Espectáculos

Barboza: Con el pulso de la libertad

El célebre acordeonísta Raúl Barboza recorrerá más de 60 años de carrera en un concierto con el que anticipa su próximo disco. Antes, habló de su presente, de la música y sus motivaciones artísticas.

El mágico acordeón de Raúl Barboza

 

Por Javier Hernández

Foto Francisco Guillén

Ciudadano del mundo e inquebrantable aprendiz, cada nueva búsqueda está orientada a la autosuperación para enriquecer la comunicación con sus pares. Con una personalidad fresca y vital, se reconoce un apasionado de la libertad, y parece no conocer la rutina que paraliza o fastidia. Habla y contagia entusiasmo, y en cada nuevo paso sigue persiguiendo cambios. Desde una personal forma de entender la vida, sus interpretaciones del acordeón lo convierten en un honesto transmisor de experiencias, sueños y emociones subjetivamente reales. A sus 73 años, Raúl Barboza, también conocido como el embajador del chamamé, sigue produciendo mensajes de forma incansable. En ese marco, llega esta noche a la sala Lavardén (Sarmiento y Mendoza) para repasar, a partir de las 21.30, más de 60 años con la música litoraleña junto a Nardo González en guitarra y Roy Valenzuela en contrabajo. Antes de su llegada, el músico mantuvo un diálogo profundo con El Ciudadano, en el que repasó su vida, la música y sus motivaciones artísticas.

—Cuando se lleva una carrera como la suya, de más de 60 años de actividad, donde obtuvo un lugar de referencia dentro de la escena nacional pero también internacional, ¿le preocupa cómo hacer para superarse personalmente?

—La superación es algo muy personal. Qué entiende uno por superación: ¿tocar más rápido? (piensa)… no sé. Para mí, la superación es estar siempre en movimiento y tener el espíritu abierto; eso va entrando naturalmente en la conciencia y el pensamiento, y así ingresan nuevas ideas, colores, sonidos y sensaciones. Cuando uno va adquiriendo conocimientos que no tenía, es también una forma de superarse; tal vez aprehender un idioma nuevo para tener comunicación con la gente, o hacer algo que no sabía hacer antes. Yo no trato de superarme para mostrar que me superé, sino hacerlo por mí: ahora voy a empezar a estudiar armonía porque lo que hago lo hago de manera empírica, pero quisiera escribir. Un día, si la vida me da tiempo y yo me preocupo, me gustaría escribir un arreglo para orquesta o grupo musical.

—En todas las personas, en mayor o menor medida, hay una búsqueda de autosuperación; pero en el músico o el artista, esa máxima debe tener otra motivación porque sino corre el riesgo de hacer rutinaria su tarea y en tantos años eso sería insostenible…

—En mi trabajo no existe rutina en la rutina. Yo estoy en la ruta del músico, del artista-músico, y para expresarme tengo que tomar siempre el mismo instrumento. Tengo varios acordeones, pero siempre uso el mismo, y no es una rutina, porque con ese instrumento, de la misma manera que utilizo un mismo lenguaje y las mismas palabras, el modo de tocar hace que tenga un sonido y un pulso diferente. De eso me preocupo cuando voy a tocar y, como soy un hombre improvisador, aunque tenga que tocar los mismos temas, estoy siempre tratando de que haya un cambio. Puedo tocar un día un registro grave, puedo empezar con la mano izquierda, puedo cambiar de lugar del repertorio, porque si voy a un lugar donde la gente está muy alegre puedo empezar con temas más alegres, y puedo emplear o no ciertos acordes, hacer un arreglo distinto o imaginar distinto. Cuando hago un arreglo, no lo hago para tocarlo siempre igual, eso me da una referencia de cómo puedo cambiarlo sobre el momento.

—En sus presentaciones, se suele ver mucha comunicación sobre el escenario…

—Sí, hay comunicación porque es la mejor manera, porque la gente también participa de esa comunicación. En mi grupo no hay malhumor porque también eso se transmitiría. El menor de los movimientos de una persona, le da la pauta al observador de cómo es esa persona. A veces, superarse es una controversia, porque es intentar desaprenderse de todo lo que se aprendió para poder reutilizarlo de otra manera.

