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Ac­ción y reac­ción: la aparición pública de Aníbal Fernández en el escenario político

Esta se­ma­na el pre­si­den­te res­trin­gió sus pre­sen­cias me­diá­ti­cas a las ac­ti­vi­da­des ofi­cia­les. No fue ca­sual. A pe­sar de ser el me­jor co­mu­ni­ca­dor de su pro­pio go­bierno, Al­ber­to Fer­nán­dez re­sol­vió que sean los miem­bros del ga­bi­ne­te los que em­pie­cen a apa­re­cer


Mauro Federico / puenteaereodigital

El físico, matemático y astrónomo inglés Sir Isaac Newton (1642-1727), basándose en los estudios de Galileo y Descartes, publicó en 1684 la primera gran obra de la Física: “Principios matemáticos de filosofía natural”. En la primera de las tres partes en la que se divide la obra, expone una tríada de leyes con las que describe las relaciones existentes entre las fuerzas y sus efectos dinámicos. La tercera de estas leyes, también conocida como principio de acción y reacción, establece que las fuerzas nunca ocurren de forma individual, sino en pares iguales y opuestos.

Hasta los extremos ideológicos más distantes, logran un punto de contacto. El más antiperonista de todos los personajes que anidan en el imaginario colectivo y el más polémico referente de la ideología justicialista mantuvieron alguna vez un romance inesperado. Claro que todo sucedió antes del surgimiento público de aquel coronel que cambiaría la historia Argentina para siempre. Lo que los unió fue la literatura, la admiración por la gauchesca y otro líder popular derrocado: Hipólito Yrigoyen.

Uno de estos personajes es Arturo Jauretche. El otro, Jorge Luis Borges. El primero tras participar en 1933 de una revuelta que intentó rebelarse contra el régimen dictatorial de Agustín P. Justo, fue atrapado y encarcelado junto a sus correligionarios. Detenido en la prisión escribió “Paso de los libres”, un libro de poemas en clave gauchesca sobre aquellos sucesos. El joven Borges lo leyó y pidió prologarlo, cosa que el autor le concedió. Nació así una de las tantas anomalías de la literatura argentina. Y también de la política, que se reencausaría años después con el advenimiento del justicialismo.

El antiperonismo fue una previsible reacción de los sectores más conservadores al surgimiento de un movimiento político que llegó para transformar el esquema de distribución de la riqueza en favor de la clase obrera. El amor que provocó la figura de Juan Domingo Perón en el pueblo trabajador y los excluidos sociales, fue inversamente proporcional al odio que generó entre la oligarquía y ciertos estratos medios con aspiraciones aristocráticas.

Esos mismos contrastes resurgieron durante estas últimas semanas en las que el gobierno de Alberto Fernández debió definir la continuidad de una cuarentena estricta para frenar el inexorable avance de la pandemia de coronavirus y evitar así más contagios y muertes. Y emergieron con la misma intensidad y virulencia que alguna vez ostentaron los “contreras” durante los dos primeros mandatos peronistas. La escalada comenzó con exabruptos como el de Baby Etchecopar en el programa de Mirtha Legrand (que calificó a Cristina de Kirchner como “el verdadero cáncer de la Argentina”) y culminó el jueves pasado con el brutal ataque a los periodistas que cubrían una protesta en el Obelisco porteño, inflada mediáticamente por algunos medios de comunicación.

El presidente hizo lo posible por tender un puente entre ambos lados de una grieta que nunca se cierra. En su discurso del 9 de julio, llamó a terminar con los “odiadores” y por la tarde un puñado de miles de ellos, pedía terminar con el gobierno de “corruptos” y “chorros”. Mal que le pese admitirlo a Alberto, la antinomia planteada por cierto sector de la oposición es tan brutal como la de hace setenta años. Y como decía el citado Jauretche “el arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos y los pueblos deprimidos no vencen, por eso venimos a combatir por el país alegremente, nada grande se puede hacer con la tristeza”.

Pedir la pelota

Es evidente que el gobierno necesita dirigentes en la primera línea de combate que salgan a ponerle el pecho a la adversidad en tiempos de crisis. Y uno de los mejores soldados que aún está esperando la convocatoria para sumarse al pelotón de coroneles, es el actual interventor de Yacimientos Carboníferos de Río Turbio (YCRT) Aníbal Fernández. “Es un hombre de Estado, así que no es extraño que pueda ocupar algún cargo de mayor relevancia”, confió un asesor con acceso al despacho presidencial.

Fiel a su estilo y sin pelos en la lengua, Aníbal admite que todavía nadie lo convocó para integrarse al gabinete. “Yo no necesito precalentamiento, si el presidente me convoca a la mañana, por la tarde estoy con los pantalones cortos listo para entrar a la cancha y cumplir con la función que me asigne”, sostiene ante el requerimiento de este cronista. Días antes, Fernández, había criticado a los funcionarios que rodean a Alberto porque no asumen el protagonismo necesario en la comunicación de los actos de Gobierno y en las consecuencias que esas decisiones generan. “Pidan la pelota, loco, dale; ayuden un poco al presidente que está haciendo un esfuerzo muy grande y no le saca el culo a la jeringa”, dijo en declaraciones periodísticas.

