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Relaciones peligrosas

A 45 años de la desaparición del empresario Branca, por la cual se lo acusó a Massera

Fernando Branca desapareció en abril de 1977 tras estar envuelto en una turbulenta trama con el almirante genocida, quien mantenía una relación sentimental con Marta Mc Cormack, segunda esposa de este ascendente hombre de negocios. Su hija escribió un libro buscando develar la verdad de lo ocurrido


Fernando Branca, empresario papelero y financista, desapareció hace 45 años (el 28 de abril de 1977) tras estar envuelto en una turbulenta trama de intereses con el almirante genocida Emilio Eduardo Massera, quien por esos días mantenía una relación sentimental con Marta Mc Cormack, segunda esposa de este ascendente hombre de negocios que repartía sus días entre Miami, Buenos Aires y Punta del Este.

Branca era un ascendente hombre de negocios dedicado al negocio de la venta mayorista de papel y dueño de campos en el partido bonaerense de Rauch.

Tenía actividades comerciales en Miami, donde viajaba con sus hijos habitualmente y los llenaba de regalos a Victoria y a su hermano, “Lolo”.

Casado en segundas nupcias con Mc Cormack, a través de ella se vinculó a Massera en negocios financieros y el almirante gestionó ante el Banco Central un pago de más de un millón de dólares para los campos que Branca tenía en Rauch.

Según testimonios que figuran en la causa que su hija Victoria Branca logró desarchivar en los Tribunales de Comodoro Py, en la Semana Santa de 1977, en Punta del Este, Branca y Mc Cormack habían discutido fuerte.

Hace dos años, Victoria, que tenía 10 años al momento de la desaparición de su padre, se propuso reconstruir los días finales de sus padres en el libro ¿Qué pasó con mi padre?, un testimonio sobre los días finales de este empresario, una de las víctimas más emblemáticas del accionar criminal que ejerció el jefe de la Armada durante la dictadura cívico militar.

“La historia se trazó con sangre y una sed de poder bestial”

“Me llevó tiempo animarme a decir lo que pretendía dejar en el anonimato para siempre”, digo en el prólogo de mi libro: ¿Qué pasó con mi padre?, “a darle voz a mi propia alma, estaqueada entre el deseo de liberarme de las garras del dolor de una vez por todas y el temor de ser incomprendida y marginada. Por los míos. Por los cercanos y próximos. Porque los de afuera, los que eran ajenos a esta historia de silencio forzado, me alentaban a que contara, por fin, mi propia versión de los hechos”, señaló Victoria.

El empresario se había jactado de “haber pasado a Massera” con el pago del Banco Central, y Mc Cormack le había dicho a varias personas que estaba dispuesta a revelar este asunto a Massera; “Con la mafia no se juega”, le confió la mujer a una de sus amigas.

El último día que se lo vio con vida a Branca fue el 28 de abril de 1977, en el departamento que la pareja compartía en la Avenida Libertador y Ocampo (un lugar frecuentado por Massera). Decía que lo seguían y al salir de esa vivienda su rastro se perdió para siempre. Al mes de su desaparición, y poco después de la primera comunión de Victoria, la madre de Branca se presentó ante la Justicia para tramitar un habeas corpus y no hubo respuestas.

“El pasado no permanece de manera obediente en el pasado, mucho menos si ese pasado contiene rastros de inmenso dolor. La dictadura, en nuestro país, engendró monstruos y liberó las peores miserias de un arcón colectivo de fatalidad. Hubo perpetradores y crímenes perpetrados. La historia se trazó con sangre y una sed de poder bestial. En procesiones invisibles imaginamos dónde hubiéramos querido enterrar a nuestros muertos desaparecidos”, apunta Victoria.

Abolengo venido abajo y negocios sucios

Hasta que en octubre 1981, el dirigente nacionalista Guillermo Patricio Kelly denunció en los tribunales al propio Massera como autor de la desaparición de Branca.

Dos años después, en el final de la dictadura, el juez federal Oscar Salvi resolvió la detención de Massera y el procesamiento de Mc Cormack por homicidio calificado.

