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Allende: “Las mujeres han sido un tejido solidario en el cual he podido abrigarme toda mi vida”

La escritora chilena editó “Mujeres del alma mía”, una memoria íntima que hilvana a partir de vínculos claves de su vida personal, pero también con quienes sufren la desigualdad y la injusticia, variantes de una violencia de género que define como “la gran crisis humanitaria”


En Mujeres del alma mía, la escritora chilena Isabel Allende construye una memoria íntima que hilvana a partir del vínculo con mujeres claves de su vida pero también con tantas otras que sufren la desigualdad y la injusticia, variantes de una violencia de género que define como “la gran crisis humanitaria”, al tiempo que cuestiona su presencia sesgada en la agenda social.

“¿Por qué se habla de la guerra contra las drogas, de la guerra contra el crimen o contra el narcotráfico y no se habla de la guerra contra la violencia hacia las mujeres?”, se preguntó la autora en una entrevista con la agencia de noticias Télam.

Allende, quien desde 1987 vive en California, luego de otras residencias y el exilio con el golpe militar de Chile, cumplió 78 años y se consagró como la escritora en español más vendida, traducida y leída, con más de 70 millones de ejemplares en todo el mundo, reconocida por novelas como La casa de los espíritus o Eva Luna, entre más de una veintena de títulos que por ritual empieza a escribir cada 8 de enero. El título del último libro Mujeres del alma mía (Plaza & Janés) anticipa el color afectivo que tomarán sus páginas: la narradora retoma el pasado para hacer una reflexión apasionada y esperanzada sobre el futuro.

“Yo vivo al día, no sé lo que voy a escribir el próximo año, no tengo planes para el futuro. Mis deseos son para el mundo, lo que quiero es el fin del patriarcado. Pero si tengo que elegir en lo personal, si pidiera algo, te diría morirme con las botas puestas”, aseguró.

Aunque por cábala falta poco para largarse a escribir un nuevo libro, la chilena anda por estos días entusiasmada con Mujeres del alma mía, donde construye un relato sobre su relación con las mujeres, no sólo desde un vínculo personal como pueden ser su mamá Panchita, fallecida hace poco, o su agente literaria Carmen Balcells (la mujer que la acompañó e impulsó durante su carrera literaria) sino también las mujeres en su condición genérica: las que conoce y las que no, y de las que aprende en la fundación que lleva su nombre cuya misión es trabajar y empoderar a las niñas y mujeres para garantizar los derechos reproductivos, la independencia económica y la protección contra la violencia.

En el libro la escritora deja claro que Isabel Allende existe porque existen otras mujeres que la acompañaron y convocaron a lo largo de la vida. “No podría haber hecho nada en la vida sin haber tenido esa solidaridad. Si saco la cuenta de quiénes me han ayudado en la vida, me han impulsado y me han protegido son todas mujeres. Excepto, posiblemente, mi abuelo y mi padrastro, el tío Ramón. Yo he trabajado con y para mujeres toda mi vida. Entonces, no creo en este cuento de la rivalidad, he tenido la experiencia contraria: las mujeres han sido un tejido solidario en el cual he podido abrigarme toda mi vida”, apuntó.

Mujeres del alma mía comienza con una declaración: “Soy feminista desde el kindergarten”. Una afirmación que asume su conciencia de la desigualdad y la injusticia desde muy pequeña. “Fue una ganga comparado con todo lo que obtuve. Me costó poquísimo. Sí me costó llevar la contra, ser rebelde, que me agredieran de vez en cuando, pero para todo lo que he obtenido pagué un precio mínimo. Se lo dije a mi madre una vez porque ella vivía asustada de que yo hiciera esto porque lo entendía racionalmente pero me decía «¿para que te vas a meter entre las patas de los caballos? Te van a destruir». Bueno, no pasó así. Mi mamá me decía «todo se puede hacer pero con elegancia y sin bulla». ¡Imagínate si vas hacer una revolución sin bulla!”, lanzó la popular escritora al tiempo que consultada sobre si esos records de venta hicieron que fuera relegada de cierto canon literario aseguró: “¡Eso no te lo perdonan! Si fueras un escritor que vende mucho es diferente pero si sos escritora tu literatura no tiene valor. Es una tremenda subestimación de los lectores. Ya me lo advirtió mi agente Carmen Balcells cuando comencé a escribir: «Vas a tener que hacer el doble o el triple de esfuerzo para obtener la mitad del reconocimiento de un hombre». No me importa haber hecho el esfuerzo porque obtuve muy buenos resultados pero me da un poco de pena por otras mujeres que tienen que hacerlo y muchas de ellas no logran el éxito que tuve yo, aunque muchas de ellas se lo merecen mucho más”.

