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“Ad Vitam”, policial oscuro-futurista donde la muerte es un fantasma del pasado

En un mundo en el que la vida se hace eterna a través de una regeneración después de los 30 años, un detective que lleva 100 años de servicio debe investigar por qué hubo un suicidio en masa de jóvenes menores de esa edad, desplegando en su desarrollo preguntas en torno a lo humano y lo post-humano


Ad Vitam, serie de producción francesa (Arte France), es un policial oscuro y futurista emitido en su país de origen durante 2018 y estrenada en Netflix Latinoamérica en noviembre pasado. Siguiendo ciertos esquemas reconocibles de situaciones y personajes propios de la tradición del policial negro francés, la serie se adentra en un mundo futuro no muy lejano, indeterminado incluso, pero no tan distinto al presente. La diferencia radical, base temática insoslayable del planteo, es que la humanidad ha logrado detener el proceso de envejecimiento mediante la “regeneración”, un procedimiento aplicable desde los 30 años de edad que posibilita, a partir de allí, una vida eterna. En ese nuevo mundo transcurre el relato, partiendo de una investigación policial que sirve de excusa para desplegar un perturbador abanico de interrogantes en torno a esa posibilidad en un contexto en el que la muerte es ya un fantasma del pasado. Desde el inicio, el relato organiza con solvencia el planteo de interrogantes de corte filosófico sin perder jamás el pulso atmosférico de su intriga policial.

Qué hacer con la vida

El mundo futuro, en Ad Vitam, es ése. Un mundo que cree haber conjurado por fin el destino mortal de la humanidad. Un mundo que cree haber vencido finalmente a la muerte pero que, en cierto sentido y como no puede ser de otro modo, tratándose de “esta” humanidad, no sabe ni sabrá qué hacer con la vida. Y es en esa extraña coyuntura que un acontecimiento inesperado ilumina la fragilidad y las contradicciones irresolubles de esta nueva vitalidad sin fronteras: el suicidio en masa de un grupo de jóvenes (menores de 30, de los que aún no pueden hacer el proceso de “regeneración”). ¿Misticismo retro?, ¿acción política?, ¿rebeldía adolescente? El apesadumbrado detective Darius, que tiene ya 100 años de antigüedad en la policía, es el encargado del caso, y se verá obligado a trabajar en sociedad con Christa, una conflictiva joven de 24 años que ha tenido algún tipo de relación con los grupos suicidas en el pasado. Nada muy nuevo, claro, en esta forzosa sociedad que conforma una extraña pareja policial. Sin embargo el delineamiento de ambos personajes en sus diversas aristas, en sus contradicciones, en sus oscuridades y en los profundos pesares que soportan de distintos modos, traza unos perfiles dramáticos sensibles que no dejan de dar cuentas del profundo descontento de esa humanidad sin rumbo. Es principalmente entre ellos, desde sus heterogéneas perspectivas sobre la vida y la muerte, donde se da, y sin que nunca resulte pretencioso ni forzado, ese espacio propicio para la apertura de interrogantes que no serán respondidos. En ese sentido, es más que loable que la serie no tome postura, sino que opte por desplegar preguntas en torno a la idea de lo humano y de lo post-humano, de la vida y de la muerte,  sin determinar una perspectiva de lectura tajante. ¿Dónde estaría ese algo indefinible que podría determinar el carácter de lo humano? ¿Existe esa supuesta cualidad? ¿Es finalmente la mortalidad lo que dimensiona la vida y lo que le confiere ese valor inestimable dado en su fragilidad, en lo precario de sus diversas manifestaciones? ¿En qué deviene la experiencia cuando se sabe eterna, sin límites? ¿Cuál es el valor o el sentido de la proliferación de la vida cuando ya se ha manifestado de forma definitiva recusando de sus ciclos de nacimiento y muerte? Las preguntas, desde ya, se multiplican, y no solamente porque sean esgrimidas de modo directo en algún que otro diálogo, sino incluso porque inevitablemente es el espectador mismo quien las moviliza para sí desde los pormenores de la fábula narrada.

Preguntas incómodas

Darius y Christa emprenden así una investigación que pretende llegar a conocer las motivaciones de esa suerte de secta suicida que ha repetido los detalles de un acto acontecido 10 años antes. Recovecos, desvíos, trampas, revelaciones, todo lo requerido por la narrativa procedimental se va desplegando en el tejido de una atmósfera apesadumbrada. Neones azules y rojos dibujan espacios futuristas que por momentos se contraponen con otros espacios cálidos y cercanos. La música electrónica alterna con la clásica. La pesadumbre y la insatisfacción campean allí donde la promesa cumplida de eternidad debería ser motivo de felicidad. El mundo de Ad Vitam es un mundo enrarecido, futuro y actual, reconocible y distante, cálido y helado, orgánico y maquinístico. Semejante apuesta por lo reconocible y cercano juega un rol central en el desarrollo de la idea. No se trata de un mundo distante, lejano y completamente distinto. Este mundo es mañana mismo, dentro de cinco minutos; hoy incluso, por su parecido, y llevando al relato por tanto al terreno de la distopía, de la puesta en escena de un presente alternativo. De ahí quizás que las preguntas suscitadas resulten más incómodas, porque en la cercanía de ese espacio y de esos personajes el dilema, aún en su extrañeza, se torna palpable, posible. Así la serie, navegando con soltura entre las intrigas policiales y los interrogantes existenciales, escapa victoriosamente al peligro de la trivialidad que acecharía al abordaje de un tema tan ríspido.

Un instante eternizado

El punto más incómodo y polémico del abordaje es, claramente, el incendiario tema del suicidio adolescente planteado como acto de resistencia frente una supuesta pérdida de lo humano. Sin embargo, como ya se apuntó, la serie no toma partido ante las posiciones puestas en juego, es decir, no avala ninguna de ellas bajo ningún punto de vista. Con inteligencia y efectividad deja que los interrogantes surjan sin hallar una respuesta en el interior del relato. Las ideas de humanidad y de post-humanidad quedan en entredicho, abiertas en sus derivas, en lo irresoluble de esa pregunta esgrimida en su estricta contemporaneidad. De allí, seguramente, la incomodidad que genera. Del hecho de que un intrigante policial futurista, además de involucrarnos nuevamente en los vericuetos de las fabulaciones detectivescas y conspirativas, deje caer interrogantes cruciales del presente, y los deje allí, en suspenso, abiertos a lo irresoluble de la contemporaneidad, ese momento de fuga o de pasaje que supone ese “entre los tiempos” de la transformación de los paradigmas. Ese instante eternizado en que lo anterior aún no ha dejado de existir, y que indefectiblemente choca contra lo porvenir que ya se manifiesta, o que incluso, como en Ad Vitam, ya ha sucedido.

Apunte final: algo de lo que Ad Vitam se desentiende, algo que omite y es de resaltar. Se trata de un problema fundamental suscitado en esa situación planteada. ¿Quiénes tienen acceso a esa vida eterna? ¿Es la humanidad o es sólo algo destinado a los ricos? ¿Qué pasa en la periferia de los países poderosos? Nada de esto se esboza, la humanidad es esa Francia y los interrogantes son estrictamente existenciales.

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