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Antes del Holocausto: “Con ardiente preocupación”

El 21 de marzo de 1937, se conoció públicamente la encíclica del papa Pío XI, llamada Mit Brennender Sorge, que traducida del alemán  significa Con ardiente preocupación.

Por: Pablo Yurman (*).- El 21 de marzo de 1937, se conoció públicamente la encíclica del papa Pío XI, llamada Mit Brennender Sorge, que traducida del alemán al castellano significa Con ardiente preocupación. Era la primera encíclica escrita en alemán, abandonando la costumbre que fijaba al latín como lengua empleada en el original. Por el contenido de dicho documento su publicidad trascendería ciertamente las fronteras de Alemania, provocando sensación en todo el mundo ya que fue la primera condena concreta al régimen nacionalsocialista instaurado en aquél país en 1933 y personificado en Adolf Hitler.

Antecedentes de la encíclica

Si bien el papa Pío XI, quien ya se encontraba enfermo y gobernaría la Iglesia hasta comienzos de 1939, fue quien firmó el documento, la mayor parte de los historiadores reconocen en el entonces cardenal Eugenio Pacelli, quien se desempeñaba como secretario de Estado del Vaticano y sería elegido Papa en 1939 (elegiría el nombre de Pío XII), como su colaborador más cercano a la hora de elaborar las grandes líneas del documento.

Alemania y la Santa Sede habían firmado en 1933 un concordato (tratado) por el que, más allá de su contenido, ambas partes buscaban cosas distintas: el régimen presidido por Hitler intentaba legitimarse internacionalmente. Por su parte, la Iglesia, históricamente perseguida en tierras germánicas desde la reforma luterana del siglo XVI, necesitaba que se reconocieran por escrito algunos derechos tales como, por ejemplo, a profesar libremente y públicamente el culto, habilitar universidades, fundar colegios y fundaciones, etc.

En la firma del concordato de 1933 tuvo participación Pacelli quien era por entonces nuncio apostólico en Berlín. Sin embargo, el Vaticano no tenía expectativas de cumplimiento de las cláusulas del tratado por parte de Hitler. Una anécdota cuenta que el embajador británico en Berlín le preguntó por aquellos días al futuro papa Pío XII si creía que el dictador alemán respetaría el acuerdo recién firmado, a lo que Pacelli habría contestado: “Por supuesto que no lo hará. Lo único que podemos esperar es que no deje de cumplir todas las cláusulas al mismo tiempo”.

La intuición diplomática de Eugenio Pacelli no fallaría, y así fue que apenas firmado el concordato, comenzaron a llegar al Vaticano notas de distintos obispos alemanes alertando sobre el reiterado incumplimiento de las obligaciones asumidas por el Estado alemán.

Sin embargo, y pese a que la encíclica que ahora comentamos dedicó varios párrafos a denunciar lo que el Papa consideraba reiterados y flagrantes incumplimientos a lo acordado, no se limitaría sólo a denunciar lo que ya era bastante obvio. Hay que tener en cuenta que si bien la Gestapo (la policía secreta del régimen) conoció horas antes que se daría lectura del documento, se dispuso no impedir su lectura para no generar mayor alboroto. Lo cierto es que con posterioridad al 21 de marzo de 1937 muchos sacerdotes y laicos fueron apresados y encarcelados.

Un régimen inhumano y despótico

Era por entonces bastante notorio que el nazismo quería erigir una iglesia de los cristianos alemanes, separada tanto del catolicismo como de las distintas ramas del protestantismo. ¿Pero cuáles eran las “bases” de un culto de tales características? El Papa las explicita con rigurosidad al decir: “No puede tenerse por creyente en Dios el que emplea el nombre de Dios retóricamente, sino sólo el que une a esta venerada palabra una verdadera y digna noción de Dios. Quien con una confusión panteísta, identifica a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo o deificando al mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes”.

Y más adelante, aludiendo a Hitler aunque sin nombrarlo, dice: “Ni tampoco lo es quien, siguiendo una pretendida concepción precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado sombrío e impersonal…”.

En uno de los párrafos que debe haber desatado la ira de los líderes nazis afirma con claridad que nada puede estar por encima de la dignidad de cada persona, con estas palabras: “Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aún de los valores religiosos y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a esta”.

Derechos Humanos

En 1937, en las vísperas del período más oscuro del siglo XX, era ciertamente difícil encontrar alguien que defendiera la vigencia de lo que hoy llamamos derechos humanos. Los horrores de la Segunda Guerra Mundial harían que por auspicios de la ONU se firmara, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Entre sus antecedentes figura esta encíclica, en la que el Papa con una década de anticipación expresó: “Fíjase aquí nuestro pensamiento en lo que se suele llamar derecho natural, fijado por el dedo mismo del Creador en el corazón humano y que la razón es capaz de descubrir… Las leyes humanas que están en oposición insoluble con el derecho natural, adolecen de un vicio original, que no puede subsanarse ni con las opresiones ni con el aparato de la fuerza externa”. Y critica a quienes reducían el orden jurídico a la letra fría de la ley alertando que por esa vía se olvidaba que “el hombre como persona tiene derechos recibidos de Dios, que han de ser defendidos contra cualquier atentado de la comunidad que pretendiese negarlos, abolirlos o impedir su ejercicio”.

Como podrá advertir el lector, el tribunal que luego de la guerra condenó en Nüremberg a los criminales por delitos de lesa humanidad vio facilitada su tarea y hasta tomó prestados algunos conceptos desarrollados varios años antes por Pío XI, aunque no se lo citara con asiduidad como quizá hubiera correspondido por elementales cuestiones de copyright.

(*) Abogado y docente universitario

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