Sobre el tema Allende reconoció que le genera cierto resentimiento contra el patriarcado. “No contra esas expresiones: porque esos circuitos que no entregan premios porque eres mujer son también parte del sistema. ¿Cómo vas a pedirle que piensen distinto? Hay que cambiar tantas cosas antes de que a ellos les cambie la mentalidad. Y además la mayoría son gente mayor, uno puede esperar que los jóvenes cambien rápidamente. ¿Qué vas hacer? Esperá que se mueran nomás”, apuntó.

Las nuevas generaciones

El libro hace una apuesta, serán las nuevas generaciones las que cambien las cosas. “No creo que mis nietas lleguen, pero quizá sí mis bisnietas, el fin del patriarcado: una civilización en la que haya paridad de género en la administración y gerencia del mundo. Y que los valores femeninos y masculinos tengan el mismo peso. Cuando eso ocurra, cuando haya un número crítico de mujeres en el poder, la naturaleza del poder va a cambiar”, opinó.

“El patriarcado divide, clasifica, pone nombre a las diferentes voces. Entonces, eres mujer, eres afroamericano, eres deshabilitado, cientos de subclases porque el patriarcado maneja las divisiones. Y en el fondo, el feminismo es una sublevación contra un sistema de opresión cultural, religioso, económico, militar. Es un sistema de opresión y las primeras víctimas de ese sistema de opresión son las mujeres pero no solamente ellas, muchos otros grupos lo son también: todos los que no están en el poder”, agregó.

Para Allende la violencia de género es “la mayor crisis humanitaria”. “Es una guerra declarada. No sé por qué no se llama así. ¿Por qué se habla de la guerra contra las drogas, de la guerra contra el crimen o contra el narcotráfico y no se habla de la guerra contra la violencia hacia las mujeres? Si es la forma de violencia más generalizada, aceptada y callada en el mundo. En algunas partes la mujer vale menos que una vaca, vale menos que el ganado. Con mi fundación la visión es invertir en mujeres y niñas, las más vulnerables en muchas partes”, contó quien hace tiempo asegura que viene entrenando para “ser una anciana apasionada”. Es que para ella “nadie se pone sabio porque llega a viejo”. “Llegas a viejo y te pones más loco nomás. Mira, aquí estoy en California encerrada hace 8 meses con la pandemia, con dos perros y mi marido, escribiendo todos los días en una guardilla. Pero cada día me ducho, me maquillo como si fuera a visitar a alguien, trato de mantenerme activa, viva y curiosa y en lo posible verme lo mejor que pueda a mi edad. Y cuando escribo la pasión es el entusiasmo alegre de contar. Y la pasión de saber más, cada vez que escojo un tema tengo que investigar, ir aprendiendo. La curiosidad de que el mundo está lleno de cosas que tengo que aprender e investigar me mantiene corriendo”.

