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20 años de la tragedia de Lapa: el accidente aéreo “abstracto” para la Justicia

El 31 de agosto de 1999, el vuelo con destino a Córdoba nunca logró despegar de Aeroparque, murieron 65 personas y pese a que hubo juicio, nadie fue preso. Dos décadas después, sobrevivientes hablan de la resiliencia para sobreponerse al espanto

Por La Nueva Mañana

“La vida no es diferente después de la tragedia, lo que cambió es el contenido. Mi visión es optimista y ya estoy sobrepuesto absolutamente a todo eso. Ahora bien, es algo que lo llevo conmigo todos los días, porque todos los días me saco las prótesis. Ahora ya no tengo piernas, ahora me falta poder usar un brazo pero sigo adelante. Creo que el accidente, lo único que hizo fue reforzar mi visión positiva de la vida”, dice Benjamín Buteler, 20 años después del accidente de Líneas Aéreas Privadas Argentinas (Lapa), cuando el 31 de agosto de 1999, el Boing 737-200 perdió el control.

Ese martes, poco antes de las 21, una lengua de fuego y humo se desplegó hacia el cielo, murieron 65 personas, de los 95 pasajeros y cinco tripulantes que tenía el vuelo al salir de Aeroparque hacia Córdoba. El avión cayó sobre el asfalto durante el despegue, se llevó por delante a un Chrysler Neón, chocó de lleno contra una grúa y se estrelló al impactar contra un terraplén de una cancha de golf. El impacto de la explosión de la nave que llevaba el tanque lleno de combustible y que chocó también contra el costado de una cabina de gas, fue en esos días la postal televisiva del horror. Una hora después de conocerse la noticia, al lugar llegaron el entonces presidente Carlos Menem y el jefe de Gobierno porteño, Fernando de la Rúa.

La empresa, pasada esa medianoche sólo emitió un breve comunicado donde explicó a qué hora había ocurrido el accidente.

Lapa está entre las tragedias aéreas más grandes de la historia argentina y constituye un símbolo de impunidad. Por la causa, que contó con 1.200 declaraciones testimoniales y casi 80 cuerpos de expedientes, sólo fueron condenados en 2010 a tres años de prisión en suspenso, un gerente y un técnico de la empresa por “estrago doloso”. Los directivos de máximo rango fueron absueltos.

En 2014, la Corte Suprema de Justicia mediante la adhesión de los jueces Elena Highton de Nolasco, Enrique Petracchi, Eugenio Zaffaroni y Carlos Fayt, dio por prescripta la causa.

El máximo tribunal declaró “abstracto” el recurso de la Asociación Civil de Víctimas Aéreas al considerar que “sus fallos deben atender a las circunstancias existentes al momento que se los dicta”, por lo que, a casi 15 años de seguir esperando justicia, se desvaneció ante las víctimas y sus familiares, la responsabilidad penal de los señalados como responsables.

En julio de este año, a menos de dos meses del cumplirse los 20 años de la tragedia, Fabián Mario Chionetti, ex gerente de operaciones de Lapa, fue designado por el Gobierno como inspector operativo de Líneas Aéreas (Iola). A través de una solicitada, los familiares de las víctimas, cuestionaron la decisión: “¿No es equivalente a designar a Omar Chabán para inspeccionar la seguridad en locales nocturnos?”.

Los familiares sostienen que Chionetti “es quien habilitó de forma irresponsable e irregular al comandante del avión siniestrado luego que éste fuera reprobado en el examen de simulador”. A su vez, también plantean que el ex gerente de operaciones fue el brazo del esquema diseñado por Gustavo Andrés Deutsch para «incumplir con el mantenimiento, la reglamentación y los procedimientos de seguridad a fin de lucrar a costas de la seguridad y de la vida de las personas transportadas”.

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“En aquel momento, en el 2010 cuando terminó el juicio sentí mucha bronca, mucha rabia por la impunidad porque eso hubiera sentado jurisprudencia para el transporte aéreo, marítimo, incluso de trenes, para que los empresarios estén atentos a cómo tienen sus empresas porque transportan personas. Pero en esta Argentina donde todo se arregla con dinero, quedó así”, cuenta a La Nueva Mañana, Marisa Beiró y se lamenta: “Hemos sufrido tanto para que no cambie nada, para que todo siga exactamente igual”.

En 1999 Marisa tenía 29 años, tres hijos pequeños y se disponía a regresar a Córdoba tras pasar diez días en Buenos Aires por una capacitación de la empresa de cosméticos para la que trabajaba. Con ella viajaron otras siete consultoras de belleza. Marisa estaba en el asiento A3, al lado de la ventanilla, “era el peor lugar”, pero de todo el grupo de amigas, fue la única que sobrevivió.

