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la amazonia en peligro permanente

Flechas o política: las opciones de indígenas frente a la avanzada de Temer y las mineras


Los indígenas waiapi viven en la selva amazónica brasileña desde hace más de cinco siglos, en un área protegida que el gobierno de Michel Temer quiere abrir a la explotación minera. El controvertido presidente tuvo que suspender el mes pasado las autorizaciones que había dictado ante las reacciones globales, pero insistirá. Ahora, la comunidad aborigen se divide entre quienes pretenden resistir con arcos y flechas y los que proponen la acción política para defender sus tierras. Habitan cerca de la desembocadura del río Amazonas, en una amplia zona de conservación llamada Renca (Reserva Nacional de Cobre y sus asociados). Su territorio tiene el tamaño de Suiza, pero su realidad es bien distinta.

El gobierno de Temer dictó en agosto último un decreto que permite la explotación de los depósitos de oro y otros metales detectados en el subsuelo de Renca, bajo la selva. Esto borra de un plumazo la protección ecológica y cultural de la región, fruto de una medida nacionalista dictada en 1984, al final de la dictadura brasileña. Y no pasó inadvertida: se multiplicaron las críticas de ambientalistas y famosos, locales y extranjeros. Como la modelo brasileña Gisele Bundchen y el actor estadounidense Leonardo DiCaprio. El controvertido presidente tuvo que dar marcha atrás un mes después, por orden de la Justicia, porque es un tema que debe pasar por el Congreso. Pero nadie cree que el peligro haya pasado. De hecho, sólo se suspendieron las autorizaciones de explotación minera hasta fines de este año.

Como en Argentina: las inversiones

“El objetivo de la medida es atraer nuevas inversiones, con generación de riquezas para el país y de empleo y renta para la sociedad, siempre en base a los preceptos de la sustentabilidad”, afirmó el Ministerio brasileño de Minas y Energía en un comunicado sobre el decreto a la medida de las mineras.

 

Wajãpi , Wayãpi , waiãpi , Oiampi o Guarampis son los nombres con los que se conoce al pueblo indígena de la familia lingüística tupí-guaraní. Sus integrantes viven en 13 pequeños pueblos ubicados en áreas protegidas del estado de Amapá. La descentralización de las aldeas no es ancestral ni caprichosa: es una estrategia desesperada de supervivencia y defensa de su territorio —demarcado legalmente en 1996, durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso—, ante las incursiones de medereros y garimpeiros (mineros) ilegales.

Uno de los asentamientos es el de Pinoty. Es el primero y delimita la frontera. Para llegar, hay que sortear varias autorizaciones, además de dos horas de una carretera con baches desde el pequeño pueblo de Piedra Blanca. En la entrada, una placa gubernamental recuerda que se trata de “Tierra protegida”. Ya no hay señal de telefonía celular ni luz eléctrica. Ni siquiera rige gran parte de la legislación nacional. Lo peor de la civilización occidental, sin embargo, acecha: las poderosas fuerzas que por décadas empujaron a la industria minera y el agronegocio a zonas cada vez más profundas de la Amazonia en el marco de un modelo brasileño exportador de materias primas.

Otro signo de la modernidad es la carretera BR-210, o Perimetral Norte. Comenzó a construirse durante la dictadura (1964-1985) para comunicar a Brasil y Venezuela. Quedó sin financiamiento y los trabajos cesaron en la década de los 70, cuando restaban más de 1.100 kilómetros del trazado original. Deteriorada, aún continúa como amenaza de la invasión. Calibi Waiapi es un integrante de la comunidad entrevistado por la agencia AFP. Tiene 57 años y teme que el gobierno brasileño reviva el proyecto. “Habrá autos —hoy pasa apenas uno por día—, camiones, violencia, drogas, asaltos. La cultura cambiará. Los jóvenes querrán usar teléfonos celulares, ropas, computadoras”, imagina. “Si muchos blancos vienen, será el fin”, advierte.

 

La guerra en desventaja, o la política

El diagnóstico es común, pero la posible respuesta no.

