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Estreno cine

Amor y sexo entre hombres en una cárcel chilena en los años 70

Una novela homoerótica ambientada en el Chile de los años 70 sirvió de disparador para el rodaje de "El Príncipe", coproducción que se conoció el jueves último en los cines locales y que implicó el elogiado debut en el largometraje del realizador trasandino Sebastián Muñoz


Una novela homoerótica chilena de los años 70, casi un folletín que lejos de las estanterías de las librerías se vendía en los quioscos y que eventualmente se había vuelto inhallable con el paso de los años, sirvió de disparador para el rodaje de El Príncipe, coproducción chilena que se conoció el jueves último en los cines locales (se puede ver en el complejo Cinépolis) y que implicó el debut en el largometraje del realizador trasandino Sebastián Muñoz.

Con algunos premios importantes en su haber, dado que fue galardonada con el Coral a la Contribución Artística en el reciente 41er Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, y en la Semana de la Crítica del 76° Festival Internacional de Cine de Venecia (2019) ganó el Queer Lion Award a la mejor película de temática LGBTI, la producción cuenta una dura historia de amor entre hombres que acontece tras las rejas de un penal en Chile poco antes de la llegada al poder de Salvador Allende.

Basada en el referido relato homónimo de Mario Cruz, El Príncipe cuenta la historia de Jaime, a cargo del actor Juan Carlos Maldonado, un joven veinteañero, solitario y narcisista, que termina en la cárcel porque mata a su mejor amigo, El Gitano, en un aparente arrebato pasional.

Ya en prisión, Jaime entabla una relación con un poderoso recluso, El Potro, personaje interpretado por el reconocido actor chileno Alfredo Castro, un hombre mayor respetado dentro de la cárcel, a quien se le acerca develando una profunda necesidad de cariño y, al mismo tiempo, su feroz deseo de reconocimiento.

Juntos establecen una estrecha relación de “amor negro”, como la llaman en la cárcel, lo que le permitirá a Jaime, ahora El Príncipe, descubrir los afectos y lealtades enfrentando al mismo tiempo las luchas de poder tras las rejas.

“Por azar encontré este libro (El Príncipe, de Mario Cruz) y no esperaba que detrás de la imagen de un libro barato de novela erótica encontraría un fantástico retrato de la sociedad chilena de aquellos años, a través de una historia de violencia, amor y sexo entre prisioneros, una homoerótica y cautivadora historia”, escribió Sebastián Muñoz acerca de su película.

El realizador Sebastián Muñoz en un momento del rodaje.

 

“Frente al hecho de ser un hombre gay en los 40 años, y además ser parte de una generación que se ganó su derecho de ser homosexual sin eufemismos, no puedo imaginar lo disruptivo que fue este libro en su tiempo para los conservadores e izquierdistas chilenos. Es por ellos que recojo esta historia y la llevo a la pantalla grande, traspasando toda mi experiencia como director de arte en la creación de espacios, arquitecturas, texturas y colores para construir el universo de El Príncipe”, completó el director, quien también mantuvo un contacto con El Ciudadano a través del correo electrónico.

El Príncipe es una película dura, compleja y al mismo tiempo, muy conmovedora. Filmada con una calidad y cuidado estético fuera de lo común, con una fotografía, dirección de arte y música exquisitas, y con grandes actuaciones, en un listado mayoritariamente de actores chilenos aparece el argentino Gastón Pauls, acaso afrontando el rol más complejo de su carrera, dado que el personaje se distancia radicalmente de sus trabajos previos.

—Es muy azaroso como llegó esa novela a tus manos. ¿Sabías de su existencia anteriormente y estaba en tus planes rodar una película de estas características y con esta temática?  

—A la novela no la conocía y en Chile sólo algunas personas saben de ella; así como tú lo dices llega a mis manos en el momento menos esperado. Yo estaba buscando narrar una historia de amor entre dos hombres, y cuando empiezo a leer la novela, ya en sus primeras páginas, me atrapó por su crudeza y su erotismo, que traspasó la lectura y me llevó a mis propios recuerdos de juventud; y en ese momento supe que la historia era para mí.

—¿Cómo trabajaste el guión para poder sostener todo el tiempo ese equilibrio que remarca el film entre lo poético y lo político, que pareciera ser una idea estructurante en términos narrativos?

—Fue dejando de lado los prejuicios y sin censurarme, trabajando con los cuerpos desnudos de estos hombres encerrados, solos y abandonados por la sociedad, carentes de afectos pero llenos de necesidades. Lo primero fue sacar de la novela todo el mundo más carcelario y sólo concentrarme en las historias simples propuestas por la novela, reforzando la cotidianidad de los personajes y las atmósferas que cada historia requería.

