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Informe especial

¿Adónde va la Fórmula Uno?

La máxima categoría buscará en 2017 renovar su identidad, algo gastada, por una más fresca, más cercana a la realidad.


La Fórmula Uno transita una temporada agitada en medio del reciente cambio de manos del paquete accionario que controla su destino. Liberty Media, quien aún no toma oficialmente las decisiones, propone una categoría más popular, ante la crisis de televidentes, mediante el imperio de las redes sociales. Mercedes domina. Algunos se aburren. Y la incertidumbre reinante es saber si los cambios reglamentarios de 2017 podrán cambiar este panorama.

Ingresando al epílogo por la definición del título del mundo entre Nico Rosberg y Lewis Hamilton, que podría decantarse este fin de semana en el Gran Premio de Brasil para el rubio alemán de Mercedes, la Fórmula 1 vive momentos de máxima tensión.

Desde que la compañía estadounidense Liberty Media, relacionada con los medios de comunicación, anunció la compra del paquete mayoritario de las acciones de control de la Fórmula 1 pertenecientes al grupo CVC Partners, una ola de rumores y especulaciones de todo tipo alimentan las versiones de cambios de un futuro que, bajo expresiones de deseo, apunta a ser en corto plazo, aunque esto no sea precisamente así.

Bernie Ecclestone, el máximo responsable en lo comercial que la Fórmula 1 viene teniendo desde la segunda mitad de los años setenta, continúa al mando como director ejecutivo, con un porcentaje de acciones, y seguirá como asesor de lujo de Liberty cuando se complete la transacción recién en el próximo mes de marzo. Ante las versiones que diagnosticaban su salida, el propio Bernie, con sus ocho décadas, se mostró firme: “El jefe soy yo, y eso no va a cambiar. Nuestros acuerdos llegan hasta 2020 con los equipos y eso permanecerá así”.

El ‘Pacto de la Concordia’ que cíclica e históricamente los equipos/fabricantes, la organización y la FIA firman y pactan el reparto de dinero, así como también la paz entre todos, caducará en 2020; y es allí cuando los nuevos dueños podrán revolucionar la categoría si es que así lo desean. Aunque con ciertas precauciones, sabiendo que deberán lidiar con pesos pesados como Mercedes, Ferrari, Renault y Red Bull, acostumbrados a no relegar nada. Por si acaso algo mal saliera, la casa alemana de Stuttgart ya se aseguró una de las dos plazas para disputar el campeonato 2018/19 de la Fórmula E, la categoría impulsada por autos eléctricos que, casualmente, compartirán los mismos dueños que la F1.

Según propias declaraciones de Chase Carey, CEO de Liberty, quieren que la categoría sea un producto más abierto al público, con mayor exposición en los medios y redes sociales. Quieren tribunas llenas, y lógicamente, una competitividad que actualmente se encuentra en un serio entredicho, con Mercedes repitiendo triunfos de manera contundente. Para eso, están siendo asesorados técnicamente por Ross Brawn, el ingeniero que junto a Michael Schumacher marcaron una época en Ferrari.

Para el año entrante, dentro de la pista, se introducirán sensibles modificaciones. Los coches lucirán más anchos, con neumáticos en la misma sintonía, junto a alerones traseros más bajos. Tendrán un diseño más parecido a los de la temporada de 1997, aunque actualizado a los que se vieran en la primera década del nuevo siglo. Se estima que los coches serán por espacio de cinco segundos más rápidos por vuelta, con pasos por curva mucho más veloces; aunque el cambio más esperanzador se encuentra en la eliminación de los actuales tokens (piezas de desarrollo a utilizarse). Ahora quedarán regidos por los límites en dimensiones y temperaturas del motor, gozando de más libertades para su desarrollo, pudiendo de esta manera evitar el congelamiento actualmente impuesto. Además, se busca una manera para que los motores V6 turbo emitan un sonido que, sumado al aspecto más agresivo que tendrán los coches exteriormente, atraiga más audiencia ante la proclive baja que se viene dando en los últimos años a nivel mundial.

En este 2016, los comisarios deportivos han tenido un protagonismo que no es del todo positivo. La imagen de Daniel Ricciardo alzándose con su trofeo en el podio tres horas después de haber culminado el pasado Gran Premio de México es una imagen desprolija, poco deseada. Lo mismo sucedió con las penalizaciones de un reglamento deportivo que reclama a los gritos revisiones, con menos penalizaciones castigo y un criterio de los propios comisarios en carrera menos tendencioso.

Pese a esto, en la temporada se han visto carreras interesantes con un capital de pilotos que han emergido, y han refrescado la grilla de partida con su desfachatez como el caso Max Verstappen, en Red Bull; el mexicano “Checo” Pérez, en Force India; también Carlos Sainz Jr., en Toro Rosso; quienes han logrado, junto a los consagrados, ponerle un toque de pimienta necesario, mostrándose agresivos y, muchas veces, saludablemente inestables.

Con todo esto, con lo que podría llegar o incluso cambiar, la Fórmula 1, como tantas otras veces en su historia, busca nuevamente renovar su identidad, algo gastada, por una más fresca, más cercana al mundo que actualmente la rodea. Los ingredientes se encuentran disponibles, prestos para poner manos a la obra. Habrá que ver qué receta se elige; si se continuará demasiado tiempo repitiendo lo mismo de siempre o bien se intentará dar un paso hacia adelante: hacia lo conocidamente desconocido. Nadie pretende que desde la cocina se despida ese fatídico y frustrante humo negro testigo tan característico de un cuadro dantesco trazado por las sucesivas equivocaciones. Nadie quiere eso, y menos a esta altura, con la mesa servida… y los invitados en camino.

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