Crónicas

Llora París

Adiós a Juliette Gréco, el ícono más inolvidable de la canción francesa

De espíritu inconformista, con esa voz desgarradora y a la vez llena de energía, la cantante fue intérprete de bellísimas canciones escritas por poetas como Jacques Prévert y Boris Vian. Fue amiga de Sartre y una mujer con una férrea determinación que luego rescatarían los movimientos feministas


La inconmensurable, glamorosa, diva entre las divas que hacen de su acción artística un estilo de vida, Juliette Gréco vivió a full sus canciones y demostró que nada la separaba de algunas de las letras que blandía con esa mezcla de furor interno y sosegada gracia.

Algo se desprendía de esa cantante, un feeling que iba calando hondo y que su voz rasposa distribuía impregnando un caudal de sensaciones. Sin exagerar, fue la poeta de la canción francesa;  Jacques Brel, Charles Aznavour, Serge Gainsbourg, Boris Vian, George Brassens o, más acá, Benjamin Biolay escribieron pensando en ella y luego se dispusieron a escuchar eso que escribieron de la forma en que lo soñaron.

Gréco atravesó por lo menos tres generaciones y a cada una terminó fascinándose con su voz, pero también con esa presencia deudora de una amalgama entre la entrega, la simpleza y una belleza que portaba sin excesos, justa y en armonía con su modo de cantar.

Fue también una actriz con cierto predicamento aunque alguna vez dijo lo siguiente: “Me gusta mucho trabajar en cine pero todavía no he encontrado lo que experimento en el escenario, esa sensación de que allí puedo ser sin ningún tapujo, puedo hacerlo de lo mejor, aun con mis imperfecciones y mis miedos a quedarme alguna vez sin voz”.

Los realizadores con los que trabajó son nombres de peso específico. Tempranamente, en 1950, actuó en las magnífica Orfeo, de Jean Cocteau; con Jean Renoir hizo Elena y los hombres (1956), en donde compartió cartel con Ingrid Bergman y Jean Marais; en Las raíces del cielo, un film de John Huston, su aspecto de morocha sensual la puso a cargo de un rol de nativa junto a un ya no tan joven Erroll Flynn; en la encantadora y premiada Buenos días, tristeza, sobre una novela de Francoise Sagan y dirigida por Otto Preminger tuvo un rol inolvidable aunque su personaje estuviese marcadamente entre los secundarios.

Tal vez haya sido su inquietante presencia lo que daba para determinadas composiciones; su magnética actitud arriba del escenario, interpretando además canciones cuyas letras solían tener una dimensión casi épica, ya hablaran de Saint-Germain-des-Prés o del más infame desengaño amoroso.

Musa de compositores y poetas

De algún modo, la imagen de Gréco estuvo íntimamente ligada con el existencialismo, sobre todo a partir de su amistad con J.P. Sartre y Simone de Beauvoir, con quienes solía emborracharse con coñac Hennessy o Remy, sus preferidos, así como los clásicos Gauloises fueron los eternos puchos que calzaban perfectamente en la hendidura de sus hermosos labios.

Sobre Sartre, a quien consideraba su mentor, en una entrevista para Le Figaro, en 1959, Gréco expresó: “Jean-Paul es maravilloso, él puede encontrar en algunas cosas que una dice, algo más profundo de lo que creemos estar expresando en ese momento, y te conduce al sentimiento original, a lo que hay detrás de cada palabra. Y además ama mi repertorio, hasta ha escrito una canción para mí (“En la calle de las batas blancas”).

Juliette fue la gran musa para compositores y poetas; incluso con estos últimos ocurría algo no tan habitual como que pensaban que esos versos escritos iban a escucharse mejor en la voz de la cantante que leídos en cualquier libro.

Cualquier línea de un poema podía resultar inmortalizada en la voz de Gréco; todo aquello que encerraba en forma de experiencias de vida, dolores, felicidades efímeras, pasiones encontradas, nostalgias de un pasado visto como más auspicioso que cualquier presente, esos motores del corazón se encendían en sus cadencias rítmicas y allí se inmortalizaban.

Allí están “Las hojas muertas”, de Jacques Prevert y Joseph Kosma, una canción de resonancia mundial; “La javanesa”, que otro ícono indiscutido de la canción francesa, Serge Gainsbourg compuso especialmente para ella;  “París canalla” y “Niño bonito”, de Leo Ferré; la hermosa “Desnudarme”, de Robert Niel y Gabriel Vervaecke, que ella interpretaba con una sensualidad capaz de despertar a cualquier deprimido crónico, y que daba relieve a su espíritu inconformista y contestatario, desafiante de la pacatería burguesa de la que abominaba.

“Hablemos de amor” fue otra canción que cantó Petula Clark y que encontró en la voz de Gréco un relieve penetrante y acogedor. Y, claro, la increíble “Ne me quitte pas”, cuya versión puede hacer saltar las lágrimas del más estoico; de Jacques Brel también integraba su repertorio la conmovedora “J’arrive”, en donde se describe una charla mano a mano con la muerte y donde Gréco muestra un desgarro y una convicción que pudieron verse como determinaciones de un carácter femenino combativo y autodeterminante.

Mujer fuerte, rebelde y de carácter combativo

Juliette fue una mujer fuerte, con una forma propia de ver el mundo, que pudo compartir momentos tanto con la citada pareja de filósofos emblemas del existencialismo francés hasta copas con Duke Ellington o Miles Davis.

Con el trompetista norteamericano también tuvo un romance tórrido que duró algunos años a través del Atlántico, con una libertad individual que ambos llevaron muy bien en tiempos en los que todavía no se hablaba de amor libre.

La naturaleza inconformista de Juliette la puso al frente de algunas marchas de obreros y estudiantes en el mayo francés. Fue habitué de manifestaciones de sectores de izquierda y no pocos vieron en ella la imagen de esa cáustica rebeldía que inundó París en los sesenta.

Sus ojos penetrantes, su pelo corto, su ropa oscura, su rebosante energía, su conversa matizada por sonrisas francas hicieron que su figura marcara a fuego a esa generación que de algún modo la veneró y simbolizó como una bandera de libertad.

A partir de ese bagaje los movimientos feministas la tendrían en un lugar privilegiado rescatando buena parte de sus ideales. Sus amoríos fueron muchos y en cada uno de ellos la entrega, a su modo, fue total, al punto de dejar huellas indelebles en sus parejas.

Así lo manifestaron los actores Philippe Lemaire, padre de su única hija, y Michel Piccoli, y el pianista Gérard Jouannest, con quien vivió un romance tempestuoso pero lleno de algarabía y momentos imborrables.

La ya inoxidable Juliette Gréco murió el último miércoles, a los 93 años, en su hogar en Ramatuelle, una localidad de la Costa Azul.

 

 

 

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