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A propósito del jardín Tribilín, ¿por qué existe tanta agresión?

Por Raúl Koffman.- La indefensión del otro da una sensación de poder y potencia que es difícil de encontrar en otras situaciones.


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La agresión hacia los otros estuvo presente desde el inicio de la evolución humana, sea por invasores o por depredadores (no nos olvidemos de que somos mamíferos y primates con millones de años de evolución). Además, lo humano nunca excluyó la animalidad. El desarrollo de las formas sociales de organización con sus históricas desigualdades y las guerras siempre iniciadas por intereses económicos le dio forma, y la justificaron y naturalizaron. Hoy es un problema social muy grave en muchísimas sociedades, y motivo de preocupación diaria tanto para quienes pretender vivir en paz (¡vaya pretensión!) como para quienes deberían asegurarla.

Causas posibles

Mirando con detenimiento y sin prejuicios es fácil encontrarse con que el tema “el diferente”, es muy difícil de manejar en las relaciones humanas: mujeres, niños, personas de otra raza, religión o nacionalidad, de otro color de piel, de otro idioma, de otra extracción social o con capacidades diferentes son pasibles de ser agredidas por cumplir con estas condiciones. La discriminación y la intolerancia fueron siempre de la mano de la agresión.

También, mirando con detenimiento, nos encontramos con que el odio une mucho más que el amor. La historia está llena de enfrentamientos sangrientos centenarios y hasta milenarios entre pueblos vecinos, pero no se conocen amores que duren tanto, ni aun en la literatura fantástica.

También la violencia contra quien se presenta desvalido o indefenso está presente en la historia de la raza humana hasta nuestros días. Es que la indefensión del otro da una sensación de poder y potencia difícil de encontrar en otras situaciones. Potenciado, obviamente, con un arma en la mano. Sensación de potencia que el cine y los videojuegos se encargan de endulzar junto a la peligrosísima idea de ser la/el eligida/o.

Por otro lado, en el interior de una familia, la sola condición de ser la/el hijo preferida/o es fuente de agresión a causa de celos o envidia. O por haber sido la/el primera/o en haber nacido y la pérdida de privilegios con el nacimientos de la/el siguiente.

Si algún día se hace una encuesta con la pregunta: “¿Cree que algún día la gente dejará de ser envidiosa?”, ¿cuál cree usted que serán los porcentajes de las respuestas? Inténtelo entre sus familiares y amigos.

Desde el punto de vista social, haber nacido en grupos que no tienen la posibilidad de desarrollarse ni de crecer económicamente puede convertirse en fuente de resentimiento y agresión. El tema es archiconocido y lleno de prejuicios. Pero hay un problema agregado, al que en los últimos tiempos se le sumó una nueva lógica: “dado que mi vida no tiene valor, entonces la tuya tampoco”, práctica ya validada y naturalizada.

Y si la llamada “administración de justicia” se presenta como deficitaria, o “políticamente comprometida”, o “corrupta”, la justicia por mano propia aparece muchísimas veces como la única opción para revertir el proceso o para quedar “personalmente reivindicado”. Lo que nos lleva a otra posible causa.

Si alguien necesita reivindicarse personalmente es porque las formas socialmente organizadas están fallando en dar algunas respuestas. Lo que lleva al tema de la representatividad, que es un tema de origen sociológico y político, pero que tiene fuertes efectos sobre la credibilidad y su otra cara, el descreimiento, factor claramente psicológico.

A otro nivel más macro sabemos también que los grandes conglomerados humanos generan conflictos y agresiones que les son propias y características. El espacio personal y el espacio compartido se redefinen permanentemente, y siempre en desmedro del primero.

Pero no son éstas las únicas causas posibles ni tampoco las únicas formas de agresión conocidas. Conocemos no sólo la agresión física sino también la simbólica (la que se ejerce con las palabras, transmitiendo ideas que no dejan marcas visibles en el cuerpo). Y ésta es tan frecuente y diversa como la física, y hasta paradójicamente practicada sin la menor autocrítica por quienes critican la agresión física.

La complejidad es evidente. Ahora bien, si sumamos estas posibles causas antes nombradas y sus difíciles soluciones, ¿no nos da un cóctel explosivo, muy parecido a la imagen de la Caja de Pandora? Un mal manejo de estas variables individuales y sociales recuerda aquello de que “juegan con cosas que no tienen repuesto”.

Preguntas y final

Las diarias agresiones ¿son problemas específicos de la naturaleza humana o problemas socio-culturales?, ¿o ambos a la vez?, ¿en qué proporciones? ¿Será que las relaciones humanas son inseparables de las relaciones de poder? ¿La agresión en el campo social podrá controlarse y desaparecer?, ¿se logrará con una muy “agresiva” política de control o con educación? Sabemos también que la educación lima asperezas, genera nuevos significados y produce nuevas conductas. Pero, ¿la educación es omnipotente? Bibliotecas enteras tratan de contestar estas preguntas.

Por todo lo antes dicho es muy peligroso jugar con fuego cerca de una mecha, y más peligroso aún es jugar a encenderla.

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