terrenos donde hoy está el policlínico General San Martín –la cuadra entre las calles Chubut, Guatemala, Pampa y México– pero con la intención de que se levantara allí un hospital de clínica ginecológica y obstetricia. “Sin embargo, en Mendoza, entre Perú y Fraga se encontraba la vieja asistencia pública, que era una casa de familia, pero la idea original cuando se donaron los terrenos es que se levantara el hospital. Me voy a ir sin poder verlo, pero seguimos peleando, incluso se presentó un proyecto de ampliación de la guardia en junio pasado, pero no se licitó todavía. Con la densidad poblacional que hay se necesita un hospital, no cejamos en el reclamo, como tampoco para que arreglen calles y haya buena iluminación”, apunta Isolina.

Hoyla Asociaciónpor los Derechos Comunitarios se trazó, entre otros objetivos, “sacar a los chicos de la calle y que vuelvan a los clubes. Está el club Río Negro, Belgrano, Belgranense, Nueva Era, Cruz Azul, Italia Oeste. El proyecto, con el apoyo de Nación, provincia y municipio, es que los chicos hagan natación, ajedrez, fútbol, teatro, actividades que los contengan. Con la placita que hicieron de skate, en Mendoza y las vías, no es suficiente como recreación”, agrega María Cristina Campanella.

Río Negro, el Gigante del Oeste

Monserrat aporta también que el origen del club Río Negro, un emblema por su antigüedad y trascendencia para el barrio Belgrano, fue una iniciativa de los empleados de la ex droguería El Águila. “La droguería estaba en el centro y los empleados habían comprado ese terreno de calle Forest, cerca de la diagonal Río Negro. Los muchachos se juntaban a jugar al fútbol, allá por el año 36, y después decidieron fundar el club”, señala el hombre, quien hace notar que en los altos del edificio del club, en la sede social, la historia se halla resumida en la figura de un águila de yeso.

Isolina fue alumna de la primera escuela del barrio,la Nº 91 República Federativa del Brasil. “Demetria Barcia era la maestra que nos enseñó a escribir, una mujer que hizo mucho por el barrio”, apunta.

Víctor deja un último recuerdo: detrás de la capilla, en la manzana comprendida por las calles Bolivia, Ecuador, Derqui y Zuviría, “había un bosque de enormes eucaliptos, para sacarlos era muy complicado, les hacían un cuenco y los quemaban porque no se los podía sacar, estaban meses ardiendo…”.

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