Observatorio

206 años del combate de San Lorenzo

Aquel negro Cabral, soldado heroico

"Déjenme, compañeros. ¿Qué importa la vida de Cabral? Vayan ustedes a pelear que somos pocos", fue la frase que dijo Juan Bautista Cabral, según entiende el fraile Herminio Gaitán


Por Carlos Del Frade

A la sombra de un pino añoso, que todavía se conserva, en el huerto de San Lorenzo, firmó en seguida el parte de la victoria, cubierto aún con su propia sangre y con el polvo y el sudor del combate.

Los moribundos recibieron sobre el mismo campo de batalla la bendición del párroco don Julián Navarro, que durante el combate los había exhortado con la voz y el ejemplo.

Y para que ningún accidente dramático faltase a este pequeño aunque memorable combate, uno de los presos canjeados con el enemigo fue un lanchero paraguayo, llamado José Félix Bogado, que en ese día se alistó voluntariamente en el regimiento. Este fue el mismo que trece años después, elevado al rango de coronel, regresó a la patria con los siete últimos granaderos fundadores del cuerpo que sobrevivieron a las guerras de la revolución desde San Lorenzo hasta Ayacucho, concluye Mitre su crónica sobre aquel 3 de febrero de 1813.

Agregaba que el combate de San Lorenzo, “aunque de poca importancia militar, fue de gran trascendencia para la revolución. Pacificó el litoral de los ríos Paraná y Uruguay, dando seguridad a sus poblaciones; mantuvo expedita la comunicación con el Entre Ríos, que era la base del ejército sitiador de Montevideo; privó de esta plaza de auxilio de víveres frescos con que contaba para prolongar su resistencia; conservó franco el comercio con el Paraguay, que era una fuente de recursos, y sobre todo, dio un nuevo general a sus ejércitos y a sus armas un nuevo temple.

Tres días después del suceso, la escuadrilla española, escarmentada para siempre, descendía el Paraná cargada de heridos en vez de riquezas y trofeos, llevando a Montevideo la triste nueva. Al mismo tiempo, San Martín regresaba a Buenos Aires.

El entusiasmo con que fue festejado su triunfo en la capital, lo vengó de las calumnias que ya empezaban a amargar su vida, presentándole como un espía de los españoles que tuviese el propósito secreto de volver contra los patriotas las armas que se le habían confiado”, analizaba más en tono político.

Aquellos cantitos del combate

—¡Viva el rey! -gritaban los españoles que desembarcaron en las barrancas de San Lorenzo aquel 3 de febrero de 1813.
—¡Viva la revolución! -contestaron los granaderos y los sesenta milicianos populares rosarinos que venían comandados por Celedonio Escalada.

Cuenta el historiador Miguel Ángel De Marco hijo que “el 9 de octubre de 1812, los realistas habían saqueado San Nicolás y dado muerte al presbítero Miguel Escudero. Tres días más tarde, cinco buques habían pasado frente a Rosario, cuyo vecindario huyó a las estancias cercanas. Para defenderse, el comandante militar sólo contaba con treinta fusiles en malas condiciones”.

El 3 de febrero, coinciden distintas fuentes históricas, el combate fue breve pero sangriento.

Es llamativo el grito por la revolución que caracterizó a los granaderos y a las milicias populares rosarinas. La revolución era una palabra que adquirió sentido en el programa de la primera junta de gobierno, el llamado Plan de Operaciones, escrito por Mariano Moreno a sugerencia de Manuel Belgrano.

“…¿qué obstáculos deben impedir al gobierno, luego de consolidar el estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar unas providencias que aún cuando parecen duras para una pequeña parte de individuos, por la extorsión que pueda causarse a cinco mil o seis mil mineros, aparecen después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos a favor del estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos?”, se preguntaba y proponía, al mismo tiempo, Mariano Moreno, el primer desaparecido de la historia nacional.

Un estado libre, independiente y nuevo que se erige como motor del desarrollo económico yendo en contra de las riquezas agigantadas en pocos individuos para luego distribuirlas. Moreno, además, sostenía el “sistema continental” de la “gloriosa insurrección”.

La aparición de San Martín y su relación con el cura Navarro y el comandante popular Escalada genera un puente entre los proyectos personales y colectivos.

Navarro seguirá haciendo pastoral política junto a los que buscan la liberación en aquel primer ejército popular latinoamericano en operaciones, el de los Andes y Escalada, felicitado por San Martín, será declarado “ciudadano americano de las Provincias Unidas del Río de la Plata”, por la asamblea constituyente de aquel año 1813.

Los paisanos que sangraron en San Lorenzo junto a San Martín, Navarro y Escalada, seguirían fieles a su proyecto colectivo de transformación.

Por eso el rancherío sería incendiado por los ejércitos de Buenos Aires. Porque los pueblos del Litoral seguían, porfiadamente, adhiriendo a la revolución política y social que proponía Artigas. Y allí, en medio de ellos, estaba el esclavo negro y peón de campo Juan Bautista Cabral.

El peón heroico

–Déjenme, compañeros. ¿Qué importa la vida de Cabral? Vayan ustedes a pelear que somos pocos– fue la frase que dijo Juan Bautista Cabral, según entiende el fraile Herminio Gaitán del convento San Carlos de San Lorenzo en su investigación sobre el combate. Dos horas después, según el sacerdote historiador, en el refrectorio del monasterio –utilizado en ese momento como banco de sangre y sala de primeros auxilios– repitió la frase antes de morir.

Para el investigador Norberto Galasso, en su imprescindible “Seamos libres. Vida de San Martín”, en cualquier caso, “lo más probable es que en el soldado correntino, en situación de muerte, haya brotado espontáneamente su lengua originaria por encima de la educación, prejuicios y modales y entonces haya dicho: Avyá amanó ramo yepé, ña jhundi jheguere umí pytaguá, expresión guaranítica de la frase que pasaría a la historia.

Así lo sostiene criteriosamente Fray Herminio Gaitán: “Palabras dichas en guaraní”. También razonablemente, Gaitán sostiene que San Martín las escucha y las traduce, luego, al español, cuando las incorpora al parte de batalla, pues es tan natural que San Martín no dominase el idioma inglés, como que entendiese el guaraní”, sostiene el historiador.

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