Que 20 años no es nada... dice el tango. Como toda frase hecha, siempre es relativa. Los 20 años de este diario tienen algo de eso, o mucho, según se mire. Hoy en manos de sus trabajadores, fueron dos décadas en las que se sucedieron esplendores, ilusiones, golpes y fracasos en un devenir que, aun con las particularidades del rubro periodístico, no fue ajeno a los inescrutables vaivenes de todo emprendimiento privado, nunca del todo explicables desde los sucesivos contextos económicos o políticos.
ue el 7 de octubre de 1998 que El Ciudadano & la Región apareció en las calles de Rosario por primera vez, tras unos cuantos meses de puesta a prueba, entrenamiento y decenas de “números cero” que nadie vio. La apuesta editorial era del empresario de radio y televisión Orlando Vignatti. Con un diagrama innovador, con algunos periodistas que venían del decano de la prensa argentina y con muchos jóvenes sin experiencia pero con ganas de comerse la cancha, el nuevo diario conquistó un buen número de lectores durante sus primeros meses, pero sin terminar de arrancar.
La vieja sede de Dorrego al 900 de El Ciudadano, recurrente escenario de peleas gremiales.
En un mercado donde además de La Capital estaba Rosario/12, el suplemento local de Página/12, hubo un relanzamiento que incluyó suplementos, más páginas y un precio redondo: una moneda de 50 centavos. Así, a noviembre de 1999 la tirada creció, progresiva, hasta vender 17 mil ejemplares impresos en rotativa propia. Igual, pronto llegó el primer conflicto: el sábado 29 de abril de 2000 llegaron los telegramas de despido para un centenar de los 140 empleados. El desconcierto y la angustia derivaron en piquetes, marchas y una sostenida movida gremial que –como siempre–, con el Sindicato de Prensa Rosario a la cabeza, sumó apoyos de entidades colegas y organizaciones sociales y llevó el reclamo por la continuidad de la fuente de trabajo, en persona, ante el gobernador Carlos Reutemann y el propio presidente Fernando de la Rúa.
La protesta incluyó la toma de la Secretaría de Trabajo en Rosario y al fin se abrió una negociación. El resultado: las puertas se reabrirían con algunos de los trabajadores y el resto cobraría su indemnización. El Ciudadano sería de allí en más, con sucesivas y distintas gestiones empresariales que derivaron en recurrentes conflictos gremiales, un ave fénix que sobreviviría a las cenizas del neoliberalismo, por cuyo paradero preguntarían periodistas de todo el país en los congresos de Fatpren y más tarde Fetraccom, intrigados por el empecinamiento de sus trabajadores en seguir respirando.
En cada una de esas ocasiones los trabajadores, los viejos y los que se sumaron, hicieron lo que ya forma parte de su ADN: no dejar el diario “adentro”, no recurrir al paro, ante la decisión sindical de cuidar el producto y con ello la fuente de trabajo cuando a la empresa no le interesaba hacerlo; sacar a la calle la protesta, pedir el acompañamiento de la sociedad para garantizar la supervivencia.
La última crisis fue terminal, al menos en su formato empresario tradicional: quienes gestionaban El Ciudadano decidieron “discontinuar” la edición del diario papel y su versión web en el último semestre de 2016. La empresa se retiró y los trabajadores decidimos recuperarla, en esta etapa autogestiva que pronto cumplirá dos años. Y aquí estamos. Veinte años después del número 1, en otro octubre como estandarte, con los mismos fuegos que encienden la pasión. Las ganas.
