Opinión

En primera persona

Abusos en el rock: ser mujer y productora en los 90

Miriam Maidana fue productora artística en la Rock And Pop. Así conoció a cientos de músicos. Algunos la trataron de igual a igual y otros tantos la descalificaron y denigraron por ser mujer. Cuando escuchó la condena a Cristian Aldana se llenó de recuerdos. Y escribió este texto que reproducimos


Cristian Aldana. Foto: Cosecha Roja.

Por Miriam Maidana (Cosecha Roja)

La condena a Cristian Aldana me removió muchas cosas. En los años 90 fui productora artística de la Heavy Rock & Pop, programa al que ingresé primero para escribir una columna (“Vida de Ratas”), luego fui telefonista, luego asistente y así hasta producir.

Cristian Aldana vino a mi casa con su primer manager, Tommy, a traerme el CD Los hijos de Alien, grabado en forma independiente gracias a que lxs padres de Tommy habían puesto su almacén como garantía para pagar las costas de impresión. Tommy era el que se ocupaba de tipear las gacetillas, andar con la mochila llena de K7 y hablar con quien fuera necesario para que El Otro Yo toque y toque. Años después, a Tommy le dieron una salida poco amorosa: llegaba la etapa del “crecimiento” y el almacén ya no era tan necesario. Hace unos años Pat lo encontró trabajando de empleado de boletería en el subte. Fue un pilar de la movida alternativa del Sur, por cierto.

A mí la movida sureña me encantaba: nunca tuvieron problemas con mi condición de mujer, por ejemplo. Y no es un ejemplo menor: muchos productores, músicos, managers consideraban al Ruso un desquiciado por trabajar con “minas”. De mí circularon varios rumores: el primero y principal fue la investigación llevada a cabo acerca de mi sexualidad. ¿Era yo lesbiana? Argumentos: fumaba Parisiennes fuertes, vestía jean y campera de cuero –¡nunca vestidito!–, vivía con mi mejor amiga. Yo a veces me divertía y otras me saturaba. También se rumoreó que un ignoto baterista de una banda under contaba por allí que yo le había “ofrecido” telonear a Ramones si se acostaba conmigo. Según dijo, “yo hablaría con Grinbank” –a quien vi una vez en toda mi vida: fue por los festejos de los 10 años de Rock & Pop–. Imagínense mi “peso” en la sugerencia de teloneros para Ramones.

Por esos años también un productor importante me ofreció que escriba un libro con los “chismes” que sabía de músicos conocidos. Yo pude ser Viviana Canosa, pero la oferta no me sedujo. Sin embargo, con mis altibajos de humor la única persona con capacidad de sacarme de quicio fue Pappo. El lugar de las mujeres para él era o como colgantes de su brazo o en la casa haciendo la comida. Igual debo decir que yo no soportaba esa cosa de “el amigo de Lemmy” y el más pesado de los pesados, así que la decisión fue que yo no asistiría cuando él fuera al estudio y fuimos todos felices.

En los 90 fuimos pocas las mujeres que trabajábamos en el rock: algunas hacían prensa, las managers eran muy poquitas, en radio no llegaríamos al 2% del staff, revistas y suplementos eran copadas por varones, y sí por cierto eran muchas, muchísimas las adolescentes y chicas que “compraban” al ídolo. Fue una práctica superextendida: las chicas en las combis, en los camarines y luego desechadas. Sí es cierto que Iggy Pop se enamoró, que Dee Dee Ramone estuvo con Bárbara por años y que varios sinfónicos de Escandinavia se quedaron en Argentina con sus novias. Pero no era un patrón. El patrón era el deshecho. Y en caso de que tuvieran consecuencias, el rechazo y la difamación: Pappo y Cristian tuvieron hijxs a lxs que no reconocieron por años.

Hubo separaciones históricas y peleas interminables que tenían siempre en común la “locura femenina”: ser mujer era ser loca, conflictiva, querellante. Cuando Nirvana tocó en Argentina de tan mal humor por el trato dispensado a las Calamity Jane, a nadie se le ocurrió escribir de qué tipo de público éramos que no podíamos soportar un rato la actuación de una banda soporte. La carga fue que la banda era “horrible”. Por lo tanto ¿qué menos que gritarles y tirarles cosas a esas “minas”?

El movimiento llevado adelante por lo que conocimos como #YaNoNosCallamosMas logró algo impensado: una condena justa. Como todo movimiento de lucha por los derechos no pidió ojo por ojo: actuó poniendo el cuerpo. Y les puedo asegurar que deberían tener algún tipo de reparación por todo lo que tuvieron que soportar. Por las pérdidas. Por las acusaciones, las infamias, la persecución, la traición.

Cuando me enteré de la condena a Aldana –justísima, porque usó todo lo que el poder y la idolatría permiten para joder a cantidad de adolescentes que componían su público– me vinieron flashes a la cabeza y tuve ganas de compartirles –sólo– algunos.

Porque el rock –y yo creo que ya todo género musical– sintió el cimbronazo. Hemos dejado de naturalizar actitudes, circunstancias y discursos.

Justo es decirlo: de algunos. Yo he seguido en contacto con personas que hacen música y participan de la industria que no tienen motivo para no dormir plácidos y calmos por las noches.

Para muchos emborrachar, ser adorados por ser un poster, coger por deporte y deshechar no es una opción. Humillar, someter, abusar, violar son prácticas de poder, no sexuales. El daño es enorme e inmedible.

Así que si bien es conocida mi posición de admiración y apoyo al #YaNoNosCallamosMas, me pareció lindo compartir este escrito.  Lo que viene va a tener que ser mejor.

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