—Vino a la Argentina para dar conciertos y a grabar un disco de reversiones y temas nuevos…

—Claro, algunas ideas nuevas hay.

—¿Sobre qué surgen esas ideas ahora que vive en Francia y está de viaje en Argentina?

—También estoy de viaje en Francia, porque no me quedo. Eso es algo que comprendí no hace mucho. A pesar de que viajo permanentemente no me había dado cuenta y respondía: “Estoy mitad de tiempo en Francia y otra mitad en la Argentina”, y no es totalmente cierto. Porque cuando estoy en Francia, de repente, me llaman para ir a otros lados. Cuando estoy en Europa, estoy hablando por teléfono con mis compañeros de acá, con la gente que me provee la yerba con la que a mí me gusta tomar el mate; hablo con mis amigos y amigas, con algún alumno, e incluso a los seguidores les mando mails. Entonces, cuando estoy en Francia, ¿estoy realmente en Francia? Físicamente sí, pero yo viajo aunque esté sentado en una silla.

—Debe haber algo que lo tire para quedarse en algún lugar. ¿Dónde tiene su corazoncito?

—Pienso que mi corazón no tiene un lugar geográfico. Yo amo la vida, pero no es porque la ame para mí, sino porque pienso en la profundidad de lo que significa esa palabra ¿Qué significa vivir en el planeta? ¿Qué sentimientos hay en cada ser humano? Cuando cada mañana me levanto, abro los ojos y sé que estoy respirando, puedo sentir frío o calor, me cubro o me destapo, pero me levanto y agradezco a la vida con mayúsculas. Esa palabra puede para mí significar Dios, para el Guaraní Ñanderuvusú, para el judío Jehová, para el musulmán Alá. Yo pienso en la vida, la que tiene y no tiene colores; en la guerra, las muertes, en el hombre que sale a matar para robarle a una pobre anciana; y cuando subo a un escenario, de repente, un flash de algo hace que esté tocando un chamamé alegre pero con una gran tristeza, o un chamamé duro y con rabia con el corazón contento. La vida es también compartir.

—¿Cómo consigue acompañar a los demás a la distancia?

—Un amigo me llamó y me contó que nació su hijo y estoy a 15 mil kilómetros de Buenos Aires. Yo respondo a tu pregunta anterior y te digo que mi corazoncito se voló hacia allá y me imaginé a su señora acostadita, dándole de tomar el pecho, la leche que sale de su cuerpo, la vida que sale de la vida para darle vida a otra vida. La vida es estar acompañado y gozar de la compañía, o es estar solo sin estar en soledad pudiendo compartir con uno mismo los sentimientos de alegría y tristeza. Cuando me voy a dormir y me levanto al día siguiente, hago lo que hace el guaraní, porque yo lo soy: agradezco estar viviendo y me pongo a disposición de la vida. Y cuando me acuesto, agradezco que la vida me haya permitido pasar esas horas andando. No sólo agradezco por mí, también pido por los enfermos que sufren o por el que tiene que dormir en la calle en pleno invierno. Por eso hice un chamamé que se llama “Invierno en París”, porque allá mismo hay gente que se muere en la calle. Pero es la vida. La vida es el inicio y el fin. Yo pido para que el inicio sea feliz y el fin no sea duro, que la vida te permita saber soportar y eso forma parte de la vida, de la música para mí, de los colores para el pintor, de las formas para el ebanista. Sepamos que cuando uno ríe hay otro que llora, y al revés. Y saber respetar el derecho del que quiere ser gordo, el que quiere ser flaco, y del que quiere cambiar de sexo, porque hay quienes tienen un espíritu en un cuerpo cambiado; la vida también se equivoca a veces.

—¿Queda en uno tener la fuerza de buscar otro camino?

—Creo que nosotros también somos buscadores. El hombre es un buscador de cosas y sensaciones, y eso se trasmite en la música. Con los años, logré encontrar que mi juventud no radica en tener o no arrugas, sino en ser joven sin importar la edad cronológica, la juventud está en el espíritu, en el cerebro. Hay que aprender a ser libres también.

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