Resistencia armada

si se me acerca, esto será lo que recibirá

“Si Temer viene aquí, si se me acerca, esto será lo que recibirá”, advierte sobre una de las opciones Tapayona Waiapi con una larga flecha afilada en sus manos. Los waiapi tienen armas de fuego para cazar desde los años 1970, pero aún utilizan flechas envenenadas. “Éstas son nuestras armas, no dependemos de las que no son indígenas”, agrega Akaupotye Waiapi, de la comunidad Manilha.

Es una reafirmación de identidad, pero parece poco efectiva. Hay apenas 1.200 waiapi y están dispersos en comunidades a las que sólo se llega caminando o por el río. Su tasa de natalidad aumentó con los años, pero estuvieron varias veces a punto de desaparecer en el contacto con los blancos. El cacique Kasiripiná Wajãpi cuenta 63 años y recuerda dos. La última, en 1970, cuando el sarampión diezmó a su pueblo. Vio morir a bebés, ancianos y niños. De 2.000, apenas 150 sobrevivieron. “No queremos que vuelva a pasar. Por esto, Temer tiene que eliminar ese decreto (de autorización minera) para siempre”.

Los waiapi apenas pueden controlar, ya no proteger, su territorio. En mayo, por ejemplo, una mina ilegal fue descubierta y cerrada casi dos kilómetros al sur de Pinoty.

El decreto al que tanto temen es del pasado 22 de agosto. Un plan privatizador que extingue la reserva Renca, un área de 46.499 kilómetros cuadrados, con lo que un 10 por ciento de ese territorio queda habilitado para licitar explotaciones mineras. La región es codiciada por sus reservas de oro, cobre y manganeso. De todo el mundo llegaron las críticas. Temer sólo suspendió la medida por cuatro meses.

Brasil es el país con más indígenas y ambientalistas asesinados: 49 en 2016

“Si se elimina la Renca, empieza la fiebre de la minería para la Amazonia”, sentencia Verena Almeida, una ecóloga que trabaja desde hace años en la zona. Enumera peligros: deforestación y un aumento de la población atraída por la fiebre del oro que pondría en riesgo la vida de las poblaciones indígenas. Y de los activistas. No es dramatismo sin fundamento. Las noticias de asesinatos de indios en conflicto por las tierras y de defensores del medio ambiente se multiplican en Brasil. Un informe de la ONG Global Witness conocido en julio señala que en 2016 el país lideró, con 49 asesinatos, la lista de muertes violentas de activistas medioambientales en el mundo.

La política

Tenemos que luchar a través del conocimiento, de la política, de nuestra unión y sabiduría

La opción de resistencia violenta, como en otros casos similares, termina mal para las minorías, advierten algunos integrantes del pueblo waiapi. Como Jawaruwa Waiapi. Tiene 31 años y fue elegido concejal del municipio de Piedra Grande el año pasado. Para él, pelear o retirarse al interior de la selva no son alternativas.

Jawaruwa es el primer miembro de su comunidad en alcanzar un puesto político en Brasil. “Tenemos otro camino, otra estrategia, que es entrar en la vida política”, afirma. “Hoy no necesitamos flechas ni hachas. Tenemos que luchar a través del conocimiento, de la política, de nuestra unión y sabiduría. Esas son nuestras nuevas armas”, despliega el camino en el que confía.

Una cultura unida a la tierra

No fue el hombre el que inventó la naturaleza

Los waiapi se pintan con tinturas de semillas, como el urucú, que les da una coloración roja. Todas las mujeres llevan un peine en la cintura para desenredarse el pelo. Sus casas son de bambú, revestidas con paja. Duermen en hamacas. Su relación con la selva es mística. La Amazonia, según ellos, pertenece a dioses invisibles. “La tierra tiene dueño, el río tiene dueño, los árboles tienen dueño. No fue el hombre el que inventó la naturaleza”, dice el cacique Wajãpi. “Si no fuera por nosotros creo que este bosque ni siquiera existiría”, sintetiza.