Sociedad

Gordofobia

To be (to) do, Marx, gordofobia y monstruo shock


Escena de The Wall, dirigida por Alan Parker, animada por Gerald Scarfe y escrita por Roger Waters.

Por Romina Sarti*

To be es un verbo de raíz anglo que refiere a SER. Sin embargo posee una enorme ductilidad que hace que pueda ser utilizado para referirse tanto al ser feliz (be happy) como al ser (en realidad hacer) maestro (be a teacher). To do refiere al hacer, a la acción. En el ser y el hacer se difuminan los límites. Es bastante natural confundir o hablar de quienes somos mientras en realidad detallamos qué hacemos. ¿Somos lo que hacemos o hacemos lo que somos? ¿Puedo ser sin hacer? ¿No hacer es una forma de ser? ¿Qué nos determina cómo Ser? ¿Será una tergiversación idiomática, una teoría conspiranoica, una simple coincidencia? ¿qué será?

Podemos seguir, podemos sumar más preguntas ¡pero oiga!, acá hablamos de diversidades corporales, de monstruos y disidencias, así que Stop a la (hermosa) abstracción. Teniendo la tranquilidad de haber dejado de manifiesto un enorme estado de confusión, avanzamos sin la culpa del ocultamiento pero:

¿Soy feliz o estoy feliz, soy pobre o estoy pobre, soy gorda o estoy gorda?

Ciertamente el peso del SER, frente al HACER es abrumador, al hacer le podríamos adjudicar un carácter mutable, variable; pero anclarnos en el SOY resulta determinante, tajante, irreversible (¿o no?). Si bien paradójicamente podríamos SER el resultado de nuestros HACERES, dejaremos la puerta entreabierta para seguir cuestionándonos sobre este intríngulis (invitando a la reflexión colectiva).

Los cuatro jinetes del apocalipsis: Hacer – parecer – instante (¡click!) – subir a la red

Este cuarteto apocalíptico de hiperconectividad distópica, desdibujan con enorme facilidad al ser para reducirlo a un hacer (o peor, a un parecer). Un hacer con una característica maravillosamente funcional al sistema capitalista: un hacer que genera una mercancía visible, creada en serie, desde parámetros pensados, para nada aleatorios, con injerencia simbólica en la cultura que nos atraviesa. Marx ya hablaba en “El Capital” del fetichismo de la mercancía y de cómo este alienaba a las personas al punto de darle más valor al objeto que al proceso. No nos odies Carlos (¡te queremos!) pero haremos uso de tu teorización del fetichismo de la mercancía desde una perspectiva del cuerpo como cosa (a ser intervenida, adjetiva, alterada) en pro de mercantilizar su apariencia (y subsumirla) al reduccionismo atroz de “ser lo que parece”, “ser lo que se ve”, anulando cada característica, cada pulsión que lo hacen único, única. Una suerte de puesta en escena para que parezcamos lo que no somos (porque ¿sabemos quiénes somos?) anhelando pertenecer y a la expectativa de corazoncitos, deditos, fueguitos. Una suerte de construcción del uno/una/une desde la mirada del otro/otra/otre. Una vitrina de cuerpos –cuerpas- felices, sensuales, entrenados, flacos; maniquíes aprobados socialmente que intentan anular la diversidad física, funcional, étnica, sexual porque, parafraseando a Marx (y habiendo advertido el estiramiento conceptual) fetichizamos estos cadáveres estereotipados y quiméricos, que nos llevan a consumir dietas, productos, tratamientos, cirugías y demás; que cual cacho de carne será aprobado, elogiado o descartado por la sociedad.

Pertenencia e identidad encorsetada

Desde el zoon politikon aristotélico a nuestros días, sabemos que somos seres sociales, que vivimos, construimos y necesitamos de la comunidad. Vamos identificándonos con algunos y alejándonos de otres, vamos gestando un sentimiento de pertenencia a determinadas grupos por distintas características. Las etiquetas surgidas de este proceso identitario nos posicionan socialmente como dominantes o dominados. Claramente nadie quiere ser dominado, sin embargo somos muchos quienes formamos parte de “cebollita subcampeón”. Por elección, por cultura, por genética, se van acomodando los melones y se va reconfigurando la estructura social que habilita a un grupo dictar las normas y a otro -masivo, diverso, divergente- acatarlas. El sistema de opresión que habitamos, cual cárcel de cristal, sostienen la meritocracia de la cuerpa delgada, dejando asentada una idea de responsabilidad personal sobre la adecuación del envase a la góndola del supermercado. Cada envase equivocado es descartado, segregado, discriminado. Las exigencias corporales de belleza cuasi inalcanzable, gestan la tormenta perfecta para estimular el consumo alienante de magias salvadoras que permitirán que nuestras cuerpas encajen (alerta spoiler: nunca pasa). Pertenecer para ser un “ladrillo más en la pared”.

Entonces, ¿qué soy?, ¿lo que imito, lo que intento, lo que hago, lo que acato, lo que padezco?, ¿cuerpa roja, verde, amarilla, fit, vaga, heteronormativa, diversa, trans, cis, gorda?, ¿alma, recuerdos, tristeza, opinión? ¿persona, sujeto, humana, animal, eterna, mortal?  Nos acurrucamos en las palabras de Susy Shock para frenar el ejercicio dialéctico y orientar nuestra atención a donde elijamos nos haga menos mal

Yo, monstruo mío

Pintora de mi andar

No quiero más títulos que cargar

No quiero más cargos ni casilleros a donde encajar

Ni el nombre justo que me reserve ninguna Ciencia

(…)

Reivindico mi derecho a ser un monstruo

Y que otros sean lo Normal [1]

 

*Gorda, aprendiz de las diversidades en todos sus niveles, mamá, docente y rockera IG: romina.sarti

[1] Susy Shock (2008). Poemario Trans Pirado, Yo, monstruo mío. Fragmento. Ver video

Comentarios