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A 95 años del Octubre rojo en Rusia: auge, declive y caída

Por Carlos Solero / Especial para El Ciudadano.- A 90 años de los sucesos de Petrogrado que marcaron lo que se avecinaba como la revolución y que aún se recuerdan.


Han transcurrido ya noventa y cinco años de los sucesos de Petrogrado que marcan un jalón singular y definitorio en la Revolución Rusa de Octubre, de hecho, para muchas personas los nombres de Lenin, Trotsky, Emma Goldman, Néstor Maknno resulten en el presente casi desconocidos por lo menos envueltos por la niebla como lejanos en un túnel del tiempo. Pero acaso en lo que ocurrió en aquellas gélidas latitudes y su devenir posterior siga teniendo eco en nuestros días.

Este acontecimiento generó en las masas obreras de diversos países enormes expectativas de cambio y transformación radicales. Expectativas que se fueron diluyendo a partir de la destrucción de los soviets (consejos de obreros, soldados y campesinos), espontánea creación popular que fue aniquilada por el ejército rojo y el partido  comunista bolchevique. La centralización del poder en una élite encabezada en principio por V.I.Lenin, León Trotsky y Joseph Stalin y la entronización de una tecno-burocracia que llega hasta nuestros días en figuras como las de V.Putin, un ex agente de las temibles fuerzas de espionaje de la KGB.

Lo que comenzó en octubre de 1917 con visos de una revolución socialista internacional terminó siendo un capitalismo de Estado que erigió una potencia mundial imperialista y feneció décadas después por el golpe militar que abortó procesos como la Glasnost y la Perestroika, dejando en el tablero mundial un escenario cuasi unipolar regenteado por Estados Unidos de Norteamérica y el bloque de Europa Occidental.

La Revolución Rusa es desde nuestra perspectiva uno de los acontecimientos más importantes de la primera mitad  del que el historiador Eric Hosbawm llama el “corto  siglo XX”, que se enmarca entre el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914 y la disolución formal del a Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas entre el 11 de marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991. Esto implicó la desintegración de las estructuras políticas federales y el gobierno central de la URSS, lo que otorgó la  independencia a las quince repúblicas que la formaban y le dio el certificado de defunción al intento socialista más grande del mundo, este hecho singular marca el fin de la Guerra Fría entre los bloques de la occidental Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otán), fundada en 1948 y conformada por Estados Unidos y las principales potencias europeas como: Bélgica, Francia, Luxemburgo, Países Bajos y el Reino Unido y el oriental del Pacto de Varsovia de 1955 encabezado por la URSS.

Voces críticas

En la década del setenta durante el siglo XIX el luchador y propagandista del anarquismo Mijail Bakunin polemizó con Karl Marx acerca de la necesidad de un cambio sustancial de estructuras, no sólo económicas, sino y por sobre todo políticas y sociales. Afirmaba Bakunin que la no abolición del Estado, generaría nuevas clases sociales y que “la dictadura del proletariado”, encarnada en un partido, pronto degeneraría en una dictadura  explotadora y opresora de los proletarios los que estarían obligados  a vivir en un gigantesco cuartel a redoble de tambor. Estas palabras resultan cuasi proféticas a la luz de los acontecimientos que acompañaron el devenir de la ex URSS.

Hubo también críticas tempranas a la centralización del poder en la elite bolchevique como las de la militante socialista polaca Rosa Luxemburgo, asesinada luego del fracaso de la Revolución alemana de 1918/19. El biólogo anarquista Piotr Kropotkin, quien luchó contra el zarismo, aun padeciendo cárcel y exilio dirigió sendas cartas a Lenin denunciando las atrocidades de la burocratización, el totalitarismo en ciernes y las hambrunas de los obreros y campesinos. Emma Goldman y Alexander Berkmann, activos partícipes en la etapa liminar de la Revolución Rusa dejaron plasmados sus testimonios críticos, la primera en su folleto Dos años en Rusia y su compañero Berkman en las crónicas sobre la masacre de Kronstadt 1921. Panait Istrati el revolucionario rumano fue invitado por el régimen de Stalin, pero su experiencia de proletario militante le hizo entrever la impostura y nos legó un libro fundamental para comprender  algunas de las claves del siglo XX: Rusia al desnudo. Todas estas voces fueron silencias, calumniadas y ocultadas por los burócratas bolcheviques.

Una debacle gigantesca

En agosto de 1991 se produjo un intento de golpe de Estado que significó el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Si bien el golpe no logró derrocar al entonces premier Mijail Gorbachov, puso en jaque los procesos de renovación que éste había lanzado como Glasnost y Perestroika. El ala dura del PCUS abrió de algún modo las puertas a Boris Yeltsin y a sus laderos Vladimir Putin y la cohorte de tecno-burócratas que gobiernan la Federación Rusa.

Setenta años antes por señalar los desmanes centralizadores y  burocráticos fueron ferozmente aniquilados los marineros y soldados de los consejos obreros en  Kronstadt. Las órdenes de Lenin y Trostky fueron terminantes, barrer la disidencia. Entonces paradojas de la historia los otrora llamados “gloria y vanguardia de la revolución proletaria y socialista, pasaron a ser considerados sarnosos subversivos”. Se abría así una dramática etapa represiva que, a partir del ascenso de Stalin, cobraría cuerpo en las purgas y matanzas, en los llamados “Procesos de Moscú” y en la instalación del sistema de gulags, campos de trabajo forzado y exterminio.

El stalinismo potenció una política de capitalismo de Estado e industrialización forzada, instauró el férreo control policíaco y erigió la llamada nomenklatura de burócratas que aún gobiernan, ahora bajo las cruentas normas del mercado capitalista que empobrece a las masas en beneficio de una minoría parasitaria. A Stalin lo sucedió Kruschev, quien ventiló los horrores stalinistas, pero pronto fue desplazado por los connotados tecno-burócratas como Leonid Bréhznev, que gobernó desde 1964, responsable de la invasión a Checoslovaquia en 1968, que aplastó con los tanques “La Primavera de Praga”. Al frente de la URSS, Brézhnev impulsó la distensión entre los países de Oriente y Occidente. Su última decisión en el poder fue enviar al Ejército Soviético a Afganistán en un intento de salvar al frágil gobierno que luchaba contra los muyahidines, guerreros fundamentalistas islámicos apoyados por el estado Norteamericano. Brézhnev falleció el 10 de noviembre de 1982. A Brezhnev le sucedió  Yury Andropov quien ejerció el cargo de secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética desde 1982 a 1983,  meses después fue sustituido por Konstantín Chernenko. A quien sucedió Mijail Gorbachov impulsor de los procesos de la Glasnost (transparencia y apertura política) y la Perestroika (modernización económica). Gorbachov fue derrocado por Boris Yeltsin en convivencia con altos mandos de las fuerzas armadas. Más de dos décadas después del golpe de mano que abrió las puertas a la restauración capitalista de mercado, es importante reflexionar sobre la debacle gigantesca que significa la implosión de la URSS.

El proyecto de una sociedad que nos emancipe del capitalismo que pauperiza, expolia y oprime a las masas de trabajadores en todo el Planeta Tierra, sigue pendiente, nuestra lucha no puede cesar, es imprescindible para no perecer como especie. Mantiene plena vigencia lo que plantearon los obreros revolucionarios, socialistas y los anarquistas de la  Primera Internacional, ya en el siglo XIX: “La emancipación de los oprimidos sólo será obra de ellos mismos”.

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