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A cinco años de su muerte, un libro recupera la potencia vanguardista y las mil caras de David Bowie

A cinco años de la muerte del cantante, el periodista y escritor Juan Rapacioli publicó “Por qué escuchamos a Bowie”, un ensayo que recupera los símbolos, máscaras y espejos que este artista utilizó para cuestionar el presente y la idea de lo real


A cinco años de la muerte de David Bowie, el periodista y escritor Juan Rapacioli publicó Por qué escuchamos a Bowie, un ensayo que recupera los símbolos, máscaras y espejos que este artista profético y multiforme, uno de los más influyentes y disruptivos de la historia del rock, que utilizó para cuestionar el presente y la idea de lo real.

La publicación de Gourmet Musical aparece a cinco años del fin de las reinversiones de David Jones. El 8 de enero de 2016 el músico británico celebraba su cumpleaños 69 con la aparición del álbum Blackstar en Internet, sin mostrarse ni hacer declaraciones. Dos días después, el 10 de enero, la prensa anunciaba su muerte.

Con ese último acto Bowie hizo lo que mejor sabía. Lo que hizo con la música, la literatura, la filosofía, el teatro y la moda en 50 años de carrera: se proyectó en la sombra de esa estrella negra de la misma manera en que reinventó los mundos, historias y personajes que este libro retoma.

Si bien todo el ensayo intenta responder por qué escuchamos a Bowie, quizá la respuesta más contundente esté apenas empezar: “Bowie hizo las preguntas adecuadas sobre la época extraña que le tocó vivir”, plantea Rapacioli. Escucharlo “es también un modo de ver cómo llegamos al siglo XXI”.

Entre sus páginas se puede leer “Bowie consiguió, como pocos artistas, transformar sus fascinaciones en un sonido del futuro” y en diálogo con Télam lo reafirmó: “Sigue siendo un sonido del futuro en el sentido que se proyecta hacia un lugar desconocido. Una zona dominada por el enigma. Esto es lo que sucede en Blackstar, que si bien es una obra sobre su propia muerte también funciona como un artefacto de signos que seguimos desentrañando hasta hoy. Aunque se la pasó discutiendo con su época, Bowie no dejó de pertenecer a una cultura que hoy tiene algo de museo: la cultura rock. En ese sentido, a esta altura, es un artista clásico. Su potencia de futuro, pienso, radica en el gesto vanguardista de usar y descartar para producir algo diferente”.

Además, sobre la obra del artista, Rapacioli señaló: “La fascinación es la respuesta más poderosa que Bowie encontró para vincularse con todo lo que, desde joven, quería hacer. En principio lo llevó a transitar la imitación como forma de buscarse artísticamente (en el primer Bowie se puede escuchar a Anthony Newley, Bob Dylan, Syd Barrett). Pero luego ya no es solo un medio, sino un estado de percepción. En cierto sentido, Bowie necesita estar fascinado para crear. Ya no es tanto la fascinación con un objeto, sino la fascinación como lugar. «Extraña fascinación, fascinándome», dice en el iniciático Changes. Y después, en el tema que justamente se llama «Fascination», es más evidente: «Cada vez que siento fascinación, no me puedo quedar quieto. Tengo que usarla».

A su vez, el autor dio su mirada sobre la forma de Bowie de apreciar la realidad: “Mark Fisher dice que Ballard entendió que el collage fue la gran forma artística del siglo XX y creo que se puede decir lo mismo sobre Bowie. A finales de los 60, en una época que le hacía culto a la autenticidad y la sinceridad, ofreció máscaras como modo de expresión. Coleccionista de ideas y estéticas, configuró una poética del uso y el descarte que le discutió a una idea de naturalidad tan celebrada por la cultura pero también por la contracultura (por eso, su paso por el hippismo fue tan problemático). El artificio, para Bowie, fue un procedimiento conceptual que no se quedó en el efecto, sino que le sirvió para meditar sobre los elementos ficcionales que hacen a la noción de identidad”.

Juan Rapacioli, autor del libro

Sin lugar a dudas, el deslumbramiento con el que Bowie se permitió con artistas que lo fascinaban fue el leiv motive de este ensayo: “En principio, la fascinación por el propio artista, alguien que si bien es enigmático en sus conceptos es muy claro en su procedimiento. Se puede decir que le gusta mostrar su hoja de ruta: su gesto glam, su momento soul, su etapa postpunk, sus lecturas de ciencia ficción o sus obsesiones filosóficas. En ese punto, la fascinación por Bowie deviene fascinación por todas las cosas que lo atraviesan. Porque además de todo lo que hizo, Bowie fue un gran traductor de las obras que lo interpelaban. Y eso marcó el pulso de la escritura”.

Cabe señalar que gran parte de esta producción fue escrita por Rapacioli durante su aislamiento sorpresivo en Italia, separado de manera inesperada y repentina de tus afectos, en los momentos de mayor incertidumbre de la pandemia del covid-19, lo cual hizo que parte del relato sobre las conexiones de David Bowie fueran sentidas como propias: “Luego de abordar temas claves de Bowie como la distopía, la decadencia, la alienación y la soledad, llegué a pensar que estaba escribiendo sobre el presente. Fue una experiencia asombrosa y paradójica: por un lado, la escritura me ayudó a soportar esos días de incertidumbre y encierro; por el otro, las visiones catastróficas que tanto le gustaban a Bowie se hicieron parte de mi propio paisaje mental. Por suerte, en algún momento encontré un punto de fuga. Eso también se lo debo a Bowie, alguien que si bien es oscuro en sus ideas, siempre encuentra una salida por el lado de la fantasía. Y necesitamos la fantasía para vivir”.

Y detalló: “Desde el Brixton de posguerra hasta la Berlín de los 70, pasando por su «tierra mítica», Nueva York, los escenarios derruidos, marginales, transformados por la violencia del mundo son fundamentales para su poética. De alguna manera, el Bowie más creativo es el que se nutre de lo subterráneo, lo outsider. Hacia fin del siglo pasado, sus reflexiones giraron sobre la pérdida de convicciones y el caos como elemento denominador. ¿Y qué mejor que el caos para pensar nuestros días?”.

Por otro lado, el ensayo también brinda un capítulo aparte sobre el interesante el valor de la decadencia en la cocina de Bowie, en ese ciclo incansable de obsesión, agotamiento, crisis, y reinvención. “La decadencia es clave para los imaginarios que Bowie construyó: la tristeza del mundo que se aleja de Major Tom, el paisaje ruinoso de Diamond Dogs o el crimen como arte de Outside, pero a diferencia de su amigo Lou Reed, no funciona como una documentación poética, la usa para saltar a la fantasía. Por eso un personaje como Ziggy Stardust sigue resonando a pesar de su desaparición. Bowie mató a Ziggy pero no pudo acabar con su ilusión escapista”, mencionó.

“En alguna entrevista, hablando de su admiración por Lou Reed, Bowie dice algo así como que el poeta de Nueva York era muy conciso con lo que quería decir, no desperdiciaba palabras. Lo resume en una frase que se puede traducir como «decí lo que sentís». Después, hablando de su propio estilo, se refiere al barroquismo de su poesía, «el británico que hay que mí», y se responde: «Voy a decir lo que sienta, eventualmente». Ahí se puede ver un poco el modo Bowie: alguien a quien le importa pensar la realidad pero siempre con su reverso de engaño, ilusión, artificio y teatro. Lo que Bowie quiere decir está atravesado por espejos deformes, máscaras y símbolos que cuestionan la idea de lo real”, concluyó.

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