El poder absoluto

En Mujeres del alma mía, Allende postula la causa política de su vida, el feminismo, y revela la intimidad de una escritura que nació de la imaginación de una infancia difícil que ella vincula con la desigualdad de relaciones al interior de su hogar, en relación a los géneros, las edades y las posiciones sociales. “No sé cómo se la arreglan los novelistas que tuvieron una infancia amable en un hogar normal”, asegura en su libro, una declaración que echa raíces con otras tantas que escribe vinculadas a su infancia, como el abandono de su padre biológico, la soledad de su mamá y el lugar relegado de las mujeres frente a la dependencia económica. Ese territorio está siempre presente, porque aunque instalada en Estados Unidos, la narradora escribe sus libros en español, su lengua materna. “Mi mamá, que era una mujer absolutamente excepcional, libre espiritualmente, vivió siempre sometida porque dependía económicamente. Se quedó sola con tres guagas, uno recién nacido. Y mi mamá, que había sido una señorita, educada en las monjas, que pasó de la casa del padre al marido, se encontró sola con estos tres niños. Volvió a la casa de su padre a vivir de él y su hermano mayor. Luego dependió del tío ramón hasta que empezó a depender de mi y ahí entonces estuvo más feliz porque no tenía condiciones”, contó la escritora como una radiografía de época de la inequidad de género.

Con esa historia de trasfondo, con la injusticia y la desigualdad que vivió de pequeña cuando el padre abandonó el hogar y su madre quedó desamparada frente a una sociedad que relegaba el lugar de las mujeres pero que les exigía el cuidado pleno de sus hijos, Allende definió su infancia “de soledad, de miedos, de rabia acumulada, que no se manifestaba en pataletas sino en un silencio mortal. No ha sido una infancia feliz”, dijo.

“La casa de mi abuelo -confió- era un caserón de hombres, sombrío, mal cuidado, con las empleadas que prácticamente vivían en servidumbre humana. Una realidad que ahora miro atrás y no quisiera vivir ni un día de entonces. Todo eso me dio cosas que me han servido en la vida primero, y luego en la escritura: la capacidad de introspección y reflexión, observación. Porque tienes que vivir ese mundo y manejarlo, no pedir nada, no depender porque no te lo van a dar y saber que sólo tienes tus propios recursos y el recurso de la imaginación para escapar de lo que no puedes enfrentar. Y en eso viví, una infancia y adolescencia de pura imaginación, fantasiosa”.

En ese sentido, la escritora explicó que la imaginación le permitió escaparse de la realidad. “No porque abusaran o me golpearan, no. Simplemente, era invisible. Los niños eramos invisibles. Era tal el drama de la vida de los adultos, que nosotros eramos como las gallinas en el patio. Y más para una niña como yo que era extraordinariamente sensible y observadora”, contó.

Con todo eso, Allende hizo algo: “Cuando escribo echo mano de ese lado oscuro, de esos sentimientos, esas emociones, esa fragilidad, esa vulnerabilidad de la infancia, echo mano a esa parte de mi. Si yo hubiera tenido una infancia feliz ¿de qué estaría escribiendo? Sin altibajos, fácil, agradable, siempre bien, ¿tendría acaso la capacidad de conectarme con las mujeres de mi fundación, que están viviendo en un campo de concentración? Posiblemente no”.

En alguna oportunidad, la escritora dijo que traumas como la muerte de su hija Paula -a quien le dedicó un libro homónimo- o la dictadura en Chile funcionaron como “forma para darle salida a todas esas historias que se acumulan” porque sobre todo le encantan las historias.

“¿Por qué escribo esas historias y no otras? ¿por qué esos personajes? Porque hablan por mi. Esas historias, aunque aparentemente no tienen ninguna relación con mi propia vida, tienen que ver con mis demonios. Por ejemplo, si escribo un libro como La isla bajo el mar, que es la historia de la revolución de los esclavos en Haití en el 1800 ¿qué tiene que ver eso con Chile donde no hubo plantaciones de esclavos africanos, qué tiene que ver conmigo cultural o emocionalmente, por qué pase cuatro años investigando un tema tan difícil y tan sórdido como ese?”, añadió.

La respuesta, dice, la encontró cuando terminó de escribir el libro: “Me di cuenta que el tema del libro es el poder absoluto con impunidad, el poder del amo con el eslavo. El tema del poder absoluto a mi me ha obsesionado desde chica y tiene que ver con la rabia contra el patriarcado. Es la rabia contra el poder a cada rato: el poder de la policía, el poder del padre autoritario, el poder de la dictadura, el poder de los curas, el poder del médico que se cree que sabe más que nadie. Ese poder absoluto es muy peligroso y eso siempre me ha obsesionado”, concluyó.

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