Espectáculos

“Siento que nos cuesta mucho asumir el placer y el disfrute”

Por Miguel Passarini. La ascendente cantautora uruguaya Ana Prada habla de su elogiado disco “Soy pecadora”.

Las sonoridades de un Litoral regado por la lluvia, la vegetación, las chamarritas, las milongas y algo del universo de lo oculto de un folclore omnipresente, junto a los ecos eternos de los tambores de la Banda Oriental, forjaron desde la niñez el universo musical de Ana Prada en su Paysandú natal.

“Ahora vivo en el Barrio Sur (Montevideo), cerquita de lo del Lobo Núñez, que es el que hace los tambores, a un par de cuadras de la rambla y a una cuadra de Durazno y Convención (esquina inmortalizada en la canción homónima de Jaime Roos)”, cuenta la artista que, sin embargo, no olvida su infancia de campo, muy cerca de la frontera argentino-uruguaya.

Después de tanto esperar (al menos así lo refieren sus fanáticos locales), Prada vuelve esta noche a Rosario junto a su banda para presentarse, a las 21, en La Comedia (Mitre y Ricardone) con su último disco, Soy pecadora (2009), en el marco de un show en el que también repasará Soy sola (2006), su elogiado debut, y del que participará Lea Ben Sasson como artista invitada.

Soy pecadora es un disco con el que Prada se confirma como verdadera referente de la nueva (y no tan nueva) música del Río de la Plata, porque además traspasó las fronteras uruguayas para instalar el “anapradismo”, tanto en Brasil como en Chile y la Argentina, con un puñado de canciones diversas que del mismo modo que abrevan en la milonga y echan mano al chamamé, juegan con arreglos simples para dejar por momentos al desnudo la límpida voz de la uruguaya que tras acompañar en estos años a artistas como Jaime Roos, sus primos Daniel y Jorge Drexler, León Gieco, Kevin Johansen y Rubén Rada, ahora brilla sola.

“La primera vez en Rosario fue junto con Fernando Cabrera en la Lavardén, y allí pude ver lo que había escuchado: que es una ciudad que tiene muchos parecidos con Montevideo, no sólo porque se recuesta en el río sino también por su idiosincrasia. Eso hizo que me sintiera a gusto en Rosario y que siempre tenga ganas de volver”, sostiene Ana Prada, responsable de la ferviente corriente de “anapradismo” que crece y se instala.

Horas antes de la entrega de los premios Graffiti a la música en Montevideo (la gala se realizó anoche), para los cuales su disco contó con varias nominaciones, incluida la de mejor canción para “Soy pecadora”, Prada dialogó con El Ciudadano de su recorrido, de su presente y de la impronta de un disco que habla de “santitos que huyen” de una agenda, de un vestido “prohibido” y de “ovejas negras”, en medio de una poética rica y colorida, y de una musicalidad ya escuchada pero con aires renovados.

—¿Acordás con que la singularidad de tu música se debe a que sos una creadora que no tiene prejuicios a la hora de componer?

—No me atrevería a decir “sin ningún prejuicio”, porque siempre es algo difícil de quitarse de encima, y muchas veces se trabaja una vida entera para poder quitarse un prejuicio y no se consigue. Sí es un disco que me encuentra a mí más andada en el camino de la música y la composición, más fuerte en ese sentido, más que nada internamente; rodeada de mucha gente talentosa que compuso junto conmigo, porque es un disco con muchas coautorías.

—El crecimiento quizás tenga que ver  con el balance positivo que  dejó “Soy sola” y los años que pasaron hasta “Soy pecadora”…

—Y también, porque estuve viajando un poco por el mundo: fue la primera vez que estuve en Europa, que crucé el charco grande, y eso abre la cabeza, se cambian cosas en un montón de aspectos, pero también estar lejos sirve para revalorizar lo propio. Todo eso hizo que me sienta más segura y con ganas de decir algo un poco más jugado, y sobre todo hacia el lado de lo femenino, del lado del género:  pensar cuál es el lugar en el mundo que ocupa la mujer, porque más allá de las conquistas, y sobre todo del lado de la religión, hay algo que siempre nos pone cerca del pecado, y siento que nos cuesta mucho asumir el placer y el disfrute. El goce tiene un costo muy grande para nosotras.

—¿A pesar del enorme cambio respecto al género que hubo en los últimos años?

—Es que siento que las mujeres no estamos acostumbradas a estar de una manera cómoda en el lugar del deseo; nos cuesta mucho asumirnos a nosotras mismas en esos lugares. Siento que los hombres tienen ese camino más fácilmente, porque ser pecadora, para una mujer, parece ser un lugar que les es propio. De este modo, y después de que apareció esa canción (“Soy pecadora”), tratamos de rumbear el disco hacia esos costados: por eso digo que dentro de este disco hay canciones que son “más pecadoras” que otras.

