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Reflexiones

Aguas turbulentas para un Temer con escaso margen

Si encuentra consuelo, Dilma Rousseff empezará a lamer sus heridas. Será la excepción dentro de la fauna política brasileña en la que el resto de los protagonistas deberá pensar cómo reciclarse en un ambiente más hostil que nunca.


Si encuentra consuelo, Dilma Rousseff empezará a lamer sus heridas. Será la excepción dentro de la fauna política brasileña en la que el resto de los protagonistas deberá pensar cómo reciclarse en un ambiente más hostil que nunca.

El primero en intentarlo deberá ser el presidente confirmado, Michel Temer, que deberá mantener unida una coalición que puede evaporarse ni bien él exhiba el verdadero tamaño de sus ambiciones.

Nombrado para culminar el mandato el 1º de enero de 2019, Temer queda habilitado para reelegirse en octubre de 2018 y en 2022. El único límite es el que le imponen los 76 años que cumplirá este mes.

Para los que hasta el 12 de mayo, cuando Temer reemplazó interinamente a Dilma, eran opositores y desde ese día mutaron en oficialistas, aquel es el presidente perfecto para la transición… en la medida en que cumpla con su promesa de no usar su nuevo poder para correr con ventaja en 2018. Sin embargo, esos aliados de cristal detectan que varios de sus laderos ya pusieron en marcha un operativo clamor.

La referencia es sobre todo a los dirigentes del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSBD), que apuesta todo a volver al Planalto en esos comicios. En esa agrupación se tomó nota, con inquietud, del engendro procedimental que supuso el miércoles la decisión del Senado de separar las votaciones de la destitución y de la inhabilitación política por ocho años, aprobada la primera y rechazada la segunda.

¿Qué significa ese voto dicotómico, además de ser totalmente ajeno a la Constitución? ¿Que Dilma es suficientemente culpable de las “pedaladas” fiscales como para perder el gobierno pero que lo suyo no fue tan grave como para privarla de ocupar cargos públicos? Muchos socialdemócratas vieron en la maniobra un pacto negro entre Temer y el Partido de los Trabajadores.

Según esa teoría, el primero obtuvo así un modo de apaciguar en algo a un rival herido y que puede agitarle la calle.

Además, un precedente legal para salvar la carrera de quien puso en marcha el “impeachment” como jefe de Diputados, Eduardo Cunha, hombre de su partido, el PMDB, pero que amenaza ante quien quiera oírlo con cargarse no a uno, sino a dos presidentes. Cunha, conocedor de demasiados secretos, será destituido seguramente como diputado por sus flagrantes hechos de corrupción, pero la posibilidad de regresar podría conformarlo.

El PT, en tanto, apuntala su versión de la historia según la cual Dilma no es realmente culpable de nada. Además, los cultores más osados de la teoría conspirativa intuyen un gesto para salvar legalmente a Luiz Inácio Lula da Silva.

Lula quiere revancha en 2018 y, pese a la abrupta caída de su credibilidad, sigue siendo la única carta medianamente viable del PT. Si las causas judiciales en su contra avanzan, su postulación sería directamente imposible. Muchos piden una “salida política” a la operación Lava-Jato, que limite el daño a Lula a la demolición de su imagen, pero los jueces y fiscales anticorrupción se muestran irreductibles y no hay hoy ambiente social para maniatarlos.

Además del magro 10 por ciento que le dan las encuestas, de la precariedad de su alianza, de las amenazas de los movimientos sociales de izquierda, de declaraciones de arrepentidos que lo señalan como receptor de dinero negro, de la presión social por “cárcel para todos y todas” y del deseo de políticos y empresarios de poner fin a las investigaciones, Temer deberá lidiar con otros retos, con la economía en un lugar preferente.

Datos oficiales revelaron anteayer que el déficit fiscal acumulado en los primeros siete meses del año es el mayor de la historia de Brasil, nada menos que un 7,05 por ciento del PBI cuando se consideran los intereses de la deuda. En paralelo, el Producto se desplomó un 3,8 en el segundo trimestre, al mismo ritmo que el del fatídico 2015, y culminaría el año con un desplome superior al 3 por ciento.

En ese contexto, la flor y nata de la industria paulista, la Fiesp, pasó el miércoles mismo por caja para cobrar su respaldo al proceso. Su titular, Paulo Skaf, que quedó a último momento fuera del gabinete temerista en mayo, se congratuló por el cambio pero sentenció: “Se necesita más”.

“El ajuste es la madre de todas las reformas”, aclaró. Pero además de fijarle el objetivo al nuevo gobierno, le explicó cómo debe lograrlo: “Los brasileños no admiten aumentos de impuestos”, dijo. Así, el ajuste deberá realizarse sólo por la vía del gasto.

Reformas jubilatoria y laboral, recorte de las tasas, aumento del crédito, incentivos a la inversión y caída de la inflación, son otros de los puntos del virtual manifiesto industrial. Todo eso junto supone un desafío a la imaginación.

En esas aguas bravas deberá moverse Temer, un hombre al que el mundo le acaba de descubrir, además de la voz, una considerable pericia para la rosca. Comienza para él la hora de la verdad.

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