La línea editorial de El Ciudadano estuvo de algún modo (casi) siempre en manos de los trabajadores. Lo que parece una exageración se explica de la siguiente manera: la historia de este medio puede narrarse como la de un conflicto permanente, en el que la lucha sindical por sostener la fuente de trabajo y evitar la (mayor) precarización se tradujo en una especie de pacto implícito con los sucesivos grupos empresarios que fueron dueños del diario: el incumplimiento constante de la leyes laborales por parte de la patronal nos permitió, en tanto trabajadores, publicar –algunas veces entre líneas– nuestra mirada sobre el mundo. No siempre en tapa, claro.
Cuando sobre fines de 2016 conformamos la cooperativa La Cigarra, nos preguntamos qué medio haríamos en esta etapa autogestiva. La cuestión social, los conflictos sindicales, el apoyo a las pequeñas y medianas empresas, la ampliación de derechos, incluyendo el género y la diversidad, los casos policiales con el mayor contexto posible y con una cobertura profusa de la violencia institucional, la vida diaria de Newell’s y Central. Todos temas que han estado en nuestras páginas desde fines de los 90, pero que muchas veces no siempre se reflejaban en la portada. Decidimos cambiar, sin por eso dejar de plasmar nuestra perspectiva sobre el resto de las temáticas.
La convergencia digital en medio del aprendizaje cooperativo nos planteó otro desafío: cómo desentrañar los algoritmos para crecer en visitas, en usuarios, y no ser víctimas de la dictadura del clic. El proceso de privilegiar el universo de la web y las redes por sobre el papel, mejorando a la vez la impronta de este último producto, está en pleno desarrollo. Hemos crecido en el último año y medio en forma considerable en cuanto a la visibilización de nuestro diario, y apostamos a consolidar la mecánica y la calidad de nuestro trabajo y a la vez expandirla en nuevos soportes.
Así estamos construyendo nuestra identidad, que se refleja en los mensajes de aliento por parte de los integrantes de cada una de las pequeñas comunidades que nos ayudan a definir por dónde transitar. En un contexto de una crisis sin precedentes para los medios de comunicación, y en particular para el veterano diario de papel, apostamos a una agenda que tenga la mayor cantidad de voces posible, a producir cada vez más notas con valor agregado, fortalecida por nuestra constante apuesta a la capacitación y a la especialización.
Con recursos limitados –en tanto colectivo de seis decenas de asociados– pretendemos pintar nuestra aldea en un cuadro impregnado de punta a punta con nuestra mirada. Nuestra tozudez de dos décadas por la supervivencia se explica por una voluntad inquebrantable de ser trabajadores de prensa. Pero también de adaptarnos al cambio, sin perder nuestra esencia. Cuando estamos prontos a cumplir dos años como medio asociativo, miramos el horizonte con optimismo. A pesar de los pesares, sabemos que tenemos un pacto de larga data con nuestros lectores, y nuestro desafío es estar a la altura de semejante confianza: la credibilidad en una marca que está plenamente, ahora sí, en manos de sus trabajadores.