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11 de Septiembre. Día de la Maestra y el Maestro

Anécdotas que hablan del trabajo y el corazón en el aula 

Historias breves que relatan cómo se ejerce el oficio de enseñar en un tiempo hostil. El lugar de los afectos, una clave para afianzar los aprendizajes en la pandemia


Lucía Marconetto

Marcela Isaías 

Un títere que oficia de mediador en la clase y una ronda donde las palabras se ponen en común para hablar del derecho a jugar. La canción más conocida se vuelve de pronto un momento único y descubrir que la solidaridad y la alegría se pueden fomentar como una práctica de vida. Todo eso puede pasar en una escuela, de la mano de maestras y maestros que hacen de cada vivencia una oportunidad de aprendizaje.

Docentes de diferentes realidades comparten anécdotas de este tiempo de trabajo en la pandemia. Esas historias tan breves como potentes que revelan cómo los afectos son sustanciales para aprender.

“Los vínculos generacionales que se traman en la vida en las escuelas funcionan como soporte afectivo en la medida que ayudan a tramitar el dolor social”, dice la doctora en educación Carina Kaplan.

La educadora –consultada por Septiembre– considera que “la experiencia inédita de la pandemia puso de relieve la importancia del cuidado como práctica relacional”.  Y es justamente en la vida escolar donde “se aprende sobre la sensibilidad por el otro, sobre el cuidado de sí y de los demás”.

Así pensado –agrega– “la escuela es indudablemente una institución que deja huellas” y donde “la experiencia intersubjetiva escolar significa implicarse en la humanidad de los otros”.

Cuando las anécdotas entran a rodar –entiende la educadora– se convierten también en una ocasión para entender cómo se configura la vida escolar. “El aprendizaje en la escuela se organiza a través de circuitos afectivos. Lo que sentimos individualmente se transforma en un aprendizaje compartido cuando se socializan las vivencias. Por eso es preciso legitimar todos los sentimientos para poder compartirlos y ponerse en el lugar del otro”.

Carina Kaplan es también profesora en las Universidades de Buenos Aires y de La Plata, además de investigadora del Conicet. Un tema clave de sus investigaciones es el de los sentimientos en la escuela.

Luisina Almada y Mabi Poremba

 

“¿Y el barbijo?”

Mabi Poremba y Luisina Almada son maestras de 5° grado de la Escuela N° 798 Vicente A. de Echevarría. Mabi también trabaja en la Escuela N° 94 y Luisina en la N°154 Julio Bello. Siempre de Rosario.

Se conocieron días antes de la pandemia. Cuando Luisina llegó (es de Villa Mugueta) a la escuela 798, recién titularizada como maestra y a compartir los 4° grados con Mabi. “Solo cuatro días de estar juntas”, dicen de cómo el aislamiento obligó a repensar todos los planes. En vez de “maestras paralelas” y trabajar por áreas, dieron paso a los proyectos comunes. Las redes y la comunicación por WhatsApp hicieron su aporte también.

“Priorizamos el vínculo”, marcan dónde se pararon para enseñar en una situación nunca vivida y donde había que echar mano a lo conocido y no también. Pero sin dudas el personaje clave que alentó los encuentros fue “Manu”, un títere que crearon las maestras inspiradas en Manuel Belgrano.

En 2020, sus alumnas y alumnos cursaban el 4° grado, donde la promesa a la bandera y la historia más cercana atraviesan la currícula diaria.

Llegó 2021 y también el regreso a la presencialidad. Hasta entonces en el  grado sólo conocían a “Manu” a través de los videos. Era el mediador en los aprendizajes.

Contenta con el retorno, Mabi sacó el títere en el medio del aula, pero sin reparar que el personaje no tenía barbijo. “Seño, no está cumpliendo con el protocolo”, le marcaron automáticamente las chicas y los chicos. La maestra enseguida siguió ese juego creativo dado por el diálogo para salir del apuro: “¡Pero Manu cómo te olvidaste el barbijo!”.

“Justo tenía otro en el bolsillo, se lo puse y seguimos la charla sobre los protocolos. Pero ellos tienen reclaras las medidas de cuidado”, valora Mabi junto a Luisina. Las dos rescatan el engranaje de propuestas pedagógicas apoyadas en lo lúdico y el afecto que desplegaron en este tiempo tan hostil.

Analía Del Fante

 

La palabra más valiosa 

María Soledad Chervo es maestra de nivel inicial en la Escuela N° 144 Juan Larrea de General Lagos, donde tiene a su cargo la sala de 5 años. También es cientista de la educación y cursa un doctorado en la materia en la Universidad Nacional de Rosario (UNR).

En 2020 transcurrieron las horas de jardín comunicados principalmente por WhatsApp. “Siempre con propuestas lúdicas”, apunta. Pero lo esperado era el retorno al encuentro en la salita que pudieron concretar en 2021. “Nunca han sido más preciados para mí esos espacios de presencialidad. Lo gestual, el poner el cuerpo es único en educación, creo que es irremplazable”, afirma.

Y llegó el día en que entraron a la sala del jardín. María Soledad les propuso sentarse en ronda cada quien en su silla. “Las miradas, el cuerpo, los gestos cobraban movimiento, las palabras no paraban de salir. Ese día los turnos de intercambio costaron mucho, ya que todos querían poner en palabras sus vivencias, experiencias”, dice la maestra.

El espacio quedó habilitado para hacer Filosofía para niños, un momento del día donde el acento está puesto en “aprender juntos a expresarnos, a defender y  fundamentar ideas. A pensar qué puede hacer cada uno por el bien común”. Es allí –señala– donde las chicas y los chicos fascinados expresan sus sentimientos y exponen sus preguntas.

