El apéndice L del Código Deportivo Internacional en su artículo 5, epígrafe 1.1, especifica que los pilotos de F-1 deben tener la Licencia A. Y el 1.2 recoge los criterios para darla. Se debe haber competido en, al menos, cinco carreras del Mundial del año anterior o en quince en las tres últimas temporadas. O haber tenido la Superlicencia y el año anterior haber sido probador de una escudería de F-1.
Otra opción son resultados en los dos últimos años en Fórmula 2, GP2, F-Nippon, IndyCar, F-3 Euroseries, World Series, o la F-3 de España, Gran Bretaña, Italia o Japón. La última opción era ser considerado por la FIA como un piloto excepcional. Para demostrarlo debía hacerse un test de dos días.
Este hubiera sido la única herramienta a utilizar para una posible vuelta de Schumi, pero Mercedes debía montar la infraestructura, buscar coches, alquilar un circuito, pedir autorización a la FIA.
Pero todo cambió hace menos de un mes cuando se añadió un epígrafe: “De forma excepcional, si la comisión de seguridad es favorable, el Consejo Mundial de la FIA puede conceder la licencia a un piloto que cumpla el objetivo que se busca en la selección”.
Y el presidente del organismo es Jean Todt, gran amigo y durante años jefe de Michael. Si vuelve, la Superlicencia no será un problema.
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