Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Al derecho al juguete no lo puede frenar ningún virus, ni con coronita

¿Qué ocurre si cuando regrese cierta "normalidad" en esta pandemia, se entregan las ciudades a las niñas y niños por 24 horas para que jueguen hasta cansarse? El proyecto internacional, lanzando por el pedagogo italiano Francesco Tonucci, ya comprometió a más de 200 urbes en todo el planeta


Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

Cuando pienso en los múltiples desafíos de estos tiempos enseguida vienen a mi mente los grandes héroes de la cuarentena: los niños y niñas. Es cierto, también los adultos debimos adaptarnos a la quietud, pero… ¿cómo hace un niño para experimentar la quietud cuando todo lo que existe a su alrededor espera ser descubierto? Plantas, insectos, objetos, recursos didácticos, alimentos, formas, colores… todo es digno de abordaje y fuente de sorpresas ante la típica curiosidad infantil. Y por eso es motivo de intentos, prodigios, frustración, denuedo, enojo y carcajadas. Los adultos muchas veces perdemos la paciencia ante sus demandas, pero esa maravilla de la niñez, esa posibilidad de dar rienda suelta sin tapujos ni reservas a todos los sentimientos, es lo que más se extraña al madurar.

De pronto, la infancia se vio confinada a las cuatro paredes del hogar, privada de las múltiples actividades con que los papás de hoy suelen matizar la vida hogareña, sin amigos, sin poder disfrutar el aire libre ni correr ni oler el pasto ni transpirar detrás de la pelota, sin agotar el enorme caudal de energía a disposición de los más pequeños, y debiendo responder a la sobreabundante cantidad de tareas que el sistema escolar envía puntualmente cada día.

Casi todas las mamás y papás acuerdan en lo problemático que resulta hacer que los chicos se involucren con el aprendizaje a distancia: se dispersan, se aburren, no encuentran la motivación necesaria. Los estímulos laboriosamente preparados por los docentes desaparecen en el ámbito hogareño y el tiempo destinado al trabajo escolar se ha transformado en la piedra en el zapato de la cuarentena.

En este sentido, hace unos días volvieron a resonar los conceptos de Francesco Tonucci, un pedagogo italiano bastante conocido por estos lares, ya que su famosa propuesta de adaptar las ciudades a las necesidades de la infancia encontró eco durante la intendencia de Hermes Binner. Gracias al innegable talento de María de los Ángeles “Chiqui” González, a cargo del proyecto “La Ciudad de los Niños”, a partir del año 1996 Rosario cuenta con un Consejo de Infantes que aporta su voz a la dinámica de la ciudad. Así surgieron fantásticas experiencias como instalar el “Día del Juego y la Convivencia”, la invitación a “habitar la vereda” y a “escuchar noticias alegres”, entre otras. Y también en ese momento comenzaron a germinar los espacios del Tríptico de la Infancia: La Granja de la Infancia, la Isla de los Inventos y el Jardín de los Niños, zonas de disfrute y aprendizaje para los peques de nuestra ciudad y toda la región.

A pesar del enorme atractivo de los aportes pedagógicos de Tonucci, sus propuestas en el ámbito educativo continúan siendo controversiales y generan un sinfín de voces encontradas. Por eso, cuando el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, tomó la decisión de elaborar guías de aprendizaje inspiradas en la mirada de este polémico especialista, el diario Tiempo Argentino realizó una extensa entrevista para profundizar en los conceptos del intelectual italiano, quien entre otras cosas sostiene: “Los cambios cuestan; normalmente, las estructuras intentan quedarse iguales, pero tenemos que aprovechar esta oportunidad para lanzar una escuela que corresponda a lo que nuestra sociedad necesita”.

La esencia de su mensaje es siempre el mismo: ¿por qué la escuela tiende a uniformar aquello que por esencia es diverso? “El tema de fondo es que hay una idea equivocada de que la escuela debe ser para iguales, y la verdad es que los niños son diferentes uno del otro: la educación no debe tener como objetivo que todos consigan los mismos resultados”, asevera Tonucci en la citada entrevista, y luego agrega: “El propósito de la escuela y la familia en conjunto debe ser que los chicos expresen sus aptitudes, vocación y talento, y una vez que cada uno descubrió su camino, ofrecerle los instrumentos adecuados para desarrollarlo hasta el máximo nivel posible”.

La apuesta del profesor es clara: una escuela donde todos los espacios se utilicen como talleres y laboratorios, con muchísimas opciones distintas: baile, música, física, huertas, y grupos móviles. “Hace 30 años que lo propongo, pero ahora parece que llegó el momento en el que a los gobiernos les parece viable. Algo bueno habrá hecho este virus maldito”, enfatiza Tonucci.

Y entendiendo la crisis como oportunidad, una de sus propuestas actuales apunta a que cuando todo vuelva a una mínima normalidad, se entreguen las ciudades por 24 horas a los niños y niñas. “Lo lanzamos como proyecto internacional de la Ciudad de los Niños. Lo que decimos es que esta crisis tuvo errores sanitarios, víctimas (sobre todo nosotros, los viejos), y ha tenido campeones, que son los niños. Darles un día la ciudad vacía para que jueguen y la disfruten en libertad, como nunca han podido, y como les gusta a ellos, sin tráfico, peligros ni contaminación, es el regalo que les podemos hacer a modo de agradecimiento”, concluye el pensador italiano.

Esta iniciativa, que ya llegó a los 200 intendentes que forman parte de la red internacional (entre ellas varias ciudades argentinas como Arrecifes y Rosario) muestra la particular impronta de la pedagogía de Tonucci: hacer que los aprendizajes recorran un camino de simplicidad y alegría, fuera de los trayectos que persiguen un afán normalizador y punitivo. Aprender no tiene porqué resultar traumático, sino que debiera ser la respuesta justa a la natural curiosidad infantil.

Siguiendo su línea de pensamiento, una posibilidad sería que los docentes comenzaran cada jornada preguntando: “¿Chicos, qué les gustaría aprender hoy?”. Seguramente se sorprenderían con las respuestas infantiles, y comenzarían a saborear la libertad cercenada por viejas currículas para abrazar la alegría y el placer de la verdadera vocación: vibrar con cada descubrimiento, encender la chispa adormecida en el alma de cada niño, de cada niña.

Una opción que ya dejó de ser una utopía en muchos países y que hoy también nosotros tenemos la magnífica oportunidad de poner en marcha.

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