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Día clásico

Una fiesta en paz es posible

Se realizó el tradicional “Clásico del Monoblok” entre hinchas de Newell’s y Rosario Central del barrio Tiro Suizo.


Misma pasión, distinto contexto. Sin los flashes de cientos de fotógrafos, ni la presencia de un ejército de periodistas o los miles de hinchas que colman las tribunas en cada Central-Newell’s, el Clásico de la ciudad tuvo ayer una nueva edición. Claro que no fue en el Gigante de Arroyito, escenario donde hoy se medirán los “verdaderos” equipos, pero en el potrero de zona sur, allá por los monoblocks de Corrientes y Gutiérrez, un puñado de fanáticos se enfrentó para pedir por un partido en paz y sin violencia.

Como viene ocurriendo desde hace casi veinte años, este “amistoso” entre vecinos del barrio Tiro Suizo se juega siempre en la previa de cada derby. Leprosos y canallas se reúnen a jugar a la pelota con el firme y noble objetivo de demostrar que la ciudad puede vivir su gran fiesta en calma y sin la necesidad de tener que lamentar tragedias. Y lo que es mejor, cada año que pasa lo hacen ver más fácil todavía.

Bajo un cielo gris y un clima pesado, la acción comenzó alrededor de las 16, cuando los primeros hinchas comenzaron a agolparse impacientes al costado de la cancha. La expectativa era grande, y por lo tanto vecinos y curiosos de turno se acercaron para ver el desafío. Mucho mate, algún que otro tereré y varias heladeritas cargadas de “refrescos” para mitigar el calor dominaron la escena, en la cual familia y amigos se prepararon para pasar un buen momento.

Tampoco faltaron camisetas, pantaloncitos, gorros, banderines y demás elementos distintivos de ambos equipos. Es que la gran particularidad de este duelo es que, a diferencia de lo que ocurre en el fútbol grande, aquí pueden acudir las hinchadas de los dos clubes. Vecinos y amigos se mezclaron en las tribunas, cada uno alentando por sus colores aunque en paz y sin buscar conflictos.

Cerca de las 17 los protagonistas finalmente hicieron su entrada al terreno de juego y desde ambas hinchadas comenzó a bajar el aliento como si de un partido oficial se tratara. La gente en las tribunas así lo entendió y le puso todo el color como a un encuentro profesional.

Mientras tanto, en el campo de juego esos “anónimos” futbolistas dejaron la vida en cada pelota. El duelo se vivió intensamente, aunque también con mucha calma y respeto por el rival. Estos protagonistas no juegan por el dinero o la fama, sino por el honor y el placer de defender los colores.

Objetivo noble y encomiable como pocos. Pues aquí lo verdaderamente importante es el mensaje final: Rosario puede y necesita tener su Clásico en paz. Basta de violencia y locura. De barras que se destacan por sobre esa gran mayoría que a la postre termina pagando los platos rotos de unos pocos criminales sin amor ni pasión por absolutamente nada.

¿Y el resultado? Eso es lo de menos, ya que ganaron todos. Jugadores e hinchas, amigos y vecinos, todos los que asistieron a la cancha se marcharon felices tras disfrutar de una linda jornada del deporte más hermoso del mundo. Eso es lo realmente importante.

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