Aunque la causa no pudo avanzar para determinar qué sucedió con Branca, el genocida sería juzgado junto a los comandantes por violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura y saldría de la cárcel en 1990, merced al indulto concedido por el presidente Carlos Saúl Menem.

En 1977, Massera sentía que el mundo estaba en la palma de su mano. Ya por entonces sus ambiciones poseían una voracidad indisimulable; tal angurria incluía –pese a estar casado con Delia Veyra (a) “Lily”– su faceta de galán empedernido. Tanto es así que en su colección brillaban piezas tan disímiles como la vedette Graciela Alfano y la escritora Marta Lynch. Pero también solía recibir en su bulín de la calle Darragueira, del barrio de Palermo, a las hermanas Cristina y Martha Mc Cormack.

Pese a la sonoridad del apellido que portaban, pertenecían a una familia “venida a menos”. Los calamitosos negocios del padre (ya fallecido) les había marchitado el abolengo.         Cristina, la mayor, era esposa del diplomático Luis Clarasó De la Vega. Martha había estado casada en primeras nupcias con el terrateniente y empresario César Blaquier. Su segundo matrimonio fue, en 1974, con Fernando Branca, un buscavidas de pocos escrúpulos. Había sido guardiacárcel en el penal de Villa Devoto y pudo ascender en la escala económica y social mediante operaciones en los Estados Unidos con una firma importadora de papel, cuyos socios pertenecían al crimen organizado.

Cristina fue la primera Mc Cormack en frecuentar el lecho de Massera. Y lo hizo sin que ninguna sombra la acechara, hasta que Martha deslumbró al almirante durante una fiesta en el Hotel Alvear.

Peleas, celos y una amenaza

Todo indica que Branca sí estaba al tanto del asunto. Y que lo toleraba, ya que lo veía como el motor de su enriquecimiento. A fines de 1976, le pidió a Martha que le consiguiera una entrevista con Massera para que lo ayudara a desbloquear 1.600.000 dólares depositados en el Banco Central.  Massera lo recibió en su despacho, acompañado por Natalio Hocsman, escribano y asesor financiero. El desbloqueo fue de la noche a la mañana, y entre whisky y whisky, el marido de Martha y su amante quedaron en compartir algún negocio de valía.

Días después, Branca se dejó caer en el Edificio Libertad con una propuesta que entusiasmó a Massera: instalar una financiera con fines especulativos. El aporte de capital iría por cuenta de Branca, quien necesitaba vender un campo de tres mil hectáreas en la localidad de Rauch. Al respecto hubo un pequeño inconveniente: la mitad de dicha propiedad estaba inhibida en un juicio por división de bienes iniciado por la ex esposa del empresario, Ana María Tocalli. Massera, mediante un escribano de su confianza, consiguió un inversor español que haría la compra en esas condiciones.

Así las cosas, las peleas y escenas de celos entre Branca –que  su vez tenía otra amante– y su mujer escalaban y en un momento determinado, ante un insulto de Marta, Branca confesó que había timado al almirante. Marta, que acababa de recibir un cachetazo dijo que se lo contaría a Massera.

Semanas más tarde, Massera invitó a Branca a navegar en yate. El encuentro quedó pactado a las 10 de la mañana del 28 de abril en el Apostadero Naval de San Fernando. Previamente, Branca rstaba muy nervioso, y le confío a Martha su creencia de que lo seguían. Ella, a su vez, le dijo que había cumplido su amenaza. Branca, entonces, recibió la llamada de un asistente del almirante para recordarle la cita.  Lo último que se supo del empresario es que enfiló con su auto hacia la zona norte por la Avenida del Libertador.

“La versión de que mi padre desaparece tras irse a navegar con Massera me la contó Kelly cuando tenía 16 años, y tras analizar el expediente, no creo en esa versión. Mi padre debe haber terminado en la ESMA. Era parte el mecanismo criminal que Massera tenía armado para desaparecer a las personas. ¿Para qué iba a montar algo más sofisticado”, puntualizó Victoria.

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