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Polémica

A 80 años de “El gran dictador”, la película más ambiciosa y política de Charles Chaplin

En octubre de 1940, ya en plena Segunda Guerra, el gran Carlitos estrenaba en Nueva York lo que resultaría una sátira de los fascismos reinantes en Europa. El film fue duramente criticado por medios estadounidenses pro-germanos y él paso a integrar las listas negras de Hollywood


El 15 de octubre de 1940 se estrenaba en Estados Unidos El gran dictador, el film dirigido y actuado por el gran Charles Chaplin. Era una propuesta que aparecía como muy ambiciosa dentro de su filmografía, que nunca le escapó al sesgo político aunque aparecía más diluido en el carácter cómico de sus gags.

El gran dictador cuenta la historia de un barbero judío que es a la vez el doble de un autócrata megalómano con el claro objetivo de criticar los totalitarismos europeos en boga por aquel tiempo, ya iniciada la Segunda Guerra, y con gran ascendencia entre el pueblo a juzgar por lo que pasaba en Alemania, España e Italia.

Estados Unidos aún no había intervenido en la contienda  y luego de su estreno el film fue arteramente criticado por la gran prensa de ese país enrolada en pensamientos y actitudes pro-germanas.

Caldo de cultivo

Cuando la guerra termina, un soldado vuelve a la vida civil –la película comienza con una secuencia de la Gran Guerra– pero no puede trabajar debido a una amnesia.

Luego de veinte años el soldado, que era barbero, sigue encerrado en una institución mental sin percatarse de los cambios ocurridos en su país, gobernado por el dictador Hynkel.

Su barrio fue transformado en gueto y cuando se topa con sus vecinos, el peluquero repara en que su situación de judío lo convertirá en objeto de humillaciones y peligros de todo tipo. El estilo de Chaplin sigue indemne en El gran dictador y si bien los gags son conjugados en el tono de comedia, todo redunda en una perfecta sátira con los habituales movimientos de personajes y situaciones por demás absurdas.

Chaplin trabajó durante tres años en el proyecto; desde que se trataba de su primer guion con diálogos hasta llevar a cabo una exhaustiva investigación de qué pasaba en esos países donde el fascismo y el nacionalismo se convertían en cruzadas místicas y bélicas, el armado fue arduo.

Además él la protagonizaba y dirigía, lo cual había resultado una tarea por lo menos temeraria. El sentido último de El gran dictador Chaplin lo explicó de este modo: “Creo que Hitler representa todas las ambiciones totalitarias de los fascismos europeos, pero la película no habla de él directamente, sino de todo ese peligroso caldo de cultivo que existe en estos sistemas excluyentes”.

Un dispositivo crítico en su contra

Si bien la película fue festejada por los espectadores las cuatro semanas que duró en cartelera durante su lanzamiento y que la producción y el rodaje fue hecho poco menos que en secreto –incluso tratándose de un film de gran despliegue y porque ya Chaplin percibía que en el Estados Unidos de entonces el clima no era nada favorable–, apenas fue visionada por periodistas pertenecientes a algunos grandes periódicos, sobre todo aquellos que pertenecían a la cadena del magnate William Randolph Hearst, quien había declarado públicamente su admiración por el líder alemán y pugnaba por la no intervención de su país en la guerra, un gran dispositivo crítico se alzó en su contra.

Pero no fueron los medios los únicos que defenestraron el film. En el seno de la industria de Hollywood también se disputaban fuertemente cuestiones ideológicas y la disputa entre sindicatos y empresarios se mostraba virulenta.

En esa época, antes de McCarthy, ya existían las listas negras, sobre todo porque eran una herramienta para resistir las protestas sindicales en defensa de los derechos de los trabajadores –en general la dirigencia de los gremios pertenecía al Partido Comunista o o al socialismo–.

De este modo, al cabo de un par de meses del estreno, Chaplin pasó a engrosar esa lista por primera vez en la historia. El argumento había sido de que el mensaje subliminal de El gran dictador era una declaración de principios de neto corte comunista y que aunque fuera encubierta, eso podía verse perfectamente en el tratamiento que el film daba a los líderes nacionalistas, que era como el gobierno de Estados Unidos y buena parte del empresariado consideraban a los dictadores europeos, y quedaba claro que no toleraban el antifacismo que allí se respiraba.

El aislacionismo de Estados Unidos también había tenido gran predicamento en la opinión pública, lo que permitía una serie de abusos sobre aquellos que se manifestaban en contrario.

La risa como algo saludable

Antes del final de El gran dictador, hay una suerte de llamado a luchar por algunos de los valores más conspicuos de los sistemas democráticos: la libertad y la hermandad de los pueblos.

La última frase de ese discurso, apelando a la carne de cañón en el frente de batalla, dice: “Soldados, en nombre de la democracia, debemos unirnos todos”. Pero eso no impidió que la crítica se vuelva cada vez más virulenta y Chaplin fuera poco menos que execrado.

Más tarde, la crítica vino de otro lado; se dijo que un film no podía tomarse con humor la terrible situación que habían sufrido los judíos en esos tiempos.

El mismo Chaplin respondería a esas críticas con un texto publicado en el The New York Tlmes donde replicaba con frases como estas: “En cuanto a que Hitler sea gracioso, solo puedo decir que si a veces no podemos reírnos de Hitler, entonces estamos más perdidos de lo que pensamos. Hay algo saludable en la risa, la risa ante las cosas más horribles de la vida, la risa ante la muerte, incluso”.

Finalmente será el propio Hitler quien corra a Chaplin de la mirada inquisidora de los medios y de Hollywood cuando declara, en 1941, la guerra a Estados Unidos,  varios meses después del polémico estreno.

Más allá de todos los inconvenientes y las idas y vueltas, la película fue el mayor éxito comercial de Chaplin, pese a su limitada exhibición en Estados Unidos. En Francia, que había sido ocupada por los nazis, recién pudo verse en 1945, mientras que en Italia no se estrenó hasta 1946, una vez muerto Mussolini. En Argentina, después de cinco años de censura, se estrenó en el 31 de Mayo de 1945.

 

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