“Estaba atrapada por un asiento y no podía salir, sentía que me asfixiaba, que me moría. No podía más pero sentía una paz tan grande, si la muerte es eso, la muerte no duele, la muerte es paz”, dice Marisa que pese a todo, logró saltar del avión en llamas por su cuenta. Afuera, Marcelo Morano que estaba en la zona del golf, le tendió la mano y la ayudó a alejarse del fuego.

Marisa estuvo un año internada y tuvo decenas de operaciones, pasó más de 100 días sin poder ver a sus hijos. Le amputaron dos dedos del pie, y no puede estar mucho tiempo parada. “A la mañana cuando me levanto me duele el pie, y tampoco puedo salir al sol. Eso me recuerda lo que pasó, aunque siempre me digo ‘bueno, ya pasó, ya está’ y ésta es la vida nueva que vivo con 20 años de renacer y lo que pasó, pasó”, dice.

A pocos días de cumplirse un nuevo aniversario de la tragedia, Marisa llora: “Por lo general enfrento esto mucho más fuerte y hoy tengo muchos recuerdos”, dice y agrega: “Son 20 años pero en mi cabeza no pasaron 20 años”.

Faltan tres días para el aniversario y Melody, una sus hijas que ahora tiene 25 años, le escribe un mensaje contándole sus recuerdos de ese día: la noticia, el viaje a Buenos Aires, el hospital, todo lo que sintió con cinco años. Marisa lee el mensaje escrito por Melody, que en el final dice: “Hoy te tengo a mi lado y nada nos da más tranquilidad que eso. Feliz vida Má”.

Marisa Beiró y Benjamín Buteler, que en ese entonces tenía 36 y había viajado a Buenos Aires por el día para unas reuniones de trabajo, fueron los únicos pasajeros entre la fila 1 y 15 del avión, que sobrevivieron.

A Benjamín le salvó la vida Mauricio Donkin, que trabajaba como asistente de golfista y ese día, al girar la espalda mientras hablaba por teléfono, vio aproximarse descontroladamente al Boing 737-200. Donkin siempre fue esquivo a hablar con la prensa, pero durante una nota que brindó al diario Nación a un año del accidente, dijo: “Me tocó estar ahí y reaccioné como pude”. Esa noche del accidente, rescató a otras tres personas más, y por acercarse al fuego, tuvo que ser atendido por quemaduras en las manos y en la cara.

Benjamín, por su parte, no es para nada esquivo cuando habla del tema, puede relatar con detalles y soltura todo lo que pasó antes y después. Es muy abierto a compartir sus reflexiones, su optimismo, esa “resiliencia”,como dice él, para seguir adelante; pero sobre el momento del accidente, del minuto y medio en el que se desencadena todo, no tiene ningún recuerdo.

“Los recuerdos previos son muy gratos, estaba volviendo a Córdoba y me encontré con un amigo de la universidad, Daniel Damonte, veníamos conversando animadamente y nos sentamos juntos en la primera fila del avión. Él tenía cuatro hijos, yo cinco, veníamos hablando de la aplicación diferente que hicimos de la carrera, cada uno en proyectos diferentes”, cuenta Benjamín y con la voz algo eclipsada dice: “Daniel murió ahí”.

Tras el impacto, donde quedó atrapado adelante del avión y luego fue rescatado del fuego, Benjamín habló con la médica del Same, y un socorrista llamó a su casa. “Mi familia se enteró por mí”, cuenta, pero de eso tampoco recuerda nada. “Mis primeros recuerdos posteriores son de cuando ya estaba internado en terapia en el Hospital Alemán”, dice. Ahí, y luego en un hospital de Córdoba, Benjamín pasó casi un año internado para poder recuperarse.

“Mis lesiones eran muy graves, muy duras, hay partes de mi cuerpo que se consumieron con el fuego mientras yo estaba vivo. Y si no me hubiera sacado Mauricio, seguramente hubiera muerto”, cuenta a este medio Benjamín, mientras está de viaje por trabajo en Neuquén. Tiene una empresa de tecnología, que inició tras vender su antiguo proyecto. Es ingeniero y al hablar, se le nota esa consistencia de emprendedor. “Donde hay un fracaso, hay una oportunidad, así lo veo yo”, dice y bromea: “Este 31 de agosto, cumplo 20 años”.

“Tal vez, estar cerca de la muerte o tener un sufrimiento tan fuerte, te puede llevar a tomarle un valor a la vida y no perder tiempo preguntándote cosas que no tienen sentido cuestionarte. La típica pregunta de ‘por qué me pasó a mí’, da lugar a respuestas que no sirven para nada, pero podes preguntarte para qué me sucedió esto, qué sentido le doy a lo que me pasa y cómo cambio mi vida para seguir adelante. En realidad a mí me tocó un accidente, y a cada uno de nosotros nos toca algo similar. No te tiene que pasar una tragedia aérea para sufrir, para sentirte mal, puede ser cualquier otra cosa pero lo importante, según veo yo, es poder sobreponerse”.

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