Ciudad

Una historia singular

Apuntes para el 125º aniversario del Banco Municipal

El Banco Municipal es la única institución bancaria del país que ha conservado su carácter público en la órbita de un municipio. No sin grandes esfuerzos, por cierto, como la resistencia de los trabajadores a los intentos privatizadores de los años 90 del siglo pasado


Visitar el pasado desde el presente es una tarea que entraña ciertos riesgos. Darle sentido a esa empresa es un desafío. Porque, por ejemplo, ¿qué importancia puede tener para nosotros –atribulados rosarinos que transitamos en el marco de una pandemia mundial el primer cuarto del siglo XXI– que un banco, una institución que podemos ver, no exentos de razón, como impersonal, ligada al frío quehacer económico, cumpla 125 años? Sin el contexto, sin conocer los detalles, sin saber de las pasiones humanas que se conjugaron en esta empresa y la proyección que tendría en la mejora de la vida de la ciudad, pasaríamos de largo. Y sería, ciertamente, injusto.

Porque la singular historia de la fundación del Banco Municipal de Préstamos y Caja de Ahorros, nombre con el que vio la luz el Banco Municipal de Rosario, está íntimamente ligada a valores que se impondrán luego, con el devenir de los tiempos y hasta la actualidad, como una marca indeleble de la ciudad: la sensibilidad y la solidaridad.

Finales del siglo XIX. Rosario está comenzando a atravesar un proceso de crecimiento que la llevará a ser una de las principales urbes del país. Su activo puerto, el creciente nudo ferroviario que potencia el comercio, el poderoso y sostenido desarrollo agropecuario y el incipiente industrial van configurando una metrópolis que deja atrás la aldea colonial. Y de la mano de esa transformación económica va consolidándose una nueva realidad social, más dinámica, en la que la inmigración juega un papel central. El incremento poblacional asociado a la llegada de miles y miles de mujeres y hombres de distintas partes del mundo, principalmente de Europa, van modelando un rico mosaico social y cultural.

Y aparecen nuevas tensiones. Porque pese a esta promisoria realidad local, el país no atraviesa un buen momento y la crisis repercute con mayor dureza, como siempre, en los sectores más débiles. En ese nuevo entramado social no existen, o son muy exiguos, los apoyos institucionales para socorrer al ciudadano que atraviesa dificultades económicas, que para paliar sus emergencias se ve obligado a recurrir a un sistema de préstamos usurarios (Para entender un poco más esta realidad es bueno recordar que recién comienzan a darse luchas por la obtención de derechos que ahora nos parecen absolutamente naturales, como las ocho horas de trabajo).

En este contexto y con estas circunstancias las fuerzas de la historia depositarán en escena a un grupo de hombres y mujeres –la gran mayoría anónimos– que se dieron a intentar remediar, como pudieran, estos males, el mayor de los cuales identificaban con la usura. Entre ellos destacan Floduardo Grandoli, que al momento de impulsar la creación del banco (en la forma de un montepío), en diciembre de 1893, era intendente de la ciudad; Eudoro Díaz, quien en el Concejo Deliberante defendió el proyecto de los mezquinos intereses –ligados a la usura internacional– que intentaban frenarlo; y Alberto J. Paz, el intendente municipal que poco más de dos años después concretaría la apertura del banco, un 1º de febrero de 1896.

Estos hombres, que no eran representantes de los partidos políticos populares en el sentido que hoy conocemos, provenían de hogares acomodados. Pero protagonizaron una verdadera epopeya, enfrentando intereses muy poderosos. Fueron personas excepcionales. Sensibles y solidarias.

Floduardo Grandoli, miembro de una tradicional familia rosarina, moriría muy joven, en diciembre de 1897, asesinado en plena calle cuando era jefe de la Policía –Jefe Político de la ciudad–, en un episodio digno del argumento de un policial negro que sacudió a la ciudad en su tiempo. En su nota proponiendo la creación del banco, había expresado: “En el Rosario existen por desgracia numerosas casas encubiertas bajo la denominación de montepío (monte de piedad), y que no son otra cosa que centros de usura donde no solo se explota al necesitado que va allí aguijoneado por la necesidad de empeñar una prenda u objeto más caro para satisfacer los apremios del hambre, sino que también se da guardia segura a los artículos robados…” Y remataba: “Esta intervención (por la creación del banco) cree prestar al municipio de Rosario un importante servicio con el establecimiento proyectado, y a las clases trabajadoras las resguarda de ser expoliadas”.

Retrato de Floduardo Grandoli, impulsor del Banco Municipal.