En uno de esos encuentros trabajaron el derecho a jugar. “Trabajamos que es un derecho. Simón decía, «una pregunta»; Malena, «un camino»; India decía «una palabra»; Ignacio «tener amigos»; Lorenzo «venir al jardín». Apareció Iara diciendo «divertirse»; y otro Nacho diciendo «jugar»; también Renzo, que dijo «disfraces» y Nereo, «jugar a ser»”.

María Soledad rescata de ese encuentro el diálogo y la construcción colectiva lograda. Las respuestas sobre el derecho al juego fueron llevadas también a los cuadernos que ofician de bitácoras personales, donde cada quien se queda con la palabra que siente como más valiosa.

María Soledad Chervo

 

Militar la alegría 

Lucía Marconetto es maestra de los 1° y 2° grados de la Escuela N° 613 Ovidio Lagos de Rosario. Una escuela donde, asegura, se trabaja muy bien con las familias, algo muy alentador para transitar la pandemia.

Lucía también es militante sindical. Justo antes del aislamiento obligatorio desarrollaba un trabajo territorial en el barrio Los Pumitas. Y aunque se propone mantener distancia entre lo que hace en la escuela y en la comunidad, la práctica le dice otra cosa.

Esto pasó en diciembre de 2020 cuando desde el barrio les pidieron una mano para reunir juguetes para la Navidad. “Nos vimos en un apuro tremendo. Teníamos que juntar 200 juguetes en menos de 10 días. Lo organizamos junto al Frente de Trabajadorxs de la Educación”, repasa Lucía.

El llamado lo subió a su estado de WhatsApp y circuló en las redes. También les pidió ayuda a sus compañeras docentes. Y sin que fuera directamente a las madres de la escuela donde trabaja, estas se enteraron.

“Esas madres se organizaron para juntar los juguetes, para traerlos a mi casa y hacer turnos para lavarlos y dejarlos en condiciones. Mi casa se transformó en una juguetería”, celebra Lucía de lo que define como una movida muy significativa.

“Mi infancia fue muy feliz. Yo iba feliz a la escuela. Tuve posibilidades de conocer mundos distintos. Es por ahí la tarea que nosotras tenemos que hacer, más allá de si presencialidad sí o no. Se trata de poder alojar a todas las infancias”, discurre Lucía sobre una tarea que requiere militar la alegría en todos los frentes.

Maxi Ponzetti

 

Entre juegos y risas

Maxi Ponzetti es maestro de 5° grado de la Escuela N° 1333 Dalagaic Quitagac (Nueva Esperanza). Una escuela intercultural bilingüe de Rosario.

El relato de Maxi arranca por el momento más difícil de la pandemia: el del aislamiento sanitario más estricto que obligó a las escuelas a permanecer sin presencias físicas durante largo tiempo. Una situación que para la realidad de la Escuela 1333 se agudizó por no tener acceso a la conectividad.

“El vínculo con los chicos y las chicas se dificultó completamente, sabiendo lo que eso significa para los y las docentes en la actualidad”, confía Maxi.

Pero 2021 llegó con la posibilidad del retorno presencial y el día que se festeja a las infancias fue una ocasión para fortalecerse en el encuentro. “Aprovechamos la oportunidad de celebrar el Día de la Niñez con una jornada recreativa, lúdica y con mucha música. La pasamos de una manera increíble entre los juegos y las risas, haciéndonos olvidar aunque sea por un momento esta triste realidad que estamos viviendo. Esa sensación solo la pueden generar las niñas y los niños y su energía”, elige poner en primer plano el maestro.

Otra clase de educación física

Analía Del Fante es maestra de educación física en los Centros N° 2 y 15, donde confluyen alumnas y alumnos de distintas escuelas. También enseña en el profesorado del ISEF N°11 de Rosario.

Uno de los mayores retos que les planteó la pandemia a las profesoras y profesores de educación física fue adaptarse a la virtualidad. “Un lugar diferente al que tanto nos gusta estar como es el patio, en contacto con los alumnos, en el juego, mirando esas caritas que dicen más que las palabras”, asegura Analía.

Por eso hoy tiene la certeza que 2020 fue un año “difícil para todos pero también de mucho aprendizaje”. Para hacerle frente a esa realidad, entre las profesoras y profesores se dividieron tareas, pensaron actividades y fueron diseñando propuestas para “que todos las pudieran hacer, solos o con otros, con elementos que haya en cualquier casa, tenían que ser lúdicas, divertidas y aportar a la distracción de todos”. Con el correr de los días se sumaron las pantallas y ahí empezaron a conocer más de los hogares de sus alumnas y alumnos. Las familias agradecieron cada iniciativa.

En esos ensayos de hacer escuela en la pandemia, Analía recuerda un video muy especial que les llegó como respuesta a una actividad enviada. “Se trata de una canción muy conocida que les mandamos a las nenas y nenes de nivel inicial y que dice: «Soy una serpiente que anda por el bosque sumando una parte de su cola…» Nosotros siempre nos imaginamos que el video de vuelta sería a lo sumo con uno o dos hermanitos más cantando. Pero en aquel video vimos cinco nenes muy chiquitos, jugando, cantando esta canción en una casa muy precaria, muy pequeña, de piso de cemento, sumándose a esta actividad. Nos pusimos muy contentos, porque pudimos darles un momento de alegría y distracción a la familia”, rescata Analía de lo que también representó una valiosa oportunidad pedagógica.

 

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