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Emblema de la ciudad

Y un día, Cristián Hernández Larguía se convirtió en leyenda

El apreciado y respetado músico y director de orquesta murió el miércoles a los 94 años. Logró una popularidad pocas veces vista en la música clásica y dejó un legado cultural que atravesará el tiempo.


A última hora del miércoles, a través de las lágrimas de sus amigos volcadas en las redes sociales, se comenzó a expandir la tristísima noticia de la muerte del director Cristián Hernández Larguía, un referente de la música internacional que nació en Buenos Aires pero, por elección, eligió la identidad rosarina. Tenía 94 años y, como sucede en aquellos que pasan por el mundo convencidos de su compromiso con su tiempo, dejará una marca indeleble en muchas generaciones. Ayer sus restos fueron cremados en el Cementerio La Piedad.

Director, profesor, músico, creador y hombre de la cultura, Larguía comenzó su actividad musical en la década del treinta; fundó el reconocido Conjunto Pro Música, una agrupación que en los sesenta congregó a los más destacados instrumentistas locales para reinterpretar obras de la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco que determinó, años más tarde, la creación de un espacio de formación que pasó a ser el Instituto Pro Musica, dedicado a la formación musical de niños, jóvenes y adultos.

Fue el director rosarino más conocido y querido en su ciudad; su popularidad se comenzó a expandir cuando nació el “Cantemos la Navidad”, ese mega concierto que se fue transformando en un clásico de la ciudad donde los rosarinos se encontraban en torno a la interpretación de villancicos y mensajes de amor y paz.

Vivió según sus reglas y fiel a sus pensamientos. Sus declaraciones políticas u otras que sacudían el status quo, en ocasiones le granjearon más de una polémica al disparar frases como cuando dijo, parafraseando a Marx, “la política es el opio de los pueblos”, y otras como “la cultura en Argentina no existe”, o “el rock nacional es una mentira” y “el origen del antifederalismo está en Buenos Aires”, alguna de las cuales las dijo ante este medio en su última entrevista. Pero que, en otros tiempos, también, lo condujeron directo a la cárcel como cuando confesó a El Ciudadano haber caído preso “por actividades anti nazis en la Argentina”. Pero nada lo detuvo, siempre siguió adelante con su misión: la música.

Con más de nueve décadas a cuestas, su fuerza vital fue siempre sorprendente y no era raro encontrarlo caminando su barrio Martin (no estaría mal  que alguna de sus arterias pasara a llevar su apellido), desde su departamento frente a la ex Yerbatera del mismo nombre hacia el Instituto Pro Musica (ubicado en calle 9 de Julio al 300) o el bar “Internacional” (de Alem y 3 de Febrero), al que supo describir como una suerte de paraíso terrenal donde no era extraño encontrarlo leyendo, recibiendo a los amigos o degustando menús entrada la noche, tras largos ensayos junto a los integrantes del Coro Estable y el Pro Musica.

No recuerdo cuándo ni qué sonaba hace tres décadas cuando lo vi por primera vez dirigiendo una orquesta a oscuras en la soledad de un ensayo en el teatro El Círculo, al que había llegado tras salir de la escuela primaria. Sí recuerdo la energía e intensidad con la que dirigía que, en determinado momento, llevó a que volaran por el aire sus anteojos. Sonidos e imágenes que borran el tiempo y quedan intactas en la memoria.

Hace algunos años, en ocasión de su cumpleaños número noventa, Larguía le abrió a este cronista las puertas de su departamento y en una extensa jornada a solas con El Ciudadano habló de todo. Entre otras cosas, se refirió al paso del tiempo y la memoria. Afirmó que “nunca jamás” pensó cómo le gustaría ser recordado y que no se programaba para el futuro sino que le gustaba dejarse llevar: “Yo por eso no hago planes, dejo a la vida que siga adelante sola”, supo expresar.

En su departamento tenía, en el centro, la foto de su padre –el arquitecto Hilarión Hernández Larguía–, esculturas de su abuelo y libros, muchos libros, pero también una enorme colección de discos: de orquestas pero también de grandes músicos como Louis Armstrong y Astor Piazzolla, de quien era admirador y a quien en algún pasaje de la charla supo definir como “uno de los más grandes compositores argentinos” porque, refirió, “me interesan todas las músicas que sean buenas, sin importar su origen”.

Ciudadano Distinguido de Rosario, Cristián Hernández Larguía centró sus inicios musicales en la consolidación de un ensamble vocal e instrumental. Desde muy joven se interesó en los instrumentos y la música antigua y en 1969 creó el Pro Musica para Niños y poco tiempo después comenzó la actividad de un grupo de cámara dedicado a partituras de los siglos XVII Y XVIII, el Pro Musica Barroca de Rosario. En paralelo, fue director del Coro Estable de Rosario por casi setenta años.

Con más de veinte grabaciones comerciales editadas y presentaciones en países como Inglaterra, Alemania, Italia, España, Estados Unidos, México, Panamá, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Perú, Brasil, Chile y Uruguay fue, a lo largo de sus noventa años, distinguido con el Konex de Platino, recibió premios del Fondo Nacional de las Artes, la Unesco, y las cámaras de Senadores y Diputados de la Nación, entre otros, pero debe quedar escrito en alguna parte de la historia que Hernández Larguía fue, a mediados de 1940, el responsable, a través del Coro Estable, de introducir la obra de Wolfgang Amadeus Mozart y Johann Sebastian Bach en la vida cultural rosarina,  desconocida hasta ese momento. Un hecho que hoy día parece increíble pero que, en el pasado, tuvo nombre propio y seguirá teniendo apellido.

Los cincuenta del Coro y los noventa de Cristián

Con motivo de celebrar el medio siglo de vida del Conjunto Pro Musica de Rosario en 2012; los setenta del Coro Estable Rosario y los noventa de vida de Cristián Hernández Larguía, algunas de las declaraciones de la última nota que el director concedió a El Ciudadano (publicada el 11 de junio de 2012) fueron las siguientes:

—¿Cómo era el escenario de local en los primeros años del coro?

—Te va a parecer un disparate, pero en esa época Mozart era un autor desconocido en Rosario. (Johann Sebastian) Bach ni por asomo aparecía. El Coro Estable introdujo un repertorio totalmente desconocido comenzando con el Réquiem de Mozart. El primer concierto dedicado a obras de Bach fue en el 45 o 46.

—¿Cómo le gustaría ser recordado por la historia?

—Nunca jamás lo pensé. Es más, recuerdo haber estado en alguna reunión de amigos cuando se planteó el problema. Un colega suyo me hizo una pregunta similar con respecto al futuro pero yo no me programo para el futuro sino que soy de dejarme llevar.

—¿Qué le dejó a nivel personal ser parte de estos coros? Porque usted se queda en Rosario por elección…

—Es cierto. Pero creo que se ha hecho un poco de literatura al respecto. Un poco es por elección pero también porque no me gusta moverme; me siento muy cómodo en la ciudad. Yo soy porteño pero digo que soy rosarino. Con 88 años viviendo acá me siento más rosarino que otra cosa. Además, odio a los porteños porque son los que provocan el antifederalismo. El origen del antifederalismo está en Buenos Aires.

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