 

A Eudoro Díaz, un brillante educador, tarea a la que dedicó la vida, le tocó enfrentar en el Concejo las presiones de los acreedores ingleses, que proponían que el dinero que iba a destinarse a la fundación del banco se utilizara para saldar parte de la deuda que el municipio tenía con la banca extranjera. Díaz retrucó que de plantearse las cosas de ese modo “la Municipalidad estaría intervenida por prestamistas extranjeros, afectándose su autonomía”, e inclinó el debate hacia la aprobación de la ordenanza de creación. Moriría en abril de 1896, tres meses después de que el banco iniciara sus operaciones en su primera sede de calle San Juan entre San Martín y Maipú.

Desde allí hasta nuestros días pasaron 125 años y los protagonistas de las distintas etapas de la vida del banco han respetado esa suerte de legado que representó la épica fundacional. No fueron pocos, a lo largo de su existencia, los debates sobre el rol y los rumbos, en un mundo profundamente marcado por el éxito económico, que no es necesariamente coincidente con la felicidad o la satisfacción de las necesidades de la gente.

El Banco Municipal no es una institución bancaria más. De hecho, es la única del país que ha conservado su carácter público en la órbita de un municipio. No sin grandes esfuerzos, por cierto, como la resistencia de los trabajadores a los intentos privatizadores de los años 90 del siglo pasado.

Y acompañó siempre el desarrollo de la ciudad, con mirada social y esa impronta de sensibilidad y solidaridad que son su marca distintiva.

Hacia el Primer Centenario de la Revolución de Mayo, cuando aún contaba pocos años, el banco asume un perfil distintivo: por una parte, lidera las suscripciones de aportes para obras emblemáticas de la ciudad, como el Hospital del Centenario y la Biblioteca Argentina; y por otro, refuerza un perfil que apenas había desarrollado hasta ese entonces: el apoyo crediticio a las pequeñas empresas y el fomento de la creación de trabajo, que son hoy una de sus principales razones de desarrollo.

Cuando los tiempos fueron favorables y desde lo local se podían encarar sueños ambiciosos el Banco Municipal ejecutó un proyecto señero a nivel nacional: La Vivienda del Trabajador, en la segunda y tercera década del siglo XX, dando vida a más de un millar de casas para sectores populares que hoy sobreviven y dan una impronta arquitectónica propia a los barrios Parque, Sarmiento y Godoy.

Y cuando los avatares del país obligaron a empresas más modestas, el banco siguió presente: financiando pavimentos, redes cloacales, núcleos básicos para viviendas populares; con créditos hipotecarios cuando la coyuntura marca su viabilidad; préstamos para consumo o para paliar emergencias.

Siempre ampliando, poco a poco, su presencia en los barrios a través de sus sucursales, para lograr una mayor cercanía con los vecinos y satisfacer sus demandas. E incorporando permanentemente tecnología, adaptando la organización con mejores prácticas y capacitando a su personal para llegar a los clientes de la manera más eficiente y con menores costos.

Los desafíos del presente

Un salto en el tiempo y encontramos hoy una sólida organización de servicios bancarios y financieros, atenta a satisfacer, como hace 125 años, las necesidades más urgentes de los vecinos de la ciudad, sus empresas y su entramado productivo, con una mirada social, sensible y solidaria, siguiendo las políticas diseñadas por la Municipalidad de Rosario.

En ese camino y con esa orientación, los desafíos del presente pasan por un ajuste permanente a la realidad, fomentando la inclusión financiera y conjugando distintas iniciativas como el desarrollo de nuestra división de Mandatos y Negocios y el apoyo permanente a los pequeños emprendedores, en dos escalas de trabajo disímiles pero necesarias y convergentes.

En un mundo, un país, una provincia, una ciudad duramente golpeados por una pandemia histórica, catastrófica y paralizante, sin embargo el Banco Municipal no baja los brazos y no se detiene. Permanentemente acompaña al Municipio como una herramienta más en la tarea de afrontar la emergencia, planificando además la construcción del futuro, que deparará también nuevos desafíos como el robustecimiento de todo lo que tiene ver con el desarrollo de lo digital en una nueva escala.

Un futuro que también deberá ser, necesariamente, más sustentable. Y en ese sentido el banco profundizará su apoyo al desarrollo de energías renovables, cuyo símbolo será la inauguración, en los próximos días, de una instalación de paneles solares fotovoltaicos para generación eléctrica en el techo de su casa central de calle San Martín 730.

Este año, además, será de una importancia particular para la centenaria banca pública de la ciudad, porque marcará el estreno de una herramienta novedosa, única, afín a su esencia y objetivos: por primera vez en la historia el BMR presentará un Balance Social, una innovadora herramienta de gestión que permitirá mostrar no sólo los resultados económicos de su ejercicio, sino que además reflejará ponderados los aspectos sociales y ambientales inherentes a su programa de trabajo.

Toda una revolución, a la altura de los nobles sueños y objetivos de esos visionarios rosarinos y rosarinas que construyeron estos 125 años de historia.

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