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Alberto Fernández, el equilibrista

Detrás de la incomprensible convocatoria a marchar contra la ahora bautizada por los intelectuales de la libertad como “infectadura”, se esconden quienes reclaman al gobierno acelerar la apertura económica, sin importar las consecuencias sanitarias.


Por Mauro Federico/ Puenteaéreodigital

 

No hubo nadie en la historia de la filosofía que fuera más ameno y menos dogmático para expresar sus ideas que Voltaire. Con una agitada vida que transcurrió en el apogeo del Siglo de las Luces francés, François Marie Arouet –tal su verdadero nombre– contribuyó a la humanidad con sus pensamientos y reflexiones en toda clase de ciencias, historia, literatura y poesía. Escribió desde panfletos políticos y tratados filosóficos hasta tratados brillantes con descripciones sobre la naturaleza, mientras abogaba por la libertad de expresión y la tolerancia religiosa. A pesar de no profesar el ateísmo, la Iglesia siempre lo consideró un enemigo. Jamás digirió la majestuosidad de los templos ni de sus representantes y supo satirizar las falacias de los que incitaban a matar en nombre de la divinidad. Odiaba el fanatismo y luchó contra la superstición y el oscurantismo, porque confiaba en el pensamiento, la razón y la ciencia. Fue perseguido, desterrado, y atacado por todos los flancos, hasta físicamente; pasó una temporada en la Bastilla, el oscuro penal que al inicio de la Revolución Francesa sus propias ideas contribuirían a arrasar.

En su novela El regreso de Voltaire, el escritor Martí Domínguez fantasea sobre los últimos días del filósofo, de regreso a París tras casi veinte años de exilio y prisión. Llegado el momento de la muerte, el anciano debe decidir en su lecho si quiere confesarse con el fin de descansar en sepultura cristiana o si prefiere negarse y sostener una postura filosófica de la transición. Es entonces cuando un sacerdote lo invita a Voltaire a renunciar al diablo, para garantizarse el pasaporte hacia el Paraíso celestial. A lo que Voltaire, entre suspiros agonizantes, responde: “No es momento de hacer enemigos”.

Alberto Fernández está convencido del eslogan que agitó durante la campaña que lo llevó a la presidencia. “Es con todos”, repitió en cada una de sus presentaciones proselitistas. Y siguió haciéndolo durante buena parte de sus casi seis meses de gestión. La pandemia que cambió el escenario mundial obligó a los gobiernos del mundo a modificar sus agendas. Y la Argentina no fue la excepción. Fernández mantuvo el tono ecuménico para incluir al conjunto de los sectores en todas las políticas implementadas a partir de la cuarentena y esto le valió el respaldo mayoritario de la población. Sin embargo, la inclusión generalizada provocó algunos cortocircuitos entre aliados del propio oficialismo, que comenzaron a manifestar su desacuerdo. “No se puede estar bien con Dios y con el Diablo”, reclamó a viva voz un ex funcionario del gobierno kirchnerista, hoy alejado de la gestión. “En algún momento vamos a tener que romper algunos huevos si queremos hacer una tortilla”, reflexionó otro dirigente peronista, con despacho en la Rosada, parafraseando al General.

Esta semana Santiago Cafiero separó a algunos funcionarios que inicialmente fueron incorporados al gabinete y que ya habían estado en la gestión de Mauricio Macri o integraron la boleta de Juntos por el Cambio. Y también Emiliano Blanco, de estrechas vinculaciones con el procurador porteño Juan Bautista Mahiques, presentó su renuncia a la jefatura del Servicio Penitenciario Federal. Sin embargo, la preocupación de ciertos sectores trasciende los nombres de funcionarios de segunda línea y apunta a ministros y otros miembros del círculo más cercano del Presidente. Y también cuestionan algunas políticas gubernamentales que “no consolidan el proyecto transformador del Frente” y “alimentan al enemigo”, utilizando esa lógica confrontativa que tanto utilizó el peronismo a lo largo de la historia.

Afeitarse el bigote

Dos iniciativas parlamentarias impulsadas por legisladores oficialistas han generado mucha polémica hacia el interior del FdT. Una de ellas es la impulsada por los diputados Carlos Hellery Máximo Kirchner para gravar las grandes riquezas de la Argentina. Si bien el proyecto tiene el aval presidencial, genera tensiones entre quienes mantienen un contacto fluido con el establishment económico. La otra propuesta –a la que Alberto parece haberle sacado la roja antes de salir a la cancha– es la insinuada por Fernanda Vallejos, una economista del ala kirchnerista que propuso retener acciones de los Grupos a los que el Estado asiste para pagar los salarios de los trabajadores en el marco de la parálisis generada por la pandemia. En este punto disparó polémica la forma en la que se distribuyeron los fondos destinados a colaborar con el pago de la nómina de las empresas a través de los llamados ATP. “No es lógico que utilicemos recursos públicos para pagar parte de los beneficios de gerentes corporativos cuyos patrones ganaron fortunas y fugaron divisas durante el macrismo, mientras cooperativas de trabajadores y pymes no reciben ni un peso”, sostuvo el director del Banco Nación Claudio Lozano en diálogo con #PuenteAereo.

