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“Siempre hallan el modo de robarle el poder al pueblo”

Ex ministro de Reutemann y ex Defensor del Pueblo, Rubén Dunda ejerce hoy como juez de paz en Fighiera.

Cualquiera que se aproxime a la comprensión de la vida de Rubén Dunda no podrá desentenderse, en ningún caso, de su amor por la sociología, la política y sus profundas raíces religiosas. En ese trípode se funda el pasado y la actualidad de quien fuera militante de la Juventud Peronista en los trágicos setenta, y con sólo 26 años alcanzara la presidencia de la Cámara de Diputados provincial, en 1973. El mismo hombre que en 1976 soportó la explosión de una bomba en su propia casa unos pocos días antes de que lo llevaran a la cárcel, donde se quedó durante tres largos años. Ya en democracia cobró vital importancia desde la gestión de Carlos Reutemann en la provincia, a quien acompañó como ministro de Trabajo y en el cargo de defensor del Pueblo. Actualmente es juez comunal en Fighiera: “Mi actividad hoy es la de un funcionario judicial. Además soy docente universitario y licenciado en sociología. Es decir que entre la facultad y el trabajo paso gran parte de mi vida”.

  —¿Cómo es esa vida de hoy,  alejado de la política?

  —Abro el juzgado todos los días a las siete de la mañana. Es un trabajo muy grato, en un hermosísimo pueblo, y además tengo el juzgado de General Lagos a mi cargo. Es una sociedad que todavía tiene las casas y los autos con las puertas abiertas, con gente sumamente afable. Es increíble que a tan pocos kilómetros de las zonas urbanas más concentradas las sociedades conserven esa frescura, esa lozanía. Me llegan conflictos de todo tipo.

  —¿No extraña la política?

  —En realidad me manejo mucho con mi carrera, la sociología, que es una cosa muy bella. Además, actualmente estoy dando una materia que se llama liderazgo y creatividad, en la licenciatura en Relaciones Laborales. Pero sin ningún lugar a duda yo soy un hombre político, con las inquietudes de quien abrazó esta actividad desde muy joven –fui preso por primera vez a los 14 años, en una manifestación en un 1º de mayo– y tengo esperanza de poder aportar hasta el último día de mi vida a mi país, de la forma que fuera. Mi pasión, mi compromiso con el movimiento popular va a estar siempre.

  —De toda su vida política, ¿cuál es el hecho que más recuerda?

  —La presidencia de la Cámara en el año 73. Éramos tan jóvenes y teníamos tanta pero tanta seguridad, tanta fe…  Sin duda que había una subjetividad que por ahí era no conocer el poder del enemigo.

  —¿Quién es el enemigo?

  —Yo al enemigo le veo una vocación de minorías autoritarias, que se manifiesta en el ámbito político, económico, simbólico, pero siempre en definitiva el juego es hallar el modo de robarle el poder al pueblo. Yo lo he visto como una constante a lo largo de todos estos años que me han tocado vivir, que no son pocos, porque prácticamente del 55 en adelante, con referencia directa de los protagonistas, hasta  los años actuales, he vivido todo ese proceso. Y esto se ve claramente expresado en estos años que te cuento, que fueron años donde se apeló al fraude, al golpe de Estado, a la mentira, con tal de quitarle al pueblo su protagonismo.

  —¿Cuáles son las razones que llevaron a estos procesos?

  —Los intereses populares molestan, impiden que los intereses hegemónicos en este país se consoliden, especialmente por la larga historia de lucha que tiene nuestro pueblo en defensa de sus intereses, desde los más elementales, y por un sentido de protagonismo que tienen los sectores más humildes que lo hacen relevante en el concierto latinoamericano. Un argentino no es fácil de arriar en ninguna parte del mundo. El más humilde de los nuestros tiene el bastón de mariscal en la mochila. Acá el más modesto hace sombra y muy importante. Creo que aquellos sectores autoritarios, hegemónicos, lo saben y de alguna manera siempre andan con alguna argucia, porque además son incansables, dando batalla todos los días y poniendo en jaque la constitucionalidad. Esta batalla se da en todos los aspectos. Cuando yo fui defensor del Pueblo me llevé una gran sorpresa, viendo hasta qué punto llega la discriminación hacia el más humilde por la zapatilla, por lo que fuere, siempre estaba presente. Era una constante. Uno dice «cómo puede ser que ocurran estas cosas» y ocurren.

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