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Arroyito de duelo

Central se quedó sin su Ángel

El entrenador más ganador en la historia del club falleció el miércoles a los 86 años en el Hospital Español.


Como las malas suelen venir acompañadas, como bien recuerda la sabia letra del tango, el miércoles por la noche, mientras Central perdía por penales la final de la Copa Argentina en San Juan a manos del arquero de Huracán, Marcos Díaz, a más de 800 kilómetros don Ángel Tulio Zof, uno de los mayores símbolos de la gloriosa historia canalla, moría a los 86 años en una cama del Hospital Español de Rosario, donde permanecía internado desde hacía más de un mes, luego de ser operado tras sufrir una fractura por un accidente doméstico.

No son días fáciles para el sufrido pueblo canalla, cuyo equipo dilapidó en el partido y hasta en los penales, donde estuvo 2 a 1 arriba con un tiro a favor, la posibilidad de ganar ese título que se les niega desde hace 19 años, justamente desde la épica conquista de la Copa Conmebol de aquel 19 de diciembre de 1995, cuando el conjunto de don Ángel en el que jugaban Horacio “Petaco” Carbonari, Omar “Tordo” Palma y Rubén “Polillita” Da Silva, logró la hazaña de revertir un 4 a 0 en la revancha ante Atlético Mineiro de Brasil y ganar por penales en el Gigante de Arroyito.

Y también el miércoles, 26 de noviembre, fue el natalicio de otro emblema canalla: Roberto Fontanarrosa, quien habría cumplido 70 años y festejado desde el cielo como uno de los más de 20 mil que viajaron a San Juan y de los miles que lo sufrieron desde Rosario y el resto del mundo.

“En el fútbol no hay suerte”, decía don Ángel, en una recordada nota de El Gráfico, junto al Negro Fontanarrosa y Aldo Pedro Poy, en el mítico Bar Mayo, el café de toda su vida, en la esquina de Zeballos y Paraná, frente a la estación de trenes Rosario Oeste, de su viejo y querido barrio Azcuénaga. “Si usted le pega bien, la pelota sale bien y entra. Y si usted le pega mal, la pelota sale mal y se va afuera”, explicaba.

Empero, como buen zorro de mil batallas, si alguien nombraba al pasar a algún personaje catalogado como “mufa” durante el enésimo partido de truco, lo cortaba con una frase en seco: “Nooo…. Corte abajo, Fulano, corte abajo”, mientras se reía como un chico.

Don Ángel, como lo conocía desde hace más de 40 años la patria futbolera, no sólo fue el técnico que más veces dirigió a su querido Central, al que sacó tres veces campeón, sino que es una de las figuras más respetadas por los hinchas, al extremo de que comenzó impensadamente su carrera de entrenador en Newell’s, donde ayer una página de simpatizantes rojinegros pidió extrañamente “dejar los colores de lado y reconocer a un gran técnico y a una gran persona”.

Hijo de los inmigrantes italianos Antonio y María, dos gringos que, como tantos, hacían un culto al trabajo, don Ángel hizo de todo desde pibe: ayudó a su padre albañil, cuidó vacas como boyerito, vendió helados en bicicleta, llegó a ser oficial en el taller metalúrgico Cindelmet y luego en los talleres del Ferrocarril Mitre, donde trabajaba a la mañana y cuando salía se subía a la bicicleta y se iba a practicar a Central. “Cuando llegamos a primera nos dieron permiso en el ferrocarril para salir a las dos de la tarde en vez de a las cinco”, me confió en la última charla en su encantadora casa de Fisherton, el verano pasado.

“El otro día leía una nota donde un médico decía lo bueno que es comer puchero porque tiene todos vegetales y las vitaminas que necesitamos. Resulta que después de tantos años me di cuenta de una cosa: cuando éramos pibes comíamos todos los días puchero. ¡Mire lo bien que comíamos!”, se reía don Ángel en una de las tantas historias imperdibles del libro de su vida, escrito por Guillermo Ferretti, un periodista rosarino que también lo conoce desde hace más de 25 años. “La vieja agarraba la olla para el puchero y allí metía todo lo que había. Y esa era la comida de todos los días”.

“Ahora a los pibes en las inferiores les dicen ‘pasala, pasala’, pero en el fútbol la mejor forma de desnivelar en el uno contra uno es la gambeta, el dribling. Cuando usted enfrenta a un equipo que se para atrás y se defiende con los 11, ¿cómo hace para llegar si no tiene jugadores que sepan gambetear a un marcador? Entonces, cuando el pibe llega a primera, recibe la pelota y lo primero que hace es pasarla porque es lo que le dijeron todos los años de inferiores. Por eso no tenemos habilidosos ni jugadores que gambeteen como en el hueco”, contaba don Ángel en aquella última nota, una calurosa tarde de marzo.

Vecino del encantador barrio Azcuénaga, Zof jugó en el desaparecido club Gath y Cháves, una famosa tienda de un inglés y un santiagueño, que había alquilado la cancha por 15 años al club Estudiantes, y desde allí pasó a las inferiores y a la primera de su querido Central, como half izquierdo, una suerte de tres adelantado. “Para mí la felicidad más grande era jugar a la pelota. Y estábamos todo el día jugando a la pelota. Mi casa daba atrás de uno de los arcos de la cancha de Gath y Cháves, así que a la mañana me despertaba con el ruido del primer pelotazo, y de ahí no parábamos todo el día”, confiaba en la charla.

Don Ángel, de origen noble como reza la definición de don y que hizo un montón de oficios, que jugó como todos y dirigió como pocos, se mudó ayer al barrio celestial de los viejos, pedaleando feliz como cuando salía del taller del ferrocarril a practicar a la vieja cancha de su amado Central.

El último adiós

Los restos de Ángel Tulio Zof fueron trasladados ayer al mediodía con destino al cementerio Jardín de Ibarlucea, donde familiares e hinchas pudieron brindarle un último adiós. Es que a pesar del viaje a San Juan, donde Central disputó la final de la Copa Argentina, numerosos simpatizantes se dieron cita para despedir al Maestro. Don Ángel falleció a los 86 años el miércoles, día en que Central intentaba conseguir una Copa después de 19 años.

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