—¿Por ejemplo cuáles?

—Creo que la impronta “pecadora” aparece en canciones como “Adiós”, “Tu vestido” o “El tero”; son canciones que fueron compuestas después. A veces pasa, como en este caso, que una canción termina marcando el rumbo del disco. Además, ponerle Soy pecadora fue como hacerle un guiño al disco anterior, que se llamó Soy sola.

—Incluso, “Soy pecadora” remite a la idea de un “pecado” consciente, pareciera que la protagonista de la canción elige “pecar”…

—Pasa que cuando uno encuentra el objeto amado la fuerza es tan grande que no importa nada, uno sabe que algo está mal pero se manda igual. Evidentemente, esa canción habla de un amor prohibido en el más amplio sentido del término: no sólo de una mujer que le canta a otra, sino también del alumno que se enamora de su profesor, de la mujer que se enamora de un hombre casado o quizás de alguien muchísimo más joven. Creo que por todo esto, es una canción que ha despertado simpatía en mucha gente, y sobre todo en el público femenino, porque habla de un “pecado” por el que todos pasamos alguna vez, al menos con el pensamiento o la imaginación. Siempre me encuentro con gente que se me acerca y me dice con cierta complicidad: “Yo también soy pecadora”, eso es muy interesante.

—En tus canciones se refleja fuertemente la impronta de “pueblo chico”, ¿eso es algo buscado?

—Como dicen los psicólogos, tengo las huellas mnémicas (imágenes, sonidos, recuerdos) más fuertes en Paysandú y todo ese río (el Uruguay); y bastante del campo, donde viví desde los 11 hasta los 14. Me crié escuchando música argentina y mirando ATC, porque no había cable y no se veían los canales de Montevideo. Pero a nivel musical, siempre fue más accesible cruzarse a Colón (Entre Ríos) que ir a Montevideo, porque en Paysandú había sólo una disquería que se llamaba El Bochinche de Sonia, que tenía discos argentinos. De este modo, siempre escuché a la Trova Rosarina y todo el rock argentino, también Lito y Liliana Vitale, Verónica Condomí, y ni hablar de Fito Páez. Toda esa música es mi adolescencia, aunque antes estuvo el folclore: zambas y chacareras, Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Los de Salta, y también la música del Brasil, porque estamos en el medio, y entonces aparecieron Chico Buarque, María Bethania o Vinicius y Toquinho. Como país, somos como una especie de coctelera donde, de alguna manera, siempre hemos tratado de generar nuestra propia identidad en medio de dos grandes potencias.

—Por tu forma de decir, por la fuerte impronta revisionista de tus canciones, se te incluye dentro de un grupo de artistas emergentes uruguayos que han revindicado a Alfredo Zitarrosa. ¿Qué representa su arte y su historia para vos?

—Yo me crié escuchando folclore latinoamericano, y ni hablar del uruguayo. Si bien crecí durante la dictadura y había cosas o artistas que estaban prohibidos como Zitarrosa o Los Olimareños, más allá de esa amenaza que todos teníamos en la puerta de casa, y con parte de mi familia exiliada, esos artistas siempre estuvieron. También en esa lista entra Daniel Viglietti, que además es amigo personal de mi padre y mío. Ya a los 14 o 15 años, cuando empezaba a salir, lo escuchaba y después de la dictadura, otra vez; pero toda la vida escuché a esos artistas en la voz de mi padre y en su guitarra, porque por suerte la censura no estuvo dentro de mi casa, y entonces siempre se cantaba lo que estaba prohibido.

—¿Qué quedó en tus “huellas mnémicas” de aquellos años de adolescencia?

—Siempre me acuerdo que siendo bien chica, hubo una apertura, o quizás fue antes de su exilio, que estando en La Paloma (balneario de Rocha), Zitarrosa cantó en el Teatro de Verano. Era un momento en el que si caían dos gotas, La Paloma se quedaba sin luz. Me acuerdo siempre que Zitarrosa, tras el corte de luz, le pidió a la gente que suba al escenario, y entonces todos, con los paraguas, nos tapábamos y tapábamos a los guitarreros, y él hizo el show así, sin amplificación, bajo la lluvia, eso lo tengo grabado como un momento de una enorme emoción, porque fue algo impresionante; te muestra y te habla de un tipo de una grandeza inusual, de un gran compromiso con su trabajo, con su música y con lo que decía.

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