—Hay algo en la trama del film que termina por romper con la lógica de género en relación con hombres (o mujeres) encerrados y privados del contacto con el afuera que en algún momento, más allá de sus elecciones previas, terminarán encontrando afecto e incluso intimidad con personas de su mismo sexo.

—Eso es lo más importante para mí dentro de la película, ya que pongo a hombres encerrados, carentes en todo sentido, que sólo buscarán el afecto más allá del género y se moverán como animales desde su propio instinto, liberando la necesidad más básica del ser humano, que es amar y ser amado también.

—Y, para sumar a lo anterior, pareciera que el film intenta demostrar que la sexualidad está más ligada a cuestiones culturales impuestas que al verdadero deseo.

—Éste (Chile) es un país conservador, marcado por el patriarcado y sometido por una religión católica, que ha castrado la sexualidad y la ha convertido en el peor castigo para la sociedad por donde se lo mire. En la cárcel el concepto de “amor negro” nace desde la necesidad afectiva o carnal de estos hombres encerrados. Cuando cae la noche y todo se vuelve negro, es ahí cuando estos cuerpos se liberan y se transforman en uno solo.

—Es una película que transcurre arrancando los años 70; sin embargo las disidencias aún son perseguidas y cuestionadas en Chile como en gran parte de Latinoamérica, donde sigue imperando lo heteronormado. En ese sentido, ¿buscaste demostrar que después de las dictaduras y la vuelta de la democracia, y ahora con la derecha gobernando, las cosas no han cambiado tanto desde aquellos años?

—Nunca he querido demostrar nada; creo que las historias nacen y se revelan por sí mismas. En mi caso personal quería hablar del amor entre dos hombres, porque es así como amo yo también, y crecí en una familia donde la libertad y la verdad eran lo más importante y nunca se me prohibió o indicó a quién amar. Creo que un artista tiene que poner su mirada en las historias que ha vivido en primera persona, cuando ha sentido y sufrido como sus personajes para construir un universo que llegue a los espectadores. Ser homosexual en Chile, vivir como homosexual en Chile, sentir como homosexual en Chile fue y será castigado hasta que el patriarcado y las religiones castigadoras dejen de existir.

—Leí en alguna entrevista acerca de cierto prurito que aún hay en Chile con la desnudez masculina, algo que en la película aparece incluso como una decisión estética. De algún modo, ¿esa decisión tiene que ver también con lo político que encierra el film, y hasta qué punto suelen ser los mimos actores lo que oponen cierta resistencia particularmente a la desnudez frontal?

—Claramente el cuerpo desnudo sigue siendo un tabú, te crían avergonzándote de él, como si vestido uno fuera una mejor persona. En la película el cuerpo desnudo frontal sí es una herramienta dramática, estética y política al momento de narrar esta historia; tenemos que dejar de abusar del desnudo femenino como si fuera el único objeto de deseo. Y de codificar los cuerpos en una censura mental impuesta por la sociedad.

—Otro de los aspectos más notables del relato está en la relación de tensión que se teje entre el poder y el deseo que, si bien tiene su microclima carcelario, no es tan distinta de lo que pasa afuera.

—Creo que estar encerrado siete años sí te pone en otra realidad; cuando nadie te viene a ver, cuando sólo tienes a tu compañero de cama, su piel se transforma en la seda más suave que has tocado por primera vez en tu vida.

—La presencia del emblemático discurso del final de Salvador Allende y el comienzo de un tiempo de mucha inquietud en Chile luego truncado por la dictadura de Pinochet, ¿tiene como caja de resonancia este presente con los chilenos en la calle buscando detener la atrocidad de neoliberalismo y la derecha?   

—La novela fue escrita a principios de los años 70 y quise respetar el contexto y subrayar históricamente que el final de la película fuera cuando Allende es elegido presidente. En primer lugar porque el discurso de Salvador Allende, cuando es electo, y es escuchado por primera vez por El Príncipe, tiene un tono esperanzador y poético para Chile y para mi personaje, y en segundo lugar porque Allende dice que se vendrán tiempos difíciles, y para El Príncipe también, ya que cuando El Potro le entrega la chaqueta roja (ya sobre el final de la película), de alguna manera le está diciendo que tiene que asumir su sexualidad y cuidarse también ya que en Chile, en esa época, ser homosexual era un delito, y claramente te podían y te pueden matar como lo sigue haciendo hasta el día de hoy.

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