Desde hace 14 años, la Universidad Nacional del Litoral (UNL), como lo hace con otras áreas vinculadas a la cultura, tomó en cierta forma la posta en materia de lo escénico en la ciudad de Santa Fe, no casualmente en tiempos de reconstrucción y recuperación tras su más feroz inundación, con la gestión de un encuentro de pequeña dimensiones, sin pretensiones, que lejos de intentar nuevos despegues hoy agrupa danza y teatro bajo el genérico Argentino de Artes Escénicas y que, cada noviembre, de alguna manera, cierra el mapa de festivales o encuentros en la Argentina con una programación que apela a lo federal. De movida, eso no es poco, en tiempos donde la centralidad porteña pareciera haber cooptado otros escenarios o criterios de selección que dejan afuera al teatro de las provincias.
En ese marco, buscando potenciar la producción nacional, con una programación de 16 espectáculos presentados durante nueve jornadas y algunas actividades de extensión por fuera de esa programación, tuvo su estreno en el marco de la apertura La jauría de las damas, dirigida por el santafesino Adrián Airala, que dio el puntapié inicial a una programación que sumó elencos de Rosario, Buenos Aires, Córdoba, Paraná, Tucumán, La Rioja, Mendoza y Cipolletti, que por estos días se mostraron en el Foro Cultural UNL, que está cumpliendo diez años; el histórico Teatro Municipal (en sus dos salas), el Centro Cultural Provincial y el Teatro La Abadía.
Perras de cómic
Apelando a lo político como materia (quizás a su más inefable incorrección), La Jauría de las damas, el estreno de la Comedia UNL 2017, con dramaturgia y dirección del talentoso Adrián Airala, fue la obra ganadora de la Convocatoria UNL Espacio de Representación (Trayectoria, producción 2017); del mismo modo Transmuteiyon lo fue con la danza, propuesta con dirección de Gastón del Porto, un híbrido aún en proceso pensado para espacios urbanos, en el marco del proyecto “El cuerpo todo. Cuerpo disciplinado”.
Como cuatro erinias o gárgolas sanguinarias, herederas de un cómic bizarro y algo decadente, a instancias de un universo gótico creado desde lo plástico (vestuario y escenografía) por el notable trabajo de la artista visual Fernanda Aquere, La jauría de las damas propone una profusión de discursos que, si bien irán encontrando sus carriles en términos orgánicos, ponen en primer plano un texto inteligente escrito por Airala, también actor, aquí al frente del Grupo África, integrado por las notables actrices Adriana Rodríguez, Susana Formichelli, Marisa Ramírez y Najla Raydan, con el entrenamiento corporal de Claudia Paz Hernández Melville.
Miscelánea de pulsiones y diatribas que ganan vuelo cuando aparece el humor y lo metateatral (cuando se hace alusión al teatro, la actuación y sus exigencias), ya sea en tono pueril, bizarro o irónico, las damas en cuestión se paran en el absurdo del mundo contemporáneo con una derecha que radicaliza su poder a nivel planetario, de cara a un imperio que “nunca pierde, siempre cambia de métodos”. Diestra, Siniestra, Manucha y Navaja, personajes parapetados estéticamente, también, en el imaginario de los films de Tim Burton, vomitan sus mensajes y agitan su sensualidad expresionista, al tiempo que son “capaces de amar hasta el naufragio y odiar hasta el absurdo”, agitando las acciones con momentos muy logrados de actuación, entre su condición de premeditada maldad pero sin perder cierta inocencia que es propia de los “malos” del cómic que siempre terminan empatizando con el público.
Espectáculos probados
Pocas veces una programación resulta tan acertada, más allá de que se trata de espectáculos probados tanto en sus temporadas de origen como en los recorridos realizados por otros festivales y encuentros nacionales o internacionales. Tras el paso siempre arrollador de la Comedia Cordobesa con su inagotable versión de Eran cinco hermanos y ella no era muy santa, de Miguel Iriarte, ahora atravesada por la lógica cuartetera en una especie de musical con inconfundible sello cordobés y bajo la dirección de David Piccotto, el Argentino 2017 que finalizó anoche ofreció verdaderas gemas de la escena nacional. Entre ellas, aparece en un primer plano Gurisa, de Toto Castiñeiras, un bello y poético ensayo sobre la resistencia del cuerpo de un grupo de mujeres encarnadas por hombres, en la Pampa argentina, a instancias del paso de la Conquista del Desierto. Material singularizado por un modo personalísimo de entender y atravesar el relato entre el danza y el teatro, apoyado por un potente vestuario y un modo único de entender el uso de la luz diseñado por Omar Possemato, Gurisa, que se inscribe en lo más alto de la escena argentina, propone una nueva manera de poner en escena la gauchesca.
También se destacaron Amar amando (o los ojos de la mosca), del director tucumano César Romero, por su investigación acerca de las deformidades político-ideológicas en el contexto de una familia atravesada por la historia del peronismo, con grandes actuaciones, como así también el espectáculo de Paraná El Cruce, adaptación del cuento homónimo de Sebastián Borkoski y relatos de Horacio Quiroga dirigido por Gabriela Trevisani, o la majestuosa performance del rosarino Luis Machín con El mar de noche, texto de Santiago Loza bajo la dirección de Guillermo Cacace.
Desde las lógicas del cuerpo, y de su “no resistencia” frente a ciertas normas del mercado, la publicidad y las incongruencias de los concursos de belleza que normalizan una estética, se vio el potente trabajo mendocino Relato en fiel simetría, de Luisa Ginevro, que se revela como una crítica a esta variable (en esa provincia se eligen reinas en el marco de la Fiesta de la Vendimia) a partir de una especie de manifiesto escénico en relación con las deformaciones “impuestas” al cuerpo femenino, a través de una instalación viva de carácter performático en el que dos actrices-bailarines silentes accionan sobre sus propios cuerpos, y van desde la belleza hacia una deformidad que las iguala, con un mensaje que se instala radicalmente en lo político, acerca de las violencias que la sociedad contemporánea ejerce sobre las mujeres en sus distintas formas.
También se vio el conmovedor espectáculo de teatro con objetos de Cipolletti, No quiero morir desnudo, de Jorge Onofri y César Brie, dirigido por el primero, donde sabiamente la vejez no es vista desde la redención o idealización sino desde su costado más humano y al mismo tiempo doloroso.
Cerrando una lista de hallazgos, y como ya lo ha hecho en otros festivales, aparece destacada la puesta porteña El amor es un bien, dirigida por Francisco Lumerman, una bella, poética y muy política versión de Tío Vania, de Anton Chéjov, instalada en un hostel en Carmen de Patagones, con el destacadísimo desempeño de José Escobar.
Finalmente, cuando al cierre de esta edición se presentaban Tierra de nadie, de la talentosa coreógrafa cordobesa Cristina Gómez Comini, y Fugaz. Pura comedia improvisada, de Osqui Guzmán, dos espectáculos rosarinos de producción reciente marcaron grandes momentos en este Argentino. Se trató del poético ensayo permanente de Rosario Imagina El arbolito rojo, bajo la dirección de Rody Bertol, material que en su insoslayable vitalidad deja entrever algo del sueño de juventud, algo de aquello perdido a lo que siempre hay que volver para poder mantener vivos principios e ideales, y Laurita tiene muchas cosas que hacer, de Ricardo Arias, con la actuación de Laura Copello, otro espectáculo de teatro con objetos que muestra a una mujer encendida y algo perturbada en la antesala de un viaje en el que el equipaje se compone de los elementos imprescindibles que necesita para reconstruir sus recuerdos, tanto literal como metafóricamente.