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A quién aplaude Mirtha Legrand

La “mesaza” de la señora, que ya recorre poco más de cinco décadas de historia argentina, fue y sigue siendo un escenario en el que se cocinan estrategias políticas y mediáticas, muchas de ellas distractivas en momentos de crisis como el presente


“Mediodías con amor, mediodías en la televisión/ mediodías de amistad, la mentira y la verdad”, cantaba un joven y contestatario Alejandro Lerner en los comienzos de los años 80 acerca de esa misma mesa, la de la Reina Madre de la pantalla chica argentina, en la que el último domingo, en su regreso al ruedo luego de una operación que la mantuvo alejada de la televisión por unas semanas, aplaudió a Los Nocheros entre certezas y desconciertos del resto de los invitados. “Yo quisiera mandarle un saludo muy especial a Los Nocheros porque están viviendo momentos muy duros, muy difíciles. Es una desgracia lo que les ha pasado, realmente. Así que les vamos a mandar un aplauso”, dijo sin inmutarse Mirtha Legrand acerca del escándalo que envuelve a los Teruel y a la banda, pero especialmente a Lautaro, hijo de uno de los integrantes del grupo que está preso tras haber confesado la violación de una niña de 7 años hace una década. “Son cosas que pasan…”, dijo la señora mirando a cámara con su habitual complacencia.

Más allá de las retractaciones y los pedidos de disculpas que siempre resultan extemporáneos en estos casos, aplaudir es, también, festejar. Qué es lo que se aplaude en esa mesa: ¿el delito, la tragedia, la atrocidad de lo ocurrido como ha pasado históricamente?. De todos modos, respeto de lo que buscan quienes se sientan allí y aplauden y se ríen frente a cada una de las ocurrencias de esta señora, por momentos una epifanía bizarra de Mamá cumple cien años, la recordada película de Carlos Saura, es algo que siempre parece quedar sin respuesta.

La “mesaza” de la señora, que ya recorre poco más de cinco décadas de historia argentina, fue y sigue siendo un escenario en el que se cocinan estrategias políticas y mediáticas, muchas de ellas distractivas en momentos de crisis como el presente.

“Yo lo vi al presidente Videla con lágrimas en los ojos”, dijo una joven y emocionada Legrand hace muchos años, cuando en 1978 se había jugado la final del  Mundial de Fútbol con la Selección Argentina campeona, en uno de los momentos más atroces de la última dictadura cívico-militar y con el país bañado en sangre.

Pero lo que no se puede negar es su coherencia. Bastante más acá en el tiempo, en plena campaña presidencial de 2015, leyó una carta de lectores del diario Clarín a la que suscribía, de la que se desprendía una comparación entre el gobierno nacional de entonces y la Alemania Nazi, semanas después de aquél programa en el que sin remilgos definía a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner como “una dictadora”.

Pero el tiempo pasó rápido y esa misma señora que decía que en la televisión argentina todos estaban dispuestos a vender a la madre con tal de sumar un punto de rating, cuando las mediciones de su programa caían en picada, sentó a su mesa a Natacha Jaitt con la famosa lista de supuestos pederastas en una supuesta operación de los servicios, poco antes de que la modelo y mediática apareciera muerta en circunstancias dudosas aún no esclarecidas.

Y la lista es interminable. La otrora diva del cine nacional, una actriz de poco talento que encontró un nicho en la tevé cuando su carrera cinematográfica había terminado, esa misma señora que pide aplausos para lo que no se aplaude, es la que a finales de los años 70 aparecía en la tapa de la revista Gente como una de las tres mujeres más influyentes de la Argentina en plena dictadura: las otras eran Ernestina Herrera de Noble y Amalia Lacroze de Fortabat.

Legrand fue una figura central de la comunicación en aquellos oscuros años del país como lo es en el presente, y es la misma que muchos años después le decía en la cara a la actriz Cecilia Rossetto que la izquierda estaba “pasada de moda”, que estaba “muy politizada”, que era “muy de izquierda”, que la política había perjudicado su carrera, frente a la actriz que, entre azorada y enfurecida, le recordaba a ella y al resto de la mesa que tenía a su marido desaparecido.

Pero nada acaba allí. Después de transitar una década siempre muy asqueada por los llamados actores K, la señora, que reniega de la política porque perjudica las carreras de los artistas, no dudó, sin embargo, a la hora de embanderarse en el macrismo e incluso jactarse una y otra vez de haber sido la responsable de llevar a Mauricio Macri al gobierno, un hecho que la convierte a todas luces en una actriz-conductora M, algo que, sin embargo, nadie se anima ni siquiera a cuestionarle.

La misma señora que el último domingo pidió un aplauso para Los Nocheros y por ende para los Teruel cuando lo que se dirime es la violación de una menor, le preguntó al diseñador Roberto Piazza, hace unos diez años, si él y su marido, una pareja gay, al adoptar a un chico, “como tienen inclinaciones homosexuales –dijo textual–, ¿no podría producirse una violación hacia su hijo?”. Y de nuevo en 2015, en otro de los hitos de su carrera atroz y rumbo al pasto cuestionó a la actriz y cantante Laura Miller que había denunciado a su ex marido por violencia de género, preguntándole: “¿Vos qué hacías para que él te pegara?”.

Declarada opositora a todos los debates por el proyecto de Ley de Aborto Seguro, Legal y Gratuito, la señora no tiene empacho en reconocer el hambre, la pobreza y los errores garrafales del actual gobierno advirtiendo, sin embargo, que volverá a apoyar a Macri en octubre con tal de que no vuelva un gobierno popular, en gran medida, mirando de reojo a un amplio sector de la sociedad que la ha visto siempre como la referente de una especie de monarquía televisiva hoy claramente en decadencia y con olor a naftalina.

Sucede que por más que detrás de cámara corran productores advirtiendo papelones y busquen poner paños fríos a los exabruptos de la señora, fueron y son esos mismos exabruptos disparados al aire los que definen el perfil de una actriz y comunicadora que, con la impunidad que supuestamente dan los años, se inmola por un presente político en el que la contradicción y la posverdad van de la mano y entonces todo parece normal (si existiera la normalidad) y permitido.

“La mentira y la verdad” a la que refería el joven Lerner en “Mediodías con amor” como un par unívoco son fundantes de la matriz que edificó una carrera, la de Rosa María Martínez Suárez, Chiquita para lo íntimos, a la que muchos le perdonan todo, otros sostienen que se acerca al retiro de los medios y otros siguen apostando a ella como la referente máxima de la pantalla chica criolla. De lo que sí ya no hay dudas es que, en tiempos de militancia feminista, la deconstrucción no está en los planes de la señora.

 

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