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Sociedad

Una operación de prensa llamada “Tablas de Sangre”

José Rivera Indarte, pionero de la propaganda política, osciló entre el amor y el odio por Juan Manuel de Rosas.


José Rivera Indarte todavía es homenajeado en su Córdoba natal con una calle céntrica que perpetúa su apellido y, acaso, también su por demás de discutible legado. Nacido en la Docta, en 1814, murió siendo aún joven, enfermo de tuberculosis, en la isla de Santa Catarina, Brasil, el 19 de agosto de 1845. No sería justo ni correcto considerarlo periodista, no sólo porque no tuviera título de tal, sino porque lo suyo fue más la propaganda político-partidaria que la búsqueda apasionada por la verdad y la defensa de genuinas convicciones.

Lo que no se le perdona a Rivera Indarte es su dualidad en el discurso y la venalidad que sus dardos dialécticos pretendían ocultar. Historiadores de un bando o del otro le apuntan por haber sido obsecuente propagandista, primero, del federalismo rosista, para pasar luego a desarrollar, fundamentalmente del otro lado del Río de la Plata, desde numerosos periódicos editados en Montevideo, pero destacándose sobre todo desde las tribunas de El Nacional, una verba furibundamente antirrosista hasta hacer célebre la frase: “Es acción santa matar a Rosas”.

Las razones por las que nuestro personaje llegó a tales ambivalencias son de lo más variadas, pero algunos sostienen que su búsqueda debe retrotraerse incluso hasta su indómita y a la vez rencorosa personalidad, que le granjeó no pocos enemigos desde sus años más jóvenes siendo estudiante de la Universidad de Córdoba. Fue obligado a dejar la Casa de Altos Estudios en virtud de haberse iniciado un sumario por hurto de libros de la biblioteca, hecho a él atribuido.

Curiosamente, en 1835, con apenas 21 años, lo encontramos en la ciudad de Buenos Aires. Era el inicio del segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas, quien con ser gobernador de Buenos Aires, poseía ya el encargo, de todas las provincias, del manejo de las relaciones exteriores. Etapa de cruentas guerras civiles y de un conflicto heredado de gobiernos anteriores y que tenía a la República Oriental del Uruguay por escenario, al hallarse dicha república también en plena guerra civil entre los blancos, es decir, los federales del otro lado del río, y los colorados, esto es, los unitarios en su versión charrúa.

Es entonces cuando Rivera se enlistará oficiosamente, sin que nadie en concreto lo convocara a tal fin, como vocero del partido federal. Su obsecuencia para con Rosas quedará plasmada en la letra estampada en el “Himno de los Restauradores”, pieza que serviría para atizar el odio hacia los unitarios, género al que luego sumaría su “Himno Federal”.

Del propagandista que analizamos ha expresado el historiador Adolfo Saldías: “Los ecos cada vez más destemplados de la propaganda de Rivera Indarte dominaron el escenario político del año 1835. Los partidarios intransigentes del nuevo orden de cosas y el pueblo que lo aplaudía veían reflejados sus conatos más enérgicos con los escritos de ese joven que había colocado una bandera roja en su barricada de combate…” (Historia de la Confederación Argentina, tomo IV, pág. 41).

Pluma para los invasores

Con el correr de los años, la vida de nuestro hombre, así como el escenario del Río de la Plata, se complicarían a escala impensada. La Confederación Argentina soportó el bloqueo naval y luego la agresión militar, primero de Francia, y más tarde de dicha nación junto con Gran Bretaña.

Las potencias interventoras (así se las llamaba entonces por pretender “intervenir” en los asuntos del Río de la Plata) lograron controlar durante todo ese período el puerto de Montevideo, apoyando a fuerza de cañones y fusiles los fraudulentos y serviles gobiernos colorados que no gobernaban otra cosa que no fuera unas pocas manzanas del casco histórico de dicha ciudad. El resto del Uruguay apoyaba masivamente los gobiernos del Partido Blanco, que a su vez gozaba de la solidaridad de Rosas y la Confederación Argentina.

Pero, como nos explica Pacho O’Donnell: “Las potencias europeas necesitaban buenos pretextos para la intervención rioplatense. Por ejemplo, algún documento que reforzara la imagen sanguinaria que Juan Manuel de Rosas se había ganado con sus excesos, hábilmente exagerados y propagandizados por sus enemigos de Montevideo.” (Rosas, el maldito de nuestra historia oficial, Planeta, pág. 218).

Es así cómo llegamos a la obra por la que nuestro personaje ha pasado, tristemente, a la posteridad. Su novela Tablas de Sangre, en realidad es un alegato o listado, escrita en el año 1843, fue financiada por la casa comercial de capitales franceses Lafone & Co., que tenía la concesión de la aduana montevideana y obvios intereses en el resultado de la invasión militar al estuario.

En lo que consiste en una versión más o menos consensuada por todos los historiadores a Rivera le fue ofrecido un pequine por muerte que le pudiera atribuir a Juan Manuel de Rosas. Agrega O’Donnell: “Juntó 480 muertes y le atribuyó a Rosas todos los crímenes posibles: el de Quiroga y su comitiva, Heredia, Villafañe, etc., enunció nombres repetidos y otros individualizados por las iniciales N.N. Pero la lista no terminaba allí ya que las Tablas agregaban 22.560 caídos y posibles caídos en todas las batallas y combates habidos en la Argentina desde 1829 en adelante.”

Pese a ser una burda atribución de responsabilidad a Rosas por hechos en los que no había tenido participación alguna, de alguna manera, la caracterización hecha por Rivera Indarte obtuvo el resultado esperado y es así que, de no haber sido por el revisionismo histórico, el nombre de Rosas quedaría inevitablemente unido, solamente, a las atrocidades a él atribuida en Tablas de Sangre. Quizás haya sido la primera “operación de prensa” exitosa, lo que aseguraría, tristemente, que sería imitada en el futuro.

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