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Causa Díaz Bessone: desgarrador testimonio de una sobreviviente

Stella Hernández, dirigente del gremio de Prensa rosarino y ex detenida durante la dictadura, brindó ayer un contundente testimonio ante la Justicia. "Quiero que declaren la violación como un delito de lesa humanidad, porque fue algo sistemático en el SI, no eran hechos aislados. Por todas las que no lo pueden denunciar".

Por: Luciano Couso

“Di todo este testimonio que fue muy duro para mí pero quiero que declaren la violación como un delito de lesa humanidad, porque fue algo sistemático en el Servicio de Informaciones, no eran hechos aislados. Por mí y por todas las compañeras que no lo pueden denunciar, porque esto no es sencillo, tiene un costo altísimo poder contarlo”, dijo ayer Stella Hernández, sobreviviente del centro clandestino que funcionó durante la última dictadura en la Jefatura de Policía de Rosario. Fue en el marco de su declaración testimonial ante el Tribunal Oral Federal Nº 2 (TOF2) de Rosario por la causa Díaz Bessone, que juzga los delitos cometidos por la patota que comandó Agustín Feced en el Gran Rosario.

Acompañada por su familia, amigos y compañeros, Hernández brindó ayer un testimonio contundente sobre las atrocidades cometidas en el SI, identificó a varios de los imputados, relató las miserias de los represores, los padecimientos de las víctimas y brindó detalles sobre el cautiverio que comenzó el 11 de enero de 1977 y duró hasta su liberación, el 23 de junio del mismo año, cuando tras un sermón del entonces subcomandante del Segundo Cuerpo del Ejército, Luciano Jáuregui, regresó en la entonces línea C de colectivos a su hogar.

Al final de su pormenorizado y duro relato, la secretaria gremial del Sindicato de Prensa Rosario y dirigente de la CTA les habló a los jueces del TOF2. Como se señala arriba, les pidió que declaren las violaciones como delitos de lesa humanidad y, sin rencores y en tono pedagógico, agregó: “Quiero que todos los que están acá se vayan con esta imagen del genocidio atroz, pero también que sepan que pudimos sobrevivir en base a la solidaridad y la alegría.

Pese a todo lo que han hecho, no pudieron vencer. La vida es más fuerte que la muerte, la vida es una experiencia maravillosa”.

Los asistentes a la declaración se pusieron de pie y aplaudieron. Levantaron las fotos con los rostros de sus familiares desaparecidos para que los verdugos tengan frescas las caras de sus víctimas de hace tres décadas. Los jueces prefirieron no hacer preguntas, tampoco las hubo de las querellas ni los defensores. Parecía que no había más nada por decir. Una profunda emoción contenida durante la hora y media que duró el relato de Hernández se liberó en lágrimas y abrazos interminables.

En la causa Díaz Bessone, que tiene más de un centenar y medio de testigos, están imputados el ex jefe del Comando del Segundo Cuerpo del Ejército, Ramón Genaro

Díaz Bessone, los ex policías que integraron la patota de Feced José Rubén Lo Fiego (alias Ciego), Mario Marcote (Cura), Ramón Rito Vergara y José Carlos Scortechini (alias Archie) y el civil acusado de complicidad con la represión Ricardo Miguel Chomicky (alias Cady).

Aún sabiendo que no es perseguible penalmente, la testigo decidió afrontar en público el dolor de revivir los vejámenes íntimos a los que fue sometida durante su cautiverio. Sabía que “eso no es sencillo”, como lo dijo, porque “tiene un costo altísimo poder contarlo”. Pero con gran entereza decidió pagarlo.

Tras relatar la situación de su secuestro en la casa familiar y su traslado al SI testimonió sobre su llegada: “Subo unas escaleras que no eran muy altas y uno que bajaba me pega la primera trompada en el vientre. Yo les decía «no peguen, no peguen», y me daban trompadas, golpes. Ése no fue el descenso, fue el ascenso al infierno”.

“Me llevan a un lugar que le llamaban «el bulevar perdiste», que era la antesala de la tortura, me golpeaban, me gatillaban en la cabeza. Para entender lo que fue el SI hay que saber que no sólo se buscaba obtener información precisa sobre algo, sino que se buscaba hacer el mal: la banalidad del mal”.

Entonces, la dirigente contó: “Esa noche me viene a buscar Carlitos (uno de los represores), junto con el Cura Marcote; pensé que me iban a interrogar pero me llevan a una oficina donde el Cura me obliga a desnudarme y me viola. Yo sólo lloraba”. “Después me tiran en el pasillo otra vez. Se me acercan el Cady Chomicky y Nilda Folch (la pareja de Chomicky, también acusada por complicidad y actualmente prófuga) y me preguntan si quería denunciar con el jefe (del SI, el subcomisario Raúl) Guzmán Alfaro”, detalló la testigo.

“Cuando llega Guzmán Alfaro me llevan a hablar con él y me pregunta qué había pasado y se lo relato. Lo llama al Ciego, me lo hace relatar de nuevo y le dice: «Andá a buscar al Cura». Entonces Guzmán Alfaro me dice que esas cosas no pasan en el SI, que era algo excepcional y que lo iban a sancionar. Todo una gran parodia”, relató.

Agregó que los detenidos en el SI “supimos que el Cura Marcote era un violador serial”. Y abundó que otro represor le preguntó “si había menstruado, porque podía estar embarazada. Una gran perversión. Estuve todo mi cautiverio sin menstruar pensando que podía estar embarazada de ese tipo. Por suerte no fue así”.

Hernández identificó a quienes la secuestraron de su casa. “Me sacan de los pelos, a los golpes, hombres de civil con armas y algunos uniformados, estaba al mando (Carlos Ulpiano) Altamirano, yo lo conocía del barrio, de mi infancia. Junto con él estaban Kuriaky (otro represor), el sargento Vergara, de quien después supe el nombre, estaba Managua y la Pirincha César Peralta”, narró.

También dijo que en el sótano, una de las habitantaciones del SI donde los detenidos estaban sin vendas, “encuentro a Nené y Juani Bettanín, Marisol Pérez Losada y a la Negra Deheza”.

Hernández brindó un emocionante relato de su relación con Pérez Losada durante el cautiverio, de los cuidados mutuos que se profesaron, del dolor que le causa aún la desaparición de su amiga conocida en aquel infierno. “Mi testimonio lo hago por Marisol Pérez Losada, para que su hijo tenga una tumba para su madre”, dijo.

También denunció que un día la llevaron ante un presunto juez militar: “Me interrogó y me hizo pasar una picana de mano por la boca, los ojos, los brazos, mientras otro me enterraba un cuchillo en la panza”.

Consideró aquel encierro como algo “infrahumano” que “no tiene nada que ver con ninguna condición de detenidos, ni políticos ni comunes”. Contó que el único modo de tomar agua era pedir permiso para ir al baño y tomarla del inodoro.

Al relato del horror, la militante Stella Hernández le opuso la solidaridad entre los detenidos, recordó aquellas canciones que cantaban por lo bajo, las pequeñas alegrías que podían construir en esa estruendosa oscuridad del centro clandestino como forma de resistencia para sobrevivir.

“Quiero que todos los que están acá se vayan con esta imagen del genocidio atroz”, dijo para cerrar: “Pero también que sepan que pudimos sobrevivir en base a la solidaridad y la alegría. Pese a todo lo que han hecho, no pudieron vencer”.

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