Espectáculos

Algunas visiones críticas sobre el cine de 2010

A Rosario no llegan todos los films estrenados en Buenos Aires, sin embargo, 2010 resultó atendible a nivel artístico con grandes películas, al tiempo que dos nuevas salas contribuyeron a su permanencia en la cartelera. Por Juan Aguzzi.

 

Un momento de la argentina "Criada"

Como se sabe, a Rosario siguen sin llegar films que sí tienen estreno en las salas porteñas; films que se estrenan aunque más no sea en su formato DVD, que no es lo más adecuado y a veces las proyecciones dejan mucho que desear, pero no deja de ser una forma de acceder para el público en general. Así hay títulos que aquí pasan directamente al video y en épocas de retracción de ese formato en su modo de alquiler público, algunos de esos títulos sólo se encuentran en videoclubes especializados.

La aparición de dos espacios nuevos, en una ciudad donde la oferta de exhibición se localiza en los cuatro complejos habituales, con la profusión de producciones de origen norteamericano y escasamente europea y argentina –salvo algunos títulos nacionales de clara orientación comercial y masiva–, abrió una grieta en el férreo circuito de exhibición con una oferta más ecléctica y permitió que pudieran verse títulos de diverso origen sin que cuente demasiado el tipo de espectadores al que estuvieran destinados. Así ocurrió con Arteón, que en su carácter de sala Incaa exhibió una gran cantidad de films nacionales coproducidos por el Instituto del Cine, lo que brindó la posibilidad de tener una idea de conjunto acerca de la situación y el carácter del cine argentino reciente. Algo similar pasó con el cine El Cairo, que salvo su repetida disposición a acumular proyecciones sin ninguna orientación programática, dio lugar a la exhibición de films de contenido artístico o elaborado que apenas estuvieron en las salas comerciales como Yuki & Nina, de N.Suwa/H.Girardot; Policía, adjetivo, de C.Porumboiu o Las playas de Agnes, de Agnes Varda, por ejemplo, u otros que directamente se vieron en esa sala, como Wendy y Lucy, de Kelly Reichardt.      

"Entre la fe y la pasión" de Bruno Dumont

De los films exhibidos comercialmente en Rosario durante 2010, lo más interesante en cuanto a propuesta estuvo del lado del cine europeo con excepciones de algunos argentinos y uno de origen brasileño, lo que no hace sino remarcar una tendencia que viene dándose en los últimos años, esto es la falta de inventiva norteamericana que viene mordiéndose la cola con su frustrada imaginación para pensar un cine por fuera de las fórmulas probadas o los soportes de efectos especiales; en este sentido, al que tampoco escapa el cine masivo europeo, la idea de entretenimiento como fin único, la de cáscara vacía con destellos de fuegos artificiales para embaucar al espectador, ya no parece gozar de un favoritismo excluyente –aunque la taquilla siga siendo alta para los estándares–, y otras producciones que dejan ver sus exigencias para superar los parámetros del cine digerido –el que sólo invita a ver y no a pensar–, comenzaron a gozar de cierto predicamento. Para muestra basta resaltar que en Rosario el film rumano Policía, adjetivo fue visto por una cantidad importante de espectadores en salas –se exhibió en la ahora desaparecida Paseo del Siglo y en El Cairo–, marcando tal vez una inclinación ya que no todavía una preferencia (esto, claro, resulta más una expresión de deseo que una evidencia). Las líneas que siguen apuntan los aspectos más destacables de cinco de los mejores títulos estrenados, tres de origen europeo, uno argentino y otro brasileño.  

El pulso contemporáneo

Bruno Dumont es un realizador francés que mira al mundo como un lugar ominoso e inestable, donde todo puede desmoronarse en cualquier momento y donde no suele haber barreras éticas entre los sujetos, lo que produce que la felicidad sea siempre precaria y la catástrofe esté siempre agazapada. Dumont, autor de La vida según Jesús y La humanidad, por citar dos títulos en los que su estilo queda prefigurado claramente, se mete en un tema tan actual como urticante en su último opus estrenado aquí en 2010, Entre la fe y la pasión, donde corta tela sobre la ejecución literal del fundamentalismo, aquel con que las religiones devoran a los hombres y los escupen en su mezcla de “verdad” y delirio para que concreten los crímenes más estúpidos. Aunque ciertas fases del cine de Dumont puedan verse como una metáfora entre lo figurado y lo real, en Entre la fe y la pasión se cuelan cuestiones como el desamparo filial, el apoderamiento brutal de la fe por la religión o el Estado, la captación de la angustia que practican los más enceguecidos como camino de explotación de los más inseguros, un decálogo de la violencia y la crueldad de la que se sirvieron los imperios europeos para someter a sus colonias y que hoy se vuelve contra ellos en un vuelto más real que simbólico. Entre la fe y la pasión es entonces un título de referencia que toma el pulso, con su estilo lacónico e implosivo, a la Europa contemporánea, la de los piquetes de la comunidad árabe y asiática y la de la expulsión de inmigrantes que practica Sarkozy. 

