Diciembre 2001

Diciembre 2001: Crisis y tragedia

Acumulación popular frente a la concentración de riquezas

La larga Marcha del Frente Nacional contra la Pobreza, la Consulta Popular, la movilización de organizaciones sociales resistiendo la miseria planificada del gobierno de De la Rúa fueron la previa a la violenta represión del 19 y 20 de diciembre de 2001, pero también hitos que marcaron otro camino


Luciano Couso

Hacía unos minutos que habíamos llegado a la Plaza Congreso en la ciudad de Buenos Aires –que ese 21 de septiembre de 2001 todavía no era autónoma y por lo tanto la nombrábamos como Capital Federal–, cuando nos acercamos a un barcito a comprar una botella de agua y vimos en un televisor como humeaban, en el centro del corazón del imperio, las Torres Gemelas.

Así iniciamos, con la prensa “distraída” en ese hecho histórico y menos atenta a lo que ocurría en la plaza porteña, la Marcha del Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo), un instrumento de acumulación popular construido unos meses antes, en marzo de 2001, que durante una semana barrió buena parte del país por medio de varias y diversas columnas para difundir de qué se trataba la propuesta de la Consulta Popular, sintetizada en la frase: “Ningún hogar pobre en la Argentina”.

Una semana después, luego de pasar por Baradero, Reconquista, Goya, Corrientes, Resistencia (Chaco), Formosa, Rosario y Villa Constitución (entre otras ciudades que seguro olvidé) la columna 2, que integré junto a compañeras y compañeros de diferentes organizaciones del campo popular, arribamos a la Plaza de Mayo con el objetivo –creíamos– cumplido: a pesar de que los medios de comunicación dominantes blindaban el declive del gobierno de Fernando de la Rúa, el pueblo sabía que existía una herramienta para reducir la desocupación y terminar con la pobreza que requería –a la vez– meterse con la riqueza, cuya acumulación y concentración eran la contracara de “la miseria planificada”, como la llamaba el secretario general de la CTA, Víctor De Gennaro, eje vertebrador del Frenapo.

La insurrección del 19 y el 20 de diciembre no fue una reacción “espontánea”, sino la expresión de la acumulación de dolores e injusticias que habían generado, como contraparte, la resistencia popular a las políticas de ajuste tras más de una década de aplicación de dosis brutales de neoliberalismo sobre el pueblo argentino.

Antes habían sido la Marcha Grande, la Marcha Federal, los piquetes de Mosconi y Cultra Có y una serie extensa de organizaciones populares movilizándose y resistiendo a la miseria planificada.

“Un país hecho de pan”

La Consulta Popular se realizó el 14, 15 y 16 de diciembre de 2001. Ese mecanismo de democracia directa, impulsado por organizaciones de la sociedad como sindicatos, organismos defensores de los Derechos Humanos, asociaciones empresarias de pequeñas y medianas empresas, la Federación Agraria, organizaciones estudiantiles, religiosas y un sinfín de “orgas” de diferentes palos, permitió que en medio de la crisis más de tres millones de personas señalaran en la conversación pública –como se dice ahora– la existencia de otro camino, y que ése era un sendero de construcción colectiva para una justa redistribución de la riqueza.

La Consulta Popular era simple: proponía votar, por sí o por no, la creación de un Seguro de Empleo y Formación de 380 pesos mensuales para cada jefa o jefe de hogar desocupado; una Asignación Universal de 60 pesos por mes por cada hija o hijo de hasta 18 años; y otra de 150 pesos para los mayores de 65 años que no percibieran jubilación ni pensión. Y plantaba cómo debía financiarse.

Luego de las crisis de 2001, esa propuesta tuvo eco parlamentario y, de alguna manera, fue recogida más tarde por el sistema político con la creación de la Asignación Universal por Hijo/a (AUH).

Como se trataba de una propuesta autogestionada, las urnas  se instalaron durante esos tres días en sindicatos –fundamentalmente los estatales y de docentes públicos– y organizaciones de base, empresariales y estudiantiles. El Sindicato de Prensa Rosario, en cuya representación participé de la caravana al noreste, también bancó la parada.

En una libreta del viaje que por algún motivo atesoré, leo ahora algunas palabras de De Gennaro el día de la partida de las columnas desde Plaza Congreso, en las que señalaba que Argentina era “un país hecho de pan”, pero existía “un genocidio por planificación de la desigualdad” aunque, remarcaba el Tano, “la fuerza que hay que ir a buscar está primero en nosotros”.

En Chaco, una compañera de UPCN dijo durante el acto en la ciudad de Resistencia que “en esta Argentina donde nos han robado los sueños y donde han matado a una generación, ésta no sólo es la marcha contra la pobreza sino también la marcha de la esperanza”.

La dirigente de los trabajadores de la educación, Marta Maffei, predijo de alguna manera lo que ocurriría tres meses después. “Cómo vamos a salir adelante con el déficit cero”, sostuvo en un acto del Frenapo, en relación a la política implementada por Domingo Cavallo, que había regresado al Ministerio de Economía como el salvador de la convertibilidad. “Hay que salir a la calle –planteó Maffei–, la calle es el lugar de los pueblos y la confrontación”.

En Santa Fe, el desocupado Rubén Sala, del barrio Santa Rosa de Lima, afirmó que “este es un sistema criminal, porque pone en juego la vida de nuestros chicos”, mientras que el dirigente de Ctera, Jorge Cardelli, aseguró que se “está abriendo un camino ideológico, y por eso el neoliberalismo nos quiere parar. Porque no es sólo un problema de plata, este es un camino hacia la liberación y hacia la reconstrucción del movimiento popular”.

El neoliberalismo y la apelación a su manual básico

Entre septiembre –cuando se realizó la marcha nacional del Frenapo– y mediados de diciembre de 2001 –cuando tuvo lugar la Consulta Popular–, la degradación socioeconómica se profundizó y aceleró su ritmo. Entre blindajes y megacanjes, De la Rúa multiplicaba el dolor.

Algunas medidas oficiales vinculadas a la economía, que lesionaron aún más el bolsillo de los sectores medios, parió una unidad –luego sabríamos que sería transitoria– entre ese segmento social y los hasta entonces vilipendiados piqueteros, que tenían la fea costumbre de autoasignarse visibilidad política mediante la intermitente interrupción del tránsito de los “libres”.

El neoliberalismo apeló entonces a su manual básico: reprimió las protestas populares, apaleó a las Madres de Plaza de Mayo, masacró aquí y allá.

Siendo entonces joven, un novel periodista de un diario “serio”, que había pedido vacaciones para concurrir a una marcha, aquella experiencia de organización popular y ese viaje por un país que desconocía –el del noreste argentino– me marcó profundamente, me permitió ver sin mediaciones los rostros y padecimientos de una pobreza que era diferente a la muy extendida en Rosario, donde hasta los más postergados tenían acceso a un comedor popular y un hospital público.

Junto a un grupo de compañeros y compañeras del diario El Ciudadano, donde trabajaba en 2001, manteníamos un vínculo cercano con las organizaciones sociales rosarinas, cuyas acciones difundíamos en el periódico –aprovechando uno de los tantos procesos anárquicos que produjeron sus propietarios con su manifiesto desinterés por el medio– en contraposición al resto de la prensa comercial, que sólo veía “caos de tránsito” en las demandas de los excluidos y reclamaba calmar con palos el hambre de los que, encima, se organizaban.

En ese contexto, hace 20 años, realizamos la cobertura de la insurrección de diciembre y la represión con la que el Estado respondió a las demandas populares, de las que aquí se dan cuenta.

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