Para el analista Raúl Timerman, es imprescindible que el gobierno cuente lo que está haciendo, que comunique, que genere agenda y que sus funcionarios ocupen espacios en los medios porque el pueblo quiere saber qué hacen los que eligió y no solo tener noticias de la oposición destructiva”. La demanda es clara. “Mucha gente ve la realidad a través de las pantallas de televisión y ahí se puede apreciar un altísimo nivel de disconformidad que no se refleja en los relevamientos. Por eso es necesario darle voz a esa mayoría silenciosa, para que termine siendo una minoría ruidosa la que determine las prioridades en las demandas de la sociedad”, apunta Timerman.

Cafierito

Parece tranquilo, de hablar pausado y confiado de su capacidad intelectual. Fue el jefe de campaña del actual presidente, a quien conoce y respeta como a un padre político. Seguramente por eso Santiago Cafiero no necesitó mostrarse demasiado y asumió como Jefe de Gabinete con un perfil bajo, sin declaraciones estridentes ni presencias públicas descollantes. Pero el efecto “Aníbal” lo contagió y esta semana, se lo vio en varias oportunidades elevando el tono de sus respuestas y “cruzando” por redes sociales a opositores políticos y periodistas críticos.

“La sangre no es agua”, sostiene un antiguo refrán latino. Y menos si se trata de la familia Cafiero. Santiago es nieto de uno de los dirigentes históricos del peronismo. Antonio, su abuelo, formó parte de todos los gobiernos justicialistas. Y fue un símbolo del PJ a lo largo de más seis décadas. “Es un laburante tiempo completo, pero no le gusta andar haciendo alarde ni de su ideología, ni de su trabajo”, apunta un colaborador con acceso al despacho de Jefatura.

La supuesta “tibieza” del joven Cafiero le juega en contra en tiempos de crispación. “La oposición agrede y nadie recoge el guante, cualquier tilingo nos putea y ponemos la otra mejilla, basta, hay que salir a contestar”, se indignó un referente oficialista hace quince días durante un zoom de dirigentes pejotistas. Esta semana Cafierito soltó el doberman. Ante la agresión de un consejero de la Magistratura que publicó en twitter una foto familiar del jefe de Gabinete con el rostro descubierto de sus pequeños hijos, fue directo al calificarlo de “idiota”.

Pero las formas ya habían empezado a modificarse a mediados de junio cuando el Jefe de Gabinete asistió a dar su primer informe de gestión ante el Senado de la Nación. Allí, tras mostrarse escueto y directo en las respuestas y despertar el suspiro de algunas mujeres presentes con sus mohines cancheros, disparó varios dardos contra los senadores del PRO y aprovechó para cuestionarles la pesada herencia que le dejaron al gobierno actual.

Pero fue el asesinato del ex secretario kirchnerista Fabián Gutiérrez y el desubicado intento de un grupo de dirigentes de Juntos por el Cambio de aprovechar esta muerte para forzar una hipótesis con ribetes políticos, los hechos que marcaron un punto de inflexión en la actitud oficialista antes las barbaridades opositoras. Tras cuarenta y ocho horas de incertidumbre, el cadáver de Gutiérrez apareció en una casa de Calafate y la investigación judicial disipó dudas sobre las motivaciones del crimen. En Olivos, reunido con Alberto, acordaron una estrategia más agresiva de respuesta a los ataques opositores. “No es momento para sembrar falsas divisiones entre los argentinos y argentinas. El odio afecta la convivencia democrática y sólo nos paraliza impidiéndonos avanzar”, manifestó el funcionario a través de su cuenta de twitter.

¿Guerra contra el periodismo o periodismo de guerra?

Mientras un grupo de periodistas expresó públicamente su temor por el avasallamiento de la libertad de prensa en la Argentina, otro conglomerado de trabajadores de la comunicación acometió con una respuesta donde negaron el diagnóstico de sus colegas y plantearon que “no toda crítica por más exagerada o injusta que sea, puede ser considerada un ataque a la libertad de expresión”.

A la polémica se sumó el vicepresidente del Enacon Gustavo López al expresar que “el periodismo de guerra nos quiere hacer creer que hay una guerra contra el periodismo, pero en Argentina no hay delito de opinión, ni persecución a periodistas, ni tampoco peligra la libertad de expresión”. “Estos valores son fundamentales para una sociedad democrática y también lo son los derechos sociales y los derechos humanos. Pero si se reemplaza la voluntad popular por la opinión de unos pocos, destruimos la democracia”, apuntó el funcionario.

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