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Esto que nos ocurrió

Nuremberg: vencedores y vencidos

Se cumplen 70 años de la lectura de las sentencias en el proceso contra los jerarcas nazis al finalizar la Segunda Guerra Mundial.


“De un hecho podemos estar seguros. El futuro nunca podrá dudar de que los nazis tuvieron ocasión de defenderse. La historia sabrá que los nazis pudieron decir todo lo que ellos consideraron conveniente y oportuno. Fueron juzgados ante un tribunal en unas condiciones que ellos nunca hubiesen concedido a nadie en sus tiempos de poder y esplendor. Quedó bien claro además que las declaraciones de los acusados eliminaron toda duda de su culpabilidad, unas dudas que hubieran podido existir todavía en vista de la inmensidad de sus crímenes y el carácter tan extraordinario de éstos. Ellos contribuyeron a firmar su propia sentencia”. Estas palabras fueron pronunciadas por el fiscal estadounidense Robert H. Jackson en el tramo final del proceso de Nuremberg contra los ex jerarcas de la Alemania nazi, de cuyas sentencias se cumplen hoy 70 años.

En efecto, el martes 1º de octubre de 1946 se emitió el veredicto de un juicio histórico luego de la guerra más espantosa que recuerde la humanidad.

Todo había comenzado a las 10.03 de la mañana del 20 de noviembre de 1945, cinco meses después de la capitulación de Alemania, cuando en todo el país y en casi toda Europa aún humeaban las ruinas y el viejo continente era un inmenso descampado, el Tribunal Militar Internacional puso en marcha en el Palacio de Justicia de la ciudad de Nuremberg un proceso para juzgar a los responsables de una barbarie que conmovió al mundo.

Por primera vez en la historia un tribunal de vencedores juzgaba a los vencidos como culpables de crímenes contra la paz, de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad.

La ciudad alemana elegida como escenario del juicio había encarnado la esencia del nacionalsocialismo: allí se habían proclamado en 1935 la “ley para la protección de la sangre alemana” y la “ley de la ciudadanía del Reich”, mediante las cuales, por poner sólo dos ejemplos, se prohibían los matrimonios entre arios y judíos y éstos últimos perdían la nacionalidad alemana.

Con todo, los principales y más tenebrosos protagonistas del régimen que había asolado Europa y asesinado a millones de personas no estuvieron sentados en el banquillo de los acusados de Nuremberg.

Los cuatro grandes ausentes eran las piezas más codiciadas del engranaje nazi, y tal vez por ello habían decidido quitarse de en medio por un lógico temor a caer en manos del Ejército Rojo.

El 30 de abril de 1945 se había suicidado en su búnker de Berlín el máximo dirigente del Tercer Reich: el Führer, Adolf Hitler.

Un día después, Josef Goebbels, ministro de propaganda y plenipotenciario para la guerra total, quien había sido designado nuevo canciller en el testamento del Führer, envenenó a su esposa y a sus seis hijos y se suicidó. Heinrich Himmler, jefe de las temibles SS (guardia personal de Hitler), de la policía política del régimen (Gestapo) y ministro del Interior, intentó huir con documentación falsa y aunque fue detenido por los británicos, también se quitó la vida antes de iniciarse el juicio.

Martin Bormann, tal vez el lugarteniente más próximo a Hitler, había conseguido huir o también murió, aunque nunca se halló su cuerpo –desapareció la noche del 1º al 2 de mayo de 1945–, y fue juzgado en rebeldía.

Otro símbolo del terror nazi, Reinhard Heydrich, jefe de la policía secreta y del Departamento de la Seguridad del Estado, había sido asesinado en un atentado el 4 de junio de 1942.

Por su parte, Adolf Eichmann, jefe de la sección judía de la Gestapo y oficial de las SS, consiguió huir tras ser detenido por los estadounidenses. En 1960 fue secuestrado en la Argentina por agentes israelíes y dos años más tarde fue juzgado y ejecutado en Israel. Otros dos criminales lograron escapar a Sudamérica y jamás fueron capturados: Josef Mengele, alias Beppo o el Ángel de la Muerte, el médico que había realizado experimentos criminales con prisioneros del campo de exterminio de Auschwitz, quien murió en Brasil en 1985, y Edward Roschmann, conocido como el “carnicero de Riga”, quien falleció en Asunción del Paraguay en 1977. El tribunal de Nuremberg estaba formado por cuatro jueces y cuatro fiscales, cada uno de ellos con la nacionalidad de una de las grandes potencias aliadas (Estados Unidos, Unión Soviética y Gran Bretaña, a las que se sumó Francia), con sus respectivos sustitutos.

El 18 de octubre de 1945 se fijó la acusación de los 24 altos funcionarios nazis principales, que incluía una gran variedad de crímenes y atrocidades.

Entre los acusados figuraban Hermann Wilhelm Goering y Rudolph Hess, líderes del partido nazi, el diplomático Joachim von Ribbentrop, el fabricante de armas Gustav Krupp von Bohlen, el mariscal de campo Wilhelm Keitel, el gran almirante Erich Raeder, y otros 18 líderes militares y civiles. Siete organizaciones que formaban parte del gobierno nazi fueron también acusadas. Entre ellas estaban las SS, la Gestapo, las SA, las SD o Servicio de Seguridad y el alto mando de las fuerzas armadas alemanas.

Finalmente, luego de 216 sesiones, el martes 1º de octubre de 1946 se emitió el veredicto.

Según datos del libro El proceso de Nuremberg, de Joe Heydecker y Johannes Leeb (Bruguera, 1978), el juicio a los ex jerarcas nazis duró 218 días.

Los sumarios comprendieron cuatro millones de palabras, escritas en 16.000 páginas.

Los fiscales presentaron 2.630 pruebas, los defensores 2.700.

Comparecieron 240 testigos y se comprobaron 300.000 declaraciones juradas.

Los acusados contaban con 27 abogados defensores, 54 ayudantes legales y 67 secretarias.

Cinco millones de hojas, con un peso total de veinte toneladas, fueron necesarias para copiar a máquina en los idiomas del proceso los documentos necesarios. En los laboratorios fotográficos del Palacio de Justicia de Nuremberg se revelaron 780.000 fotografías y 13.000 rollos.

Las palabras pronunciadas en el proceso se grabaron en 27.000 metros de cintas magnetofónicas y 7.000 discos. Los teletipos transmitieron 14 millones de palabras. Y en las 550 oficinas anexas se consumieron 22.000 lápices.

Lamentablemente, ni todos los crímenes de la Segunda Guerra Mundial fueron juzgados y condenados, ni la jurisprudencia del emblemático proceso de Nuremberg logró evitar otros horrores que se sucedieron y aún se suceden –en muchos casos cometidos por las mismas potencias que hace 70 años oficiaron de jueces en el histórico juicio– a lo largo y a lo ancho del planeta.

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