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Vivir 100 años, la fuerza ilusoria de los números

El médico Carlos Presman escribió un libro donde novela un cumpleaños de 90 y las patologías de sus personajes.


El 22 de junio de 1977 Jorge Luis Borges dictaba una de sus famosas siete conferencias. Esa noche fue la de “Las mil y una noches”. Borges abre la misma celebrando el encuentro de occidente oriente; y, a poco de andar, da su visión sobre el enigmático título: “Quiero detenerme en el título. Es uno de los más hermosos del mundo”, señalaba Borges, para agregar que su belleza “reside en el hecho de que para nosotros la palabra “mil” sea casi sinónima de “infinito”. Decir mil noches es decir infinitas noches, las muchas noches, las innumerables noches. Decir mil y una noches es agregar una al infinito”.

Tal vez sea esa ilusión “infinita” del ser humano la que lo lleve a fantasear con vivir 100 años; intuyendo que el cien es muchas cosas, aparte de ser un número natural, expresión de la abundancia. El colmo de la excitación, y de la velocidad. Y, por fin, la manifestación de longevidad. “La máxima duración de la vida en la especie humana, rondaría entre los cien y los ciento treinta años”, afirma uno de los “personajes” del libro de Carlos Presman, Vivir 100 años. Así, con número para hacerlo más evidente.

Su interlocutor, un periodista inquisidor, se sorprende: “No entiendo cómo, si nuestra potencialidad es vivir 100 años o más, el país de mayor expectativa de vida apenas supera los ochenta”. Carlos Presman, nacido en Córdoba, médico, especialista en medicina interna y terapia intensiva, confiesa que escribió el libro como un desafío que le hizo la editorial que le demandó varios meses poder encontrarle el modo a escribir lo que la ciencia ha publicado al día de hoy sobre la longevidad, para lo cual recurrió a una estratagema. “Contar dos historias paralelas: por un lado, una novela, un culebrón familiar que se sitúa en el cumpleaños 90 de un italiano. Esa historia se va desarrollando en los capítulos impares del libro; en los capítulos pares es una entrevista a un médico que sugestivamente habla de las patologías que padecen los personajes de la ficción. Esa idea central me permitió poner lo publicado sobre este fenómeno de la longevidad a nivel mundial”.

—Esa mezcla entre la ficción y el ensayo, ¿qué posibilidades le permitió?

—Me permitió divertirme, ya que por supuesto va con humor cordobés, en la parte de la novela. Me permitió crear los personajes con las enfermedades que a mí me interesaban abordar en el ensayo y me dio una gran libertad de poder conjugar en una sola familia todas las enfermedades que padecen los adultos mayores, más todos los saberes que les permiten llegar a la longevidad. Y en la entrevista que le hace a este supuesto médico un periodista ansioso, que está haciendo una tesis sobre adultos mayores, me dio la libertad de poder poner todo lo que he estudiado y he ido actualizando a través de la bibliografía; y, a la vez, aquello de lo que he sido testigo y depositario; las historias que, en la consulta médica, narran los pacientes.

—Escribe sobre lo que sus pacientes le narraron…

—No soy escritor. Soy médico que escribe. Pero antes de ser médico que escribe, soy médico que escucha. Entonces, en una familia yo he construido ficcionalmente lo que le ha pasado a centenas de pacientes. Todas las historias del libro son reales. Lo que hice fue juntar en un solo episodio, que es la novela, todos los testimonios que realmente me fueron narrados. Historias intensas y fuertes de las que me aprovecho y se las adjudico a los mismos protagonistas de la ficción. Por eso lo catalogo de culebrón familiar.

—¿Se va a poder vivir cien años?

—En el libro no lo planteo como meta. Sino que el transcurso hacia esa meta es donde más pongo la atención. Poniendo foco en dos puntos; primero, que nunca hay que olvidarse que el viejo soy yo + tiempo; todos somos un viejo más tiempo; o sea, la posibilidad existe. Desde el punto de vista de la carga genética y de las condiciones sociales, uno tiene que pensarse que puede llegar a vivir cien años; y el segundo, que es igualmente poderoso, que este libro se debería haber llamado “Con vivir 100 años”, porque solo no se llega a los 100 años. Para vivir 100 años hay que estar integrado a una comunidad, a una familia, a una sociedad que no lo rechaza con gestos discriminatorios propios de una sutil gerontofobia.

—¿Ha cambiado el perfil de las enfermedades?

—Ya no hay tantas enfermedades agudas. Hoy el perfil es el de las enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión arterial, el colesterol, etc. La proliferación de estas enfermedades que están ligadas a nuestro estilo de vida han cambiado a los médicos, nos han hecho pasar de ser artífices del arte de curar al arte de cuidar. Como primera idea atraviesa el libro el concepto de las patologías crónicas y cómo abordarlas; segundo, y lo más valioso, es que no sólo las enfermedades son las que terminan condicionando la longevidad; lo que condiciona la cantidad de años que vamos a vivir es cómo vivimos, qué comemos, qué bebemos, cómo nos integramos a la sociedad; qué aire respiramos, qué vínculos establecemos con la naturaleza; cómo nos alimentamos, qué actividad física hacemos; es decir, todo estos elementos que enumeramos y que tienen que ver con los hábitos en sociedad van a hacer que vivamos la cantidad de años que ellos nos permitan. El impacto que tiene la genética con la longevidad es de apenas del 10 por ciento; las enfermedades crónicas un 30 por ciento; el otro 60 por ciento tiene que ver con el cómo vivimos…

—¿Mucho de la longevidad, entonces, depende del programa de vida que nos hagamos?

—Exactamente. Pero depende más del programa colectivo que se haga como conjunto habitacional. O sea, la vejez es una resultante demográfica de un éxito colectivo; no es un éxito individual. Entendido desde esa perspectiva de la inclusión, el capital social, la disminución de la pobreza La disminución de la desigualdad, de las condiciones de vida solidaria. Ése es el secreto de la longevidad.

—¿Es la cultura…?

—Sí, es la cultura y parafraseando a Ramón Carrillo, quien decía que “ante las enfermedades que causa la miseria y la pobreza los virus y las bacterias son pobres causas”, podríamos decir que ante las enfermedades que provoca la miseria y la pobreza en su impacto en la longevidad, el colesterol, la hipertensión, la diabetes, son unas pobres causas…

Pasaron más de cien años

En Argentina hay algo más de 3.000 personas mayores de 100 años de las que el 79 por ciento son mujeres. Habitan 3.487 personas con esa edad en nuestro país; el 77,5 por ciento son mujeres (los varones longevos apenas son 784), según datos del censo de 2010 del Indec. En la Ciudad de Buenos Aires viven 661 mayores de cien; es decir, 1 de cada 5.000 personas tiene 100 años o más. En la provincia de Buenos Aires la cifra es de 1.278: uno de cada 12.500 bonaerenses está en esa franja etarea; en la de Córdoba 229: uno de cada 16.666; en Santa Fe, uno de cada 11.000 llega a esa edad. Estas son las provincias con mayor expectativa de vida de la Argentina. En Japón los mayores de 100 son 52.000 personas y en EE.UU. 72.000.

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