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Dictador caníbal

A 50 años del golpe de Idi Amin, el feroz “carnicero de Uganda”, que dejó 500 mil muertos

Uganda vive el aniversario número 50 del golpe de Estado que encabezó el excéntrico militar, una cruenta dictadura de ocho años signados por una figura a la que las potencias primero subestimaron para apropiarse de las riquezas naturales y luego no supieron cómo tratar sus bestialidades


Uganda atravesará hoy el aniversario número 50 del golpe de Estado que encabezó Idi Amin, el llamado “carnicero de Uganda”, y que inauguró una cruenta dictadura de ocho años, signados por excentricidades y rarezas de una figura a la que las potencias primero subestimaron y luego no supieron cómo tratar, y durante los que se calcula que murieron unos 500 mil opositores.

El 25 de enero de 1971, Amin, hasta entonces jefe de las fuerzas terrestres de su país, aprovechó un viaje al exterior del presidente Milton Obote para dar un golpe de Estado que abrió un periodo de crueldad, decisiones insólitas, persecución a extranjeros y una profunda crisis económica.

Ya de entrada, Amin dio muestras de su sadismo para con los prisioneros: se ejercían torturas de todo tipo, mutilaciones de órganos sexuales, castigos inhumanos, persecuciones extremas y las atrocidades más impensadas.

Para protección propia, armó un cuerpo de 23 mil personas y fortaleció al Ejército con ayuda de Libia y Sudán, y, como parte de sus temores, expulsó del país a británicos, estadounidenses y soviéticos.

Idi Amín Dadá rigió los destinos de Uganda de 1971 a 1979. Le bastaron ocho años para hacer perder al país ritmo de progreso que había alcanzado, mostrándose en la década del sesenta como un país que se afanaba por distanciarse de los otros africanos. Uganda, llamada por (Winston) Churchill “la perla de África”, fue la joya del imperio británico en África.

Su extraordinario clima, la fertilidad de la tierra, sus paisajes espléndios y el caudal de varios ríos hacían de Uganda una nación con posibilidades de desarrollo infinito.

En Uganda están las fuentes del Nilo, las Montañas de la Luna, bosques de caucho, extensas plantaciones de té y de café, selvas vírgenes y lagos con nombres de reyes.

Si en el África expoliada por las colonizaciones había un país con opciones de futuro, ése era Uganda. Pero cuando Amín fue derrocado, dejó tras de sí un cifra cuantiosa de cadáveres y una nación devastada económica y moralmente, donde el robo, la extorsión y el crimen se habían convertido en la forma de vida más común.

Un caníbal orgulloso de su práctica

En 1962, Uganda obtuvo la independencia de Inglaterra, país al que había permanecido unido en régimen de protectorado desde 1894. Llegaban tiempos nuevos, y, convertido en uno de los hombres de confianza del presidente Obote, Idi Amín fue nombrado jefe del Estado Mayor.

Podía no ser culto ni inteligente, pero poseía esa clase de agudeza pedestre que resulta suficiente para ir escalando posiciones de poder. Empezó a dirigir negocios de contrabando con los que amasó una fortuna y a los que Obote no era ajeno y lo dejaba hacer, y fue creando a su alrededor esa guardia pretoriana con la que daría el golpe de Estado en enero de 1971.

La llegada al poder de Idi Amín trajo una profunda purga del ejército, la policía y los políticos. Se hizo desaparecer a todos aquellos que se suponían leales al depuesto presidente Obote, sobre todo a los pertenecientes a las tribus langui y acholi, muchos de los cuales eran funcionarios.

Las vacantes que dejaron los muertos y desaparecidos, Idi Amín los cubrió con su propia gente. Eran tantos los puestos a ocupar, que se vigiló muy poco la idoneidad de los candidatos.

Oficinas y ministerios eran manejados fueron manejados por gente casi analfabeta. La situación fue tan descontrolada que en el ejército hubo oficiales que se ascendieron a sí mismos.

Idi Amín estaba estableciendo una dictadura atroz, pero aun así las potencias parecieron ignorar sus actos. “Las potencias siempre se interesan por lo que pasa en cualquier punto del mundo que sea rico en recursos naturales. Cuando se mantienen indiferentes es porque toman la decisión política de hacerlo. Logran así un uso político del desorden que les permite de modo más sencillo acceder, en este caso, a oro, estaño, cobre, petróleo y una gran cantidad recursos ictícolas y agropecuarios”, señaló Luz Marina Mateo, magíster en Relaciones Internacionales y secretaria del Departamento África del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

El número de víctimas de la dictadura nunca fue claro, pero el Tribunal de La Haya lo acusó de genocidio.

Uno de los mitos sobre su vida es que acostumbraba a comer carne humana, una versión que se sostuvo en el hallazgo de frigoríficos con restos de personas en lugares por los que Amin solía ir, en declaraciones de algunos de sus funcionarios y hasta en una propia vieja confesión.

“Me gusta la carne humana porque es más blanda y salada”, dijo el dictador en alguna oportunidad y se ganó el nombre de “carnicero de Uganda”.

Enriquecido por el contrabando de oro y marfil y vista su gestión casi como surrealista, Idi Amin tuvo 6 esposas y 30 hijos, al menos reconocidos, aunque hay publicaciones que hablan de 45.

Esta misma cuestión representa una muestra de una lectura liviana de su dictadura: viejas notas periodísticas insisten en destacar que se creía una potencia sexual y repiten la historia de una invitación a la Reina Isabel, a la que le sugirió una visita para que conociera “a un hombre de verdad”.

Los delirios se multiplicaban: Amin se autodesignó con varios títulos: “Señor de todas las bestias de la tierra y peces del mar”, “Conquistador del Imperio británico” y “El último rey de Escocia” fueron algunos.

200 franceses prisioneros para cambiar un film

“Esa construcción de algunos medios de que era un bufón, un loco, casi como una figura simpática por sus excentricidades, no solo fue mediática: el propio Amin se preocupó por cultivarla con sus excentricidades.

Está directamente relacionado con que eso resultaba útil para tapar las atrocidades que cometía y que eran denunciadas por desertores y exiliados ugandeses”, evaluó Mateo.

El cine se ocupó de Amin en más de una oportunidad. Probablemente El último rey de Escocia, de Kevin Macdonald, sea la película más conocida, pero es el documental General Idi Amin Dada: autoretrato, de 1974 y del francés Barbet Schroeder, donde se ve al dictador en las imágenes más curiosas: baila, canta, hace bromas, encabeza “tropas” ugandesas en una batalla ficticia contra Israel y sugiere a médicos no ir a trabajar borrachos.

Un tiempo después, Amin encerró en un hotel a 200 franceses para obligar a Schroeder a cambiar algunas partes del film que, parece, no lo conformaban. El director debió aceptar.

Pero fue de alguna manera la debacle económica, cuando ni el Reino Unido ni la entonces Comunidad Europea dejaron de sostenerlo en ciertas cuestiones económicas y políticas, lo que empezó a empujar su salida del poder.

El 11 de abril de 1979, el frente Liberación Nacional de Uganda, formado por 18 grupos de exiliados y apoyado militarmente por Tanzania, derrocó a Amin, que, con todo, jamás pasó en una cárcel un solo día de su vida.

Se exilió primero en Libia y después en Irak, pero finalmente se instaló en un lujoso palacio de Yeda, en Arabia Saudita, a orillas del Mar Rojo, donde gozó de servicios de atención que pudo seguir pagando.

Murió en esa misma ciudad en agosto del 2003. Recién entonces el documental del francés Schroeder pudo verse en su versión original.

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