Las dos niñas de "Yuki & Nina"

Yuki & Nina es otro de los films más interesantes de los que se vieron en 2010. Dirigido por el actor devenido en realizador Hippolyte Girardot y por el director de origen japonés Nobuhiro Suwa, el relato expone la amistad de dos niñas, a partir de una trama realista y levemente ensoñada, y describe las circunstancias “irracionales” por las que esas chicas son separadas geográficamente, y cómo esa coyuntura las impregna de desconcierto y dolor. Austera y profunda, con encuadres reflexivos y nítidos, Yuki & Nina expresa la perplejidad de la inocencia ante la hostilidad de las necesidades adultas, la mayoría de las veces ignorantes del desamparo que provocan en los niños. Una visión conmovedora que revela ese otro mundo, por debajo de la superficie visible de las cosas, que cultivan los niños en su afán sincero de relacionarse.

La Pivellina, dirigida por la italiana Tizzia Cozzi y el austríaco Rainer Frimmel, premiada en el Bafici 2010, fue también una pequeña joya que desde un territorio deudor del minimalismo documental instala el derrotero de un encuentro fortuito, el de una pareja de veteranos artistas de circo con una bebé a quien su madre abandonó. Un film de naturaleza cruda por el que transitan personajes de una pureza irrecuperable que dan rienda suelta a la lógica de las situaciones inesperadas. El cariño que la mujer de pelo rojo brinda a la pequeña y la comunicación que establece con ella, en un contexto en que debe apelarse a todos los recursos de supervivencia, dan la textura a un relato sin desbordes pero con una máxima intensidad, casi de intriga existencial. Imágenes impresionistas y afilada economía de medios para hacer visible la experiencia de unos seres lanzados a la intemperie –en la periferia de las grandes urbes– a la que resisten con la desmesura de sus afectos.

Con amo y con ley

Criada es la primera película de un joven director argentino llamado Matías Herrera Córdoba, quien a partir de una vivencia familiar devela la situación de esclavitud a la que se entrega una mujer aborigen traída desde niña a una finca rural catamarqueña. El film funciona como un alerta sobre el paroxismo de lo perceptible, es decir, sobre aquellas cuestiones que aparecen transmutadas en una existencia apacible y aceptada, pero intolerable apenas se tienen en cuenta los barrotes de una cárcel invisible. La criada del título jamás recibió pago por su trabajo en la finca, pasaron cuarenta años y ella entabló un arraigo profundo con su entorno a partir de una existencia signada por la dimensión crucial de la permanencia. Artesanal, a su modo visualmente melancólico, Criada resulta un film sin regodeos ni excesos, sin atisbo de cinismo que explora a su antiheroína en una versión a escala de su mundo.

Santiago, del brasileño Joao Moreira Salles, hermano del más famoso Walter, es la puesta en evidencia de un destino marcado a fuego por un espíritu sutil que orientó su vida como práctica de una estética. Mayordomo de la aristocrática familia de Salles durante la infancia del director, Santiago, el personaje, era capaz de recitar poemas en italiano, de rezar en latín, de llevar anotada una genealogía de la nobleza universal, de hablar de boxeo, de ópera y de pintura renacentista y de ensayar unos pasos de baile andaluz haciendo sonar sus castañuelas. Con una pericia indiscutible para los encuadres e iluminación, con planos nostálgicos y minuciosos, Salles ensaya sobre la memoria y sobre la capacidad del cine para capturar el tiempo con su ojo entrenado en circunstancias incomparables. Al mismo tiempo, en una sutil operación, Salles aparece como un explorador del pasado involucrándose a su pesar, envuelto en el fluir de su relato de vida, captando los rincones de la casona de la niñez en la sutil evolución de la luz en el jardín y en una hoja muerta cayendo sobre la pileta de natación; captando los repliegues de la cara de Santiago como un observador de las correspondencias entre los recursos verbales que expresan su universo conmovedoramente fantástico; captando su timbre juvenil y la abrupta melancolía en la que se sume sin dejar de sentirse un servidor, antes de un niño, ahora de un director de cine.

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