Desde los sectores sindicales, también se escucharon algunas voces críticas. Tras la videoconferencia que la CGT mantuvo con autoridades del Fondo Monetario Internacional (FMI) donde se abordaron temas como la renegociación de la deuda, la complicada situación laboral en el marco de la pandemia del coronavirus y la necesidad de ayuda financiera para el país, varios dirigentes se quedaron charlando en la mesa sobre la coyuntura política del país. “Parece joda que en un gobierno peronista nos resulte más fácil reunirnos con el FMI que con nuestro ministro de Economía”, ironizó uno de los gremialistas. Otro de los presentes, utilizó una metáfora para graficar su opinión, que fue celebrada por los presentes: “En algún momento Alberto se va a tener que afeitar el bigote y dejar de parecerse tanto a Alfonsín para transformarse en un presidente peronista”.

La otra cornisa donde Alberto intenta hacer equilibrio es la de su relación con los gobernadores. Ya la semana pasada el presidente viajó a Santiago del Estero y Tucumán para reunirse con los mandatarios provinciales y esta semana hizo lo propio con los distritos de Misiones y Formosa. Si bien las conferencias de prensa desde Olivos flanqueado por Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta están pensadas para brindar una imagen de unidad en el combate contra el COVID-19 en el área donde más azota el virus, a algunos gobernadores del interior les genera una imagen muy centralista. “Descomprimió bastante que el Presidente haya empezado a recorrer el país porque hasta ahora sólo se había mostrado atento al AMBA y la Argentina somos todos”, afirmó una fuente del gobierno formoseño.

Otro dato que muestra la gran capacidad de equilibrista que evidencia Fernández es justamente la escena que monta cada vez que debe hacer un anuncio importante desde la residencia donde atiende los asuntos de gobierno. “El cuadro siempre lo muestra a Alberto al centro, a Horacio a su derecha y a Axel a su izquierda, simbolizando de alguna manera los posicionamientos que ostentan cada uno dentro del espectro ideológico, eso también es equilibrio”, analiza con tino Raúl Timerman.

Utilizar el “peronómetro” para verificar quién tiene posturas más cercanas a las del histórico líder es una costumbre muy habitual entre la dirigencia peronista. A tal efecto, es interesante el ejercicio de leer o escuchar qué planteaba Perón a la hora de repasar la historia de sus posicionamientos. En 1973, tras su regreso a la Argentina para ser electo por tercera vez como presidente, el General concedió una entrevista televisiva que fue realizada por Sergio Villarroel, Roberto Maidana y Jacobo Timerman. En uno de los pasajes del reportaje, el líder recordó un episodio de su primer gobierno: “Cuando organizamos aquel gabinete, vino un día el ministro de Relaciones Exteriores Jerónimo Remorino –un conservador que había sido secretario de Julito Roca– y me dice: General ¿cómo va a meter a todos estos comunistas dentro del gobierno? –yo había incluido a (Ángel) Borlenghi y a (Juan Atilio) Bramuglia, que venían del socialismo– y yo le contesté: No se aflija Remorino, es para compensar a dirigentes como usted, que son reaccionarios”.

La verdadera grieta

Donde el presidente no hace equilibrio y se planta firme en su postura innegociable es cuando debe defender la estrategia de aislamiento preventivo para proteger a la población de la pandemia. Este fin de semana nuevamente los anti cuarentena hicieron oír sus reclamos, esta vez convocados por una absurda proclama formulada bajo el título “basta de infectadura”. Con el aval de famosos aduladores del macrismo como Susana Giménez, Juan José Sebrelli, Maximiliano Guerra y Oscar Martínez, se efectuaron magras concentraciones de las que participaron sectores críticos del gobierno, militantes “libertarios”, comerciantes que quieren reabrir sus negocios, teóricos de conspiraciones diversas y médicos auto convocados que reclaman derechos laborales, entre otros.

Desde diferentes púlpitos mediáticos, Sebreli equiparó la cuarentena con una “detención domiciliaria” y acusó a Alberto Fernández de convertirla en una “cuarentena política”; Guerra dijo que la medida es claramente “comunista” y la ex diva de los teléfonos aseguró que “nos llevan a ser como Venezuela”, mientras huía al Uruguay para refugiarse en su chacra esteña. Las redes se infectaron con declaraciones de este tenor. Y por supuesto no faltó la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, quien se sumó al afirmar que el aislamiento obligatorio es de “izquierda fascista o de derecha stalinista”.

En medio de uno de los momentos más delicados, tras ochenta días de un esfuerzo colectivo y mancomunado pocas veces visto en la historia de nuestro país, famosos e intelectuales amarillos intentan socavar el mayoritario apoyo que tiene el gobierno nacional con el argumento falaz de que esta “restricción de las libertades” amenaza con transformarse en una “dictadura”. Discutir la gravedad de la epidemia o la necesidad de mantenernos alejados del virus para evitar los contagios masivos mediante la permanencia asistida en nuestros domicilios, es un sinsentido. Pero convocar explícitamente a desobedecer una decisión recomendada enfáticamente por los expertos y avalada por la mayoría de la sociedad es un acto criminal, donde no existe ningún